«Quien hace una revolución a medias, cava su propia tumba»,
Saint Just
La caída de la segunda República española, como algunos lo
afirman, no tuvo sus causas en motivos religiosos, ni tampoco en
conductas intolerantes o en desenfrenadas e irracionales actitudes de
absoluto rechazo a sectores de la sociedad y que si de hecho pudieron
haberse producido algunas fuertes escaramuzas de ese tipo en algunas
ciudades y pueblos de la provincia, lo fueron en muy pequeña escala, más
como producto de un anarquismo aupado en la sombra por fuerzas de la
burguesía y la ultraderecha clerical, previamente calculadas, como
hábil estratagema para engañar y confundir a quienes habían logrado
acabar con la monarquía como resultado de sus desviaciones y de su muy
poca capacidad política para continuar como eje esencial de la
gobernabilidad de España. Se produjeron en mayor escala, ciertamente,
una vez iniciada la conspiración de los nacionalistas y falangistas para
dar al traste con el gobierno de la República, lo cual era de
explicarse y más aún si el gobierno adoptada comportamientos
inexplicables, como fue el de tratar de desvincularse de los angustiosos
llamados del pueblo a defender la causa republicana con las armas en la
mano. No olvidemos que la Iglesia Católica, como eje ductor y
principalísimo de esa ultraderecha golpista manejaba los hilos de la
conspiración, lo cual la mostraba coherente históricamente con sus
andanzas y fechorías, pues nunca podrá ser olvidado que en España, más
que en cualquier otro rincón de la tierra, esa misma Iglesia ha sido “un
factor de opresión política, moral y económica del pueblo; siempre
estuvo (y ha) estado del lado de los poderosos contra la libertad.”
Efectivamente,
ante la inminente arremetida fascista, esos actos de violencia fueron
una reacción explicable ante la falta inminente de respuesta. No fue
otra cosa que una manifestación de una rabia contenida contra la
jerarquía eclesiástica de un pueblo que veía cómo se lanzaban en su
contra feroces y sanguinarios ataques con el apoyo material y humano de
los ejércitos de Hitler y Mussolini, los que, al decir de muchos,
previamente eran bendecidos por esa jerarquía.
Más allá de esas falsas excusas que pretenden venderse como
las verdades absolutas que dieron término a la República Española,
fueron otros factores internos de mucho poder económico, aliados con
fuerzas de una derecha internacional que, como hemos dicho, venía
conquistando posiciones de manera arrolladora, en alianza estratégica
con grandes corporaciones industriales y financieras norteamericanas y
europeas, muchas de las cuales aún continúan operando con mayor fuerza e
ímpetu en el mundo todo, como: la General Motors, el grupo Rothschild,
la Ford Motor Company, el Nacional City Bank, la petroleras Shell,
Standar Oil (hoy fraccionada en las firmas Exxon Mobil, Conoco Phillips, Chevron Texaco), entre otras (http://www.asturiasrepublicana.com/libertad4.html)
No obstante tal convencimiento, manejamos la tesis de que
las causas mayores y definitivas de la pérdida de la Segunda República
están en las mismas raíces que dieron origen a la caída de la monarquía,
en el sentido de que quienes estuvieron a la vanguardia de ese
movimiento revolucionario más allá de estar viendo ante sus ojos a un
país cuya población, en su inmensa mayoría, vivía en la más absoluta
miseria, sometido todavía a prácticas feudales de explotación y que
reclamaba por cambios radicales que dieran término a esa situación
social inaguantable, para nada eso les inspiró la necesidad
impostergable de llevar adelante una lucha política que tuviera como
objetivo claro y preciso esos cambios exigidos por el pueblo, sino que
lo único que vislumbraron era que había llegado la gran oportunidad, una
vez expulsado el Rey y su corte, de asumir ellos mismos el control
directo del poder en “conchupancia” con los sectores de la burguesía
criolla que habían vivido muy bien bajo el cobijo de la nobleza, pero
que mal no les resultaba manejar sus propios intereses sin tener que
darle cuenta a su majestad Alfonso XIII y a su estructura de poder. Allí
se articularon todo tipo de fuerzas de muy variados matices, a
excepción –obviamente- de algunas figuras honorables que entendían lo
que el país requería con urgencia y, por supuesto, del partido comunista
que para el momento en que ocurren los hechos era, apenas y por
desgracia para ese sueño de cambios, una magra fuerza con muy pocos
militantes, pues había sido diezmado de manera bárbara por la dictadura
de Miguel Primo de Rivera (1923/30), pero que, nos obstante los actos de
heroísmo y de sacrificio de muchos de sus militantes, muy poco fue lo
que pudo hacer para impedir que el movimiento de transformación se
desviara.
Fue inaudito lo sucedido, pues existían para ese entonces
todas las condiciones objetivas para que la transformación social
esperada por un pueblo ancestralmente excluido y explotado, surgiera
exitosa. El capitalismo transitaba la ruta del colapso imparable marcado
por la recesión económica mundial, la dictadura de Rivera se había
desmoronado, la élite gobernante se manejaba dentro de una asombrosa e
inexplicable desorientación y las clases burguesas se veían un tanto
arropadas por una clase obrera pujante, combatiente y militante, que no
tenía par en toda Europa. “El gobierno provisional presidido
por don Niceto Alcalá Zamora abolió los títulos de nobleza y confiscó
las vastas propiedades de la monarquía. En las elecciones para unas
nuevas Cortes y Convención Constituyente triunfó el partido socialista.
El flamante presidente, Manuel Azaña proclamó la separación entre la
iglesia y el Estado y asintió al voto femenino. Se disolvió la Compañía
de Jesús y se asimilaron sus propiedades por el Estado, ascendentes a
360 millones de dólares actuales. A ello siguió la secularización del
sistema educacional. España entraba en el siglo XX.”
Nada de eso se consolidó. Todo ello se hizo sal y agua. Sólo
se escenificó el “festival” de las contradicciones, porque no fue más
que eso el escenario, así como se hizo manifiesta la ausencia de una
política de alianzas concertadas para el cambio verdadero y todo ello no
fue más que la espita por donde se esfumaron las esperanzas y los
sueños. La utopía se quedó varada, digamos… Su avance fue demasiado
escaso, para el grande esfuerzo que demandaba la realidad de una
sociedad que se mantenía en un pasado abiertamente oscurantista…
Esta es una síntesis muy extrema de todo cuanto habría que
contar para llegar al derrumbamiento del régimen republicano y lo que
hemos dicho no es más que una triste y dolorosa verdad.
Dejemos muy en claro, obviamente, que una vez avanzada la
guerra civil (años 1.936/39), importantes factores de la sociedad
española desempeñaron un papel protagónico histórico en defensa de los
valores de la democracia y la libertad como pocas veces se había visto
en el mundo. Hubo allí mucha heroicidad, de lo cual dio cuenta el nazi
fascismo que ya para entonces había iniciado el proceso de ocupar toda
Europa, por la vía de los asesinatos en masa, bombardeos despiadados a
poblaciones enteras, ejecuciones sin término de juicio, en fin, acciones
criminales de todo calibre para acallar todo sentimiento republicano y
cualquier otro que tuviera aun cuando fuere un leve sabor libertario y
socialista. Importantes efectivos de los ejércitos alemanes e italianos
(algo más de doscientos mil en conjunto), bien apertrechados con el
armamento más sofisticado de la época, se hicieron parte directa de esa
criminal matanza, en tanto los “gobiernos democráticos” de toda Europa
le daban la espalda a la República con el falaz argumento de que así se
evitaba una conflagración mundial.
Por esa razón fracasó la República, cayó en manos de algunos
políticos corruptos y aprovechadores, así como de muchos ingenuos
líderes de la base del pueblo que se dejaron arrastrar por agrupaciones
de la burguesía retrógrada, la que, por razones, quizás, de una mayor
experiencia burocrática, seguía controlando importantes instancias de la
gerencia media y alta del gobierno. A otros muchos que se hacían llamar
socialistas radicales en posiciones de mayor relevancia en el proceso
de lucha, a excepción de los miembros dirigentes del partido comunista
español y de algunos otros sin filiación política definida, pero
abiertamente resteados en defensa del gobierno republicano, les resultó
muy cómodo aliarse con esa burguesía y echar por la borda la verdadera
lucha social, la única opción estratégica que había para la defensa
exitosa de la causa republicana.
Ocurre, de otra parte, que la forma relativamente fácil en
que cae la monarquía causó tanto asombro en todos los sectores políticos
españoles que ello fue, quizás, el mayor motivo para que tal hecho no
se tradujera en beneficios para la mayoría de los españoles que habían
estado viviendo por miles de años en la pobreza absoluta. Como no hubo
sacrificios ni actos heroicos en esos eventos, salvo los desmanes de
acoso y persecución de una policía monárquica racista contra los menos
favorecidos de la sociedad española y que siempre fueron mayorías
durante los regímenes monárquicos, mal podía esperarse de esos sectores
de la dirigencia republicana y los que se agruparon a su alrededor, a
quienes les había caído el poder del cielo: “pulsar el
estado de ánimo de las masas y de valorar la madurez revolucionaria de
la situación (..) Los propios partidos republicanos y el socialista no
habían mostrado gran confianza en el resultado de las elecciones. Y los
dirigentes de esos partidos, que de la noche a la mañana se encontraron
con el Poder en las manos, luego atribuyeron al sufragio ciudadano las
propiedades de un talismán mágico, capaz de provocar automáticamente el
desplome de un régimen secular.” (www.filosofia.org/his/1960hp09.htm).
Para nada les inquietó las calamidades y exclusiones que eran la
característica de la realidad de la vida por años de un pueblo
esperanzado en que esa realidad estaba a punto de ser revertida y
optaron por asumir sin mayores compromisos la representación absoluta
del pueblo, quizás para maquillar el statu quo o “cambiar las cosas
para que todo quedara igual”. Era obvio que eso ocurriera, pues la
burocracia del viejo régimen no fue tocada en lo absoluto, se mantuvo
intacta haciendo de las suyas al servicio de los enemigos de la
República…
Ciertamente, los propios partidos sostenedores de las ideas
republicanas se mostraron siempre muy poco confiados de que era posible
derrotar a la monarquía en la urnas, por lo que una vez con el poder en
las manos pensaron que eso era el producto de una milagrosa mano
divina…! “capaz de provocar automáticamente el desplome de un régimen secular.”
Sería extendernos demasiado si nos dispusiéramos a relatar
con todo detalle las incidencias y errores garrafales de la dirigencia
republicana en el poder que más allá de unir voluntades para crear una
patria grande a partir de los llamados del pueblo a radicalizar las
transformaciones, coadyuvó con sus contradicciones y las luchas internas
por mezquindades y bajezas, a que cogieran impulso las ideas
separatistas en toda España. La burguesía aprovechó esos errores y
coadyuvó a potenciar dentro de una hábil estrategia del engaño a los
movimientos anarquistas para debilitar al gobierno e intentar
paralelamente controlar el poder real a través de una fuerza armada que
le fue proclive a servirle y que junto a los movimientos nazi fascistas
que comenzaban a tomar vuelo con gran ímpetu en el resto de Europa,
logró hacerse del poder en la península y le entregó a Franco y a sus
secuaces en bandeja de plata la Plaza de Madrid el 27 de marzo de 1939,
el último y más poderoso enclave de la resistencia republicana
auténtica en caer.
No hay que olvidar aquel famoso discurso de Manuel Azaña
cuando abandona el poder, que se le conoce como el de las “tres P”, a
través del cual le pide a todos los españoles, republicanos, fascistas e
indecisos: "paz, piedad y perdón", todo lo contrario de lo que exigían las masas revolucionarias: “Combatir sin descanso y resistir hasta la muerte…”
Efectivamente, no era posible que el pueblo pudiera entender esos
llamados, cuando apenas iniciada la conjura golpista del fascismo,
murieron asesinados por sus sicarios y bestias cargadas del mayor odio,
miles de españoles que abiertamente estaban con la República, pero
también quienes apenas tuvieron algún acercamiento con alguno de ellos o
a quienes se les ocurriera conservar en sus bolsillos algún poema o
escrito revolucionario, por más que eso pudiera parecernos increíble.
Los fusilamientos se hicieron en plazas y sitios públicos para con ello
generar miedo y el mayor pánico y lograr así aplacar todo tipo de
protestas.
La respuesta fascista no podía haber sido otra. “La España de Franco, victoriosa (como lo fue),
no tuvo ni paz, ni piedad ni perdón, para con los españoles del otro
lado. Los esbirros del Generalísimo se dispusieron a destruir la
vanguardia revolucionaria española, sembrando de cadáveres los campos,
las cunetas y las tapias de los cementerios” (Estampas de la Guerra Civil de Antonio Salvador en El Llanto de la Acequia, 21.02.2007).
Reflexión final
La mejor evidencia de que la causa Republicana anduvo en la
mayor orfandad, huérfana casi siempre de todo plan orgánico de acción,
así como de un marco de propósitos comunes para la acción
revolucionaria, como única explicación dentro de la cual podía ser
entendida y plenamente justificada, es que, dentro del lapso en que se
proclama, “el 14 de abril de 1931 y el fin de la Guerra Civil, el 1 de abril de 1939 (ocho años),
se sucedieron un total de 26 gobiernos* (..) el Partido Republicano
Radical ocupa en ocho ocasiones la presidencia del consejo, seguido por
Izquierda Republicana con cinco, PSOE con cuatro, Acción Republicana e
independientes con tres. En una ocasión centristas y conservadores.”(..)Otra causa
de la derrota republicana fue su propia desunión. Los distintos
partidos no entendieron que para ganar una guerra es esencial mantenerse
unidos y fijarse como prioridad la derrota del enemigo.”(**)
De esos hechos históricos que dan cuenta del derrumbamiento
de la segunda República española, surge una invalorable y muy clara
lección para nuestro proceso revolucionario que nos indica la necesidad
que tenemos de darle forma ya, como lo viene impulsando el Comandante
Presidente y, además, con la mayor urgencia, a la unidad indestructible
de las fuerzas progresistas de izquierda y derrotar con la acción
revolucionaria de cada minuto del día el fraccionalismo y los liderazgos
timoratos muy peligrosos que pululan en su seno, así como a quienes
disfrazados de revolucionarios, más allá de que conspiran en las
sombras, propician y dilapidan en su favor recursos públicos cuantioso,
sin que nada suceda y eso hay que ponerle un freno ya y paralelamente
tomar la decisión de abrir las investigaciones que sean necesarias para
llevar a la cárcel a quienes sean sus director responsables, así como a
sus cómplices y a todos aquellos funcionarios timoratos que con su
desidia y quizás por temor, facilitan esos ilícitos.
La única salida que tenemos para comenzar a consolidar cada
acción que debamos acometer, tiene que estar firmemente atada a una
concepción ideológica coherente que tenga como objetivo central e
inequívoco la conducción de nuestros destinos en hermandad colectiva y
solidaria hacía la construcción de la sociedad de la igualdad y de la
solidaridad. Sólo así, fortalecidos en la unidad de propósitos y con
la muy clara decisión de avanzar sin temores hacia el Socialismo del
siglo XXI, es como podremos derrotar para siempre el modelo neoliberal
perverso que tanto daño ha causado a nuestros pueblos.
Unidad..., unidad… unidad y mucho empeño es lo único que nos falta para garantizar el triunfo definitivo.
Tenemos el líder y el poder. Vayamos, entonces, a darle
concreción a esa necesidad de un frente revolucionario común y unitario
en la búsqueda de esa patria socialista con la que tanto soñamos.
(*) Alejandro Lerroux García (Partido Republicano Radical) presidió en seis ocasiones el Consejo de Ministros, Manuel Azaña Díaz (Acción Republicana e Izquierda Republicana) en cinco. Por otra parte Diego Martínez Barrio (Partido Republicano Radical y Unión Republicana), Joaquín Chapaprieta Torregrosa (Partido Centrista e independiente), Manuel Portela Valladares (independiente), Francisco Largo Caballero (PSOE) y Juan Negrín López (PSOE) lo hicieron en dos. En una ocasión Niceto Alcalá-Zamora y Torres (Partido Republicano Conservador), Ricardo Samper Ibáñez, Augusto Barcia Trelles (Izquierda Republicana), Santiago Casares Quiroga (Izquierda Republicana) y José Giral Pereira Izquierda Republicana).
(**) Wikipedia
oliverr@cantv.net