La Comisión para la Reforma del Estado (COPRE), fundada en 1984 a inicios de la administración Lusinchi y dirigida en sus inicios por Ramón J. Velásquez, puede entenderse como un intento del Estado por auto-observarse, reconocer su crisis y superarla. Una diversidad de partidos del espectro político venezolano y de organizaciones de la sociedad civil de entonces se congregaron en su seno para investigar, discutir y realizar propuestas en distintas materias con el propósito de reconducir el proceso histórico venezolano una vez agotado el modelo de crecimiento basado en la explotación y exportación de los hidrocarburos. Sus resultados se publicaron en varias decenas de libros con claras propuestas para el cambio, pero pocas se aplicaron. Lusinchi no estaba después de 1986 muy interesado en los cambios. Con la llegada de Pérez en 1989 se implementó la creación de los alcaldes y su elección directa igual que la de los gobernadores, dándole cierto oxígeno al sistema político. Pero quizás esos cambios, postergados por Lusinchi, llegaron tarde. Un país agotado por un continuo proceso de desintegración social derivado de una crisis económica estructural sin resolución política, aunada a una clase gubernamental envuelta en no pocos casos de corrupción administrativa, hicieron de las reformas políticas algo insuficiente para lo que se aspiraba. Y así, por los motivos ya sabidos, el gobierno de Pérez nació arponeado y las otras reformas se congelaron. Llegados aquí no se exagera si se dice que el balance de la COPRE resultó positivo. Cumplió con lo que se le solicitó, no tenía poder ejecutivo para implementarlo. Frenada la ley que reformaba los partidos políticos de cara a su democratización, la clase política frenó luego casi todo lo demás.
Hoy más que nunca hace falta una nueva COPRE para refundar nuestra sociedad y nuestro Estado. Usando como modelo lo que se realizó en los ochenta y tempranos noventa puede constituirse un organismo aún más amplio y democratizado que aquel. La tarea es urgente. Las universidades, tal como en aquel organismo, tendrían mucho que aportar en esta nueva empresa. No obstante, quizás las universidades, y especialmente nuestra Universidad Central de Venezuela, están urgidas de una COPRE propia, de una COPRU, una Comisión para la Reforma de la Universidad, una Comisión amplia y democratizada, que dé cabida a los diferentes sectores universitarios y también a muchos sectores extrauniversitarios que tienen mucho por decir de la Universidad para los próximos 25 años, sectores de las organizaciones no gubernamentales, sectores empresariales, sectores comunitarios y de la sociedad civil. Una Comisión que, si bien dirigida por los principales actores académicos de la comunidad universitaria, tenga una clara vocación y voluntad de escucha e inclusión.
Esta COPRU tiene mucho trabajo adelantado. Documentos de la UNESCO hay varios. En el caso de la Universidad Central su propio Rector actual, el Dr. Víctor Rago Albujas, fue cofundador en el 2001 del Programa de Cooperación Interfacultades que abrió cada Facultad a todos los estudiantes universitarios siendo por años un ejemplo de movilidad académica, encuentros y formación de sinergias en docencia, investigación y extensión, y ello a pesar de los múltiples obstáculos burocráticos generados por la falta de compartir las distintas instancias un mismo sistema informático de control de estudios, y lo más grave, la falta de un calendario compartido y único. Los estudiantes de artes han podido cursar seminarios en ciencias, antropología, odontología o allí donde simplemente cada uno lo lleve su curiosidad e inteligencia. Del mismo modo, la Escuela de Artes ha sido un hogar académico que ha recibido en estos más de veinte años a miles de estudiantes de cada carrera de la UCV. Y esto ha pasado también en las distintas instancias de enseñanza universitaria. Quien escribe tuvo el honor de acompañar por varios semestres a la Dra. Izaskun Petralanda de la Escuela de Biología en un seminario interdisciplinario sobre ética, ciencia y tecnología. Las ciencias naturales y las sociales, junto con las humanidades, se conjugaron para repensarnos y volvernos más responsables en los impactos que tienen nuestros saberes en la sociedad así como para aprender a escucharnos unos y otros, dentro y fuera de la universidad. Después, hacia 2005 la Universidad, precisamente con una comisión, trazó un Plan Estratégico para su futuro. Lo que se había iniciado con el PCI se profundizó y se volvió una carta de navegación para el cambio inteligente. Los intercambios habrían de fluir más, la separación de carreras y Escuelas en compartimentos estancos, cajitas separadas al decir de Ocarina Castillo, daría paso a una universidad inter y transdisciplinaria, abierta a un permanente y siempre inacabado diálogo de saberes, incluidos los saberes extrauniversitarios. Ningún testimonio deberá excluirse al comienzo si la voluntad es democrática. Sólo un amplio consenso y una deliberación nutrida con buenos argumentos puede descartar alguna que otra posición. Pero el PCI sigue bloqueado en sus mayores potenciales por la paquidérmica burocracia universitaria así como el Plan Estratégico ha dormido por años en los archivos de esa burocracia.
Si la universidad del futuro quiere convertir su sino en destino elegido, si quiere llegar a algún puerto y no simplemente seguir ahí, a la deriva en altamar, debe repensar su papel en un mundo complejo, sumamente dinámico y líquido, transido por problemas sumamente graves como el cambio climático, la crisis mundial de la democracia como modo de vida y la creciente pobreza. De este repensar colectivo surgirán decisiones de transformación radical, decisiones que pongan fin a la clasificación decimonónica de los saberes, a las cajitas separadas, a la idea de que un estudiante debe ingresar a una carrera determinada desde el primer semestre, a la idea de que las carreras son un menú fijo y no legos a armar por los estudiantes en su trayectoria como investigadores. Habrán de emerger nuevas carreras que demanda la complejidad actual, por ejemplo la vinculada a la cuestión ecológica. Habrán de cerrarse otras signadas a ser desplazadas en poco tiempo por la llamada inteligencia artificial. Por otra parte, la universidad tiene que abrirse a toda la sociedad, ser el espacio que está destinado a ser, uno de encuentros múltiples y de educación permanente y para toda la vida. La universidad entonces será algo más que la institución que provee profesionales para el futuro. Y en el caso de nuestra amada UCV tendrá que superar el complejo napoleónico que la definió en la Venezuela del último siglo. El petroestado que tragaba a sus profesionales ya no existe, ya no los absorbe, y tampoco tiene con qué financiar en soledad a una institución tan vital para el país.
Así como se está retomando a la Ciudad Universitaria de Caracas, orgulloso patrimonio de la Humanidad, como espacio cultural abierto al encuentro de toda la ciudadanía venezolana mediante el cine, la música, el teatro, la plástica, las conferencias, urge la tarea de que su Consejo Universitario cree amplios mecanismos institucionales para consolidar la actual transición hacia otro concepto y práctica del ser de la Universidad. No importa que se llame COPRU o que se llame como se llame, lo importante es que la Universidad muestre al país mediante su ejemplar accionar que en su seno sigue viviendo y persistiendo el espacio que le ha sido históricamente asignado por la nación, a saber, ser un centro primordial de reunión de inteligencias para la construcción de una mejor sociedad.