La cita fue en el pasillo de humanidades, el que debe ser el testigo no solo de los cientos de miles de egresados a lo largo de la fundación de mi Alma Mater, misma que este 22 de diciembre cumplirá 303 años de existencia. Cuántas cabezas brillantes han pasado por allí. Cuántas genialidades, creadores, artistas, ingenieros, economistas, sociólogos, historiadores, filósofos, periodistas, médicos, enfermeras, guerrilleros y una muy larga cadena de etcéteras. Ya entrar a territorio universitario, me hace evocar los viejos tiempos, cuando nos enfrentamos a la policía y sus gases lacrimógenos, a los asesinos de la Disip y a las bandas armadas de AD y Copei; y la poca defensa que teníamos era quemar un autobús a la entrada para que no entraran las "jaulas" de la Policía Metropolitana. Viejos tiempos cuando matar estudiantes era una constante en la vida del país. Aún recuerdo una de esas megaconcentraciones de todas las universidades del país, que congregaría una gran marcha que iría a tierras del viejo Congreso de la República, a exigir los recursos para que las universidades no dejaran de funcionar. Carlos Andrés Pérez estaba creo que, en Davos, y la policía reprimió la marcha usando gases lacrimógenos, de los que producían una diarrea incontenible, ya prohibidos por las Naciones Unidas. Si mal no recuerdo, a su regreso destituyó al Ministro de Interior, y dijo que Copei le había montado una trampa.
Cada elección universitaria nos suele encontrar a los egresados de comunicación social, como supongo encontrará a los de otras escuelas, en algún sitio acostumbrado, para ir a sufragar. El nuestro es unos bancos allí en el pasillo de humanidades. Es un encuentro de cada dos años, donde promociones desde el año 76 en adelante, vienen a ejercer su derecho de escoger a los representantes de los diversos organismos de la UCV. Esa UCV que ha sido tan maltratada, tan vapuleada por los enemigos, los que hicieron todos los esfuerzos por privatizarla, hecho que estuvo muy cerca de concretarse en tiempos de Jaime Lusinchi, cuando un poderoso grupo económico ofreció 55 mil millones de bolívares por la propiedad, no solo de la universidad, sino de toda su estructura. Esas son las anécdotas que nadie quiere recordar.
Pero allí estábamos, los consecuentes, los irreductibles, los bandoleros como decía Gloria Martí que eran los guerrilleros, los zurdos, los ñangaras. Este 15 de diciembre, después de no habernos visto durante dos años, me recordé del gran guitarrista inglés Keith Richard, quien en una entrevista que le hicieran, narraba lo siguiente: "cuando teníamos 20 años, íbamos en el avión de la banda, como con 60 mujeres, comida, mucho alcohol y mucha droga. Pero ya tenemos 80 años y seguimos viajando, con el avión lleno también, pero de cardiólogos, neurólogos, traumatólogos, internistas, gastroenterólogos. Ya las despensas no tienen whisky ni drogas, sino pastillas, jarabes, gasas, curitas y pañales desechables".
Cuando vi a mis compañeros, camaradas, colegas, evoqué de inmediato a Keith Richard. Y pensé que al menos debió haber dos tobos de esos con llaves para echar agua, pero que tuvieran un batido de Valzartán o Amlodipino, porque a esa edad la tensión hasta se sube sola. Y en el otro tobo con una merengada de Ibuprofeno, porque los dolores de cabeza son comunes. Incluso, por qué no, alguna torta de Dexametasona o Liotirorina para los que sufren ataques alérgicos. Todo es válido y necesario cuando nos encontramos con compañeros que ya saltaron la vuelta de los 60.
Quizás lo que más me impresionó fue esa capacidad de las compañeras y compañeros de organizar en tiempo récord nuestra participación, especialmente la gente del interior, para quienes hay que buscar hasta pasaje, toda vez que no hay un camarada gobernador o alcalde capaz de prestar un autobús, que sí utilizan para cosas que valen menos la pena que tratar de ocupar cargos en los espacios universitarios. Por el grupo veía los aportes de cada uno, en la medida de sus posibilidades. Recordé las viejas vacas que se hacía para pagar las cervezas y una pizza que permitía el encuentro y las risas en tiempos que ya se olvidan. Pero me impresiona tanto, sobre todo cuatro colegas y amigos. Desirée Santos Amaral, quien compartió su tiempo como diputada y directora de El Correo para ayudar y gestionar para los demás. La incansable Marisol Rodríguez, con una capacidad de trabajo que asombra; y qué decir de María de la Paz Higuera, andando con su bastón y su pierna estropeada como si de una carajita se tratara. De allí salía corriendo para su terapia. Increíble. Tan increíble como Luis Rafael Martínez, amigo, camarada, colega, una maquinita de hacer cosas, de ir para acá y para allá, de hablar con no sé quién, para que consiga no sé qué. Él salvó, prácticamente, a Miguel Maita, cuando estaba a punto de morir, solo y abandonado.
Si los nuevos militantes de esto que llaman revolución, pero que no lo es, tienen esa capacidad de trabajo, esa fuerza, esa entereza y ese convencimiento para hacer lo necesario todos los días, entonces esto no se caerá… y quizás llegue el momento en que podamos decir que estamos comenzando una revolución. Falta mucho, pero si tenemos a Desirée, Marisol, María de la Paz y Luis Rafael, seremos indetenibles.