Desde que llegó el socialismo…

Desde que llegó el socialismo, luego del arrollador triunfo electoral del zambo en diciembre de 2006, se produjo un notable giro táctico en el discurso opositor: progresivamente, el discurso abiertamente confrontacional y violento – y sus consignas destempladas del tipo “Chávez vete ya” – fue dejándole el camino despejado a otro montado sobre dos ejes principales: la crítica de la gestión de gobierno y la defensa a ultranza de la propiedad privada.

Si lo que estaba por constituirse o consolidarse – como se prefiera – era un tipo de gobierno socialista – con sus ministerios para el Poder Popular – era preciso demostrar todos los límites y el caudal de defectos de una institucionalidad cuando mucho incipiente que, por demás, amenazaba con combatir al capitalismo vernáculo en todos los frentes.

Lo que la oposición comenzaba a denunciar, y muy pronto lo hizo de manera sistemática, era lo que juzgaba como un “exceso” ideológico: un discurso oficial completamente alejado de los “problemas reales” del pueblo venezolano y, por supuesto, una gestión de gobierno que, inspirada en ese discurso, resultaría incapaz de resolverlos.

Esta “despolitización” del discurso opositor, que reclamaba menos “ideología” y denunciaba la mala gestión gubernamental, fue respondida por una suerte de “gestionalización” de la política: desde entonces, el gobierno nacional dedica buena parte de su empeño en “demostrar” que, contrario a las consejas opositoras, realiza una buena gestión cuando, por ejemplo, sanciona a los especuladores y combate el desabastecimiento inducido, garantizando que a la mesa del pueblo venezolano llegue la comida que la oligarquía le niega.

Con la ventaja que ofrece intentar un análisis en perspectiva, tal vez sea momento de reconocer que la defensa de la gestión de gobierno nos condujo, hasta cierto punto, a un callejón sin salida: a contramano de lo que fue una demanda histórica del chavismo, acabamos defendiendo un aparato de Estado esclerosado, ineficiente, excluyente, clasista, anti-popular. Un Estado que no es el nuestro, sino que recibimos en herencia de quienes hoy nos acusan de no saber gobernar – ciertamente, con el mayor cinismo, puesto que son el paradigma histórico del mal gobierno. Una máquina desvencijada que chirría y se estremece lastimeramente cada vez que, luego de un descomunal esfuerzo del voluntarioso funcionariado puesto a su servicio, logra quebrar su lógica de funcionamiento para llevarle algo de felicidad al pueblo.

Frente a la “despolitización” del discurso opositor, “repolitización” de la gestión de gobierno. Esta “repolitización” pasa por volver sobre nuestros pasos, hasta 2007; por convencernos de que con este Estado no habrá socialismo alguno, y que el socialismo seguirá siendo un horizonte del pueblo venezolano sólo en la medida en que identifiquemos, a cada paso, al viejo Estado como el enemigo a vencer.

Identificar al viejo Estado como el enemigo a vencer no significa realizar la crítica del Estado en abstracto. Para decirlo con el Foucault de El nacimiento de la biopolítica, es necesario dejar de concebir al Estado como “una suerte de dato histórico natural que se desarrolla por su propio dinamismo como un ‘monstruo frío’ cuya simiente habría sido lanzada en un momento dado en la historia y que poco a poco la roería… una especie de gendarme que venga a aporrear a los diferentes personajes de la historia”.

Si la “denuncia” de la monstruosidad del Estado burgués, de su ineficiencia infinita y de su insuperable capacidad para devorar las mejores voluntades, alcanza para una declaración de principios, hay que decir que no sirve para nada más. La “denuncia” fundada en principios, y por ello abstracta, permite “evitar pagar el precio de lo real y lo actual, en la medida en que, en efecto, en nombre del dinamismo del Estado, siempre se puede encontrar algo así como un parentesco o un peligro, algo así como el gran fantasma del Estado paranoico y devorador. En este sentido, poco importa en definitiva qué influjo se tiene sobre lo real y qué perfil de actualidad presenta éste. Basta con encontrar, a través de la sospecha y, como diría François Ewald, de la ‘denuncia’, algo parecido al perfil fantasmático del Estado para que ya no sea necesario analizar la actualidad”.

Así, cada vez que creemos estar realizando un cuestionamiento radical, informado, actualizado del Estado burgués, de ese monstruo que frena el avance del proceso revolucionario, pero evitamos profundizar en el análisis concreto del tipo de gobierno específico que supone el funcionamiento de ese mismo Estado, no estamos más que incurriendo en la “elisión de la actualidad”, como le llamaría el mismo Foucault.

Al limitarse a la “denuncia”, nuestros “análisis” pecan por omisión. Cuando nos limitamos a dar por sentado lo que deberíamos ser capaces de explicar (cómo funciona el Estado, más allá de generalidades y consignas), nuestros “análisis” son, al mismo tiempo, expresión de malestar e impotencia. De allí a manifestar que todo cuanto se haga en favor de la radicalización democrática del proceso será cuanto se haga al margen del Estado, no hay más que un paso. Siempre resultará más sencillo reivindicar la lucha desde el afuera, que intentar comprender y explicar qué es lo que está sucediendo adentro.

Si de ubicación se trata, sospecho que para evitar despertarnos un buen día descubriéndonos irreversiblemente desubicados, bien sea jurando que la revolución se hace desde una oficina ministerial o compitiendo por ver quién es capaz de proferir la maldición más elocuente contra la burocracia, tenemos que comenzar a preguntarnos: ¿qué significa gobernar socialistamente?

Interrogarnos: ¿qué significa gobernar socialistamente?, puede que nos ayude a prevenir los estragos de un par de prácticas tan comunes como estériles: la primera, aquella según la cual – y sobre todo desde 2007 – todo acto administrativo, política pública, iniciativa legislativa, medida económica, institución o individuo, etc., es socialista porque se le etiquete o autodenomine como tal; la segunda, todo acto, política, iniciativa, medida, institución o individuo – salvo el presidente, y a veces ni siquiera – vinculado directamente al Estado constituye una traición al “verdadero” socialismo, porque no se trata más que del monstruoso, paranoico y devorador Estado burgués.

El asunto sobre el “verdadero” – y por tanto el “falso” – socialismo viene a complicarlo todo, puesto que nunca se ha tratado de socialismo a secas, sino de un “socialismo del siglo XXI” que, de hecho, reúne las más disímiles tendencias: desde el estalinismo más vulgar y ramplón, hasta las tendencias más libertarias y democráticas, que reivindican la postura anti-capitalista, pero sin ceder a la tentación autoritaria y anti-popular del primero; pasando, por supuesto, y entre otros, por el marxismo-leninismo – para algunos, creación del mismísimo Stalin –, el trotskismo – algunos con y otros contra el presidente –, el socialismo reblandecido, de corte liberal, y el infaltable ejército de oportunistas sin adscripción ideológica definida.

Necesaria autocrítica mediante, quienes nos inscribimos en la tendencia anti-capitalista, anti-autoritaria, democrática y popular, tal vez hemos perdido mucho de nuestro valioso tiempo intentando debatir con los estalinistas – que, desde que descubrieron la fórmula “Chávez es socialismo”, ya no creen en nadie – o en denunciar a los oportunistas, cuando de lo que se trata es de analizar las prácticas de gobierno, o eso que Foucault llamaba “prácticas de gubernamentalidad”.

Decía Foucault: “a todo socialismo llevado a la práctica en una política, no es necesario preguntar: ¿a qué texto te refieres, traicionas o no al texto… eres verdadero o falso?, sino simplemente, y siempre: ¿cuál es entonces esa gubernamentalidad… que te hace funcionar?”. Dicho de otra forma: “¿cuál podría ser, en verdad, la gubernamentalidad adecuada al socialismo?... ¿Qué gubernamentalidad es posible como… estricta, intrínseca, autónomamente socialista”? Se respondía Foucault, al mejor estilo robinsoniano: “Hay que inventarla”.

Como quiera que el socialismo es gobierno – y luchamos porque siga siéndolo –, entre celebrar porque el socialismo ya llegó y denunciar el “falso” socialismo, lo que corresponde es inventar el arte socialista de gobernar.

reinaldo.iturriza@gmail.com

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Reinaldo Iturriza López

Ministro del Poder Popular para las Comunas

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