Entre la teoría y la práctica

Sobre Foucault y la teoría queer

El presente comentario pretende ser un texto divulgativo, muy somero, sobre la relación entre la obra de Foucault y lo que se conoce como Teoría  queer. Se enfoca la problemática que puede haber en la utilización de términos que definen las variedades derivadas de las orientaciones sexuales e identidades de género. También, se intenta observar la importancia de las luchas legales y la visibilización por parte de comunidades sexodiversas.

     Michel Foucault nace en Poitiers el 15 de octubre de 1926. No le gustó ser identificado como historiador, sino más bien como antropólogo, esto es, alguien que estudia a fondo la cultura. Cursó estudios de Filosofía y Psicología. Fue profesor en varias universidades francesas y americanas. Detentó la cátedra Historia de los sistemas de pensamiento en el Collége de France (1970-1984). Su influencia ha sido grande en estudiosos de las ciencias sociales y las humanidades. Muere por una complicación con el SIDA en París, el 25 de junio de 1984. Podemos encontrar en su obra ideas marxistas, nietzscheanas y freudianas, entre otras.

     Jean Piaget caracterizó la obra de Foucault como “un estructuralismo sin estructuras”. Otros intelectuales lo incluyen en la corriente del post-estructuralismo. Asimismo encontramos en su obra un interés crítico por las nociones de verdad, locura, clínica, sexualidad, sujeto y poder. Este autor hace un trabajo de historiador que bien se puede emparentar con lo  arqueológico o genealógico, podemos aquí entender este último término en el sentido nietzscheano. En algunos de sus análisis, Foucault hizo surgir un lenguaje filosófico o un estilo discursivo complejo, ya que utiliza términos que por la misma naturaleza de su crítica se salen de los cánones gramaticales cotidianos, o más bien de los niveles discursivos cotidianos –como ejemplo nos puede servir Las palabras y las cosas. De allí vemos cómo se ha hecho común hoy día el uso de términos como el de “biopoder”. De igual manera, vemos que, por ejemplo, cuando Foucault hablaba de un tema como el del poder nos llevaba de lo “macro” a lo “micro”, nos indicaba que este problema puede verse desde una “microfísica” de relaciones. En fin, sus intentos lingüísticos, siguiendo el orden de sus ideas, buscaban palabras o expresiones que ayudaran a develar la complejidad existente en los actuales sistemas de dominación social. 

     Para este autor hay una relación muy estrecha entre la sexualidad contemporánea y el poder. Este último no reside en un solo lugar, o en los altos estratos, sino que se sustenta en ciertos intereses y “subpoderes” que están en las bases mismas del sistema, se da en forma de “relaciones”, depende de técnicas y momentos, no es más que una construcción. Las dos relaciones trabajadas en su obra La microfísica del poder son por una parte la de contrato-opresión, y por otra la de dominación-represión. Debemos mantener esta idea presente a la hora de abordar el fenómeno queer, pues se verá la estrecha interrelación entre los términos de poder, verdad, construcción, sujeto y discurso.

     En el texto Foucault y la teoría queer, Tamsin Spargo aborda la relación que nos proponemos comentar en el presente artículo. Ella hace un breve recorrido por la vida y obra de Foucault, al igual que por el desarrollo de las luchas sociales y legales de gays lesbianas, bisexuales, transgéneros, sadomasoquistas, etc. Se propone hacer, al igual que Foucault en sus temáticas, una especie de genealogía del fenómeno queer.

     Al inicio de su libro, Spargo aborda, entre otras obras, el estudio incompleto hecho por Foucault, titulado Historia de la sexualidad (publicada en 1976), su interés es el de mostrarnos los aportes del filósofo francés en torno a este tema. Encontramos entonces que para este último la “scientia sexualis” y la homosexualidad, son constructos generados por un sistema dominante en un determinado momento histórico. Para el filósofo, la sexualidad no era tan importante como el funcionamiento de ésta en una determinada sociedad (Spargo, p.21). Él intentaba develar cómo un sujeto es la construcción de ese momento, sociedad o cultura específicos. Como decíamos anteriormente, la verdad, el discurso, el sujeto, vienen dados por construcciones que tienen su época, sus técnicas y sus intereses.

     Se entenderá acá, siguiendo a Tamsin Spargo y a Foucault, el término “discurso” como la expresión de un determinado sistema de poder: “discurso no sólo es sinónimo de habla, sino una práctica material históricamente situada que produce relaciones de poder. Los discursos existen dentro de instituciones y grupos sociales a los cuales sustentan, y están íntimamente vinculados con saberes específicos. Así el discurso de la medicina produce prácticas, conocimientos y relaciones de poder particulares” (Spargo, Tamsin. Gedisa, 1999, Pág. 85 ).

     Luego, nos comenta Spargo que, según el filósofo francés, la sociedad, a partir  del siglo XVII ha venido generando determinadas formas de discurso con las cuales se mantiene una ideología, un modo de producción y un sistema de relaciones sociales con un espíritu identificable: el modo de producción capitalista. En efecto, podríamos agregar que la burguesía, clase que históricamente ha sostenido ese modo de producción, está en relación con una determinada idea de estructura familiar, orden social, sistema educativo, y, por ende, una determinada concepción de lo normal o anormal.

     El término queer es de origen inglés, y en sus orígenes denotaba: “raro, extraño, inusual”. Pero, posteriormente, comenzó a utilizarse para referirse a las personas o fenómenos culturales relacionados con la homosexualidad, por supuesto en sentido peyorativo, como el término “raro” del español. Y, a medida que se desarrollaba la teoría queer, gracias a los aportes de Foucault, el término comenzó a utilizarse en un sentido tanto positivo como negativo, pues denotaba tanto “raro”, “marica”, pero también, algo que se sale del sistema heteronormativo. Este último término se entiende como la manera en la cual el sistema occidental considera las relaciones heterosexuales como lo que está dentro de la norma, y, por otra parte, todo aquello que se salga de este tipo de práctica es considerado una desviación. En este sentido, la normatividad es entendida por Tamsin como aquella operación por medio de la cual el poder da sus imperativos, sus normas morales (Spargo, p. 86).

     ¿Qué idea tenía Foucault de lo homosexual? Veamos lo que nos dice en su Historia de la sexualidad. En esta obra, nos describe cómo, en determinado momento histórico, se inicia una especie de cacería de las sexualidades periféricas por parte la sociedad occidental, se comienzan a incorporar las perversiones y una “nueva especificación de los individuos”. Nos comenta cómo la sodomía, considerada desde antiguo por los derechos civil y canónico, como uno de tantos actos prohibidos, era procesada como un delito, y su perpetrador, fuese hombre o mujer, solamente era sujeto jurídico, pero al nacer la figura del homosexual a partir del siglo XIX, el sodomita comienza a concebirse como un personaje, nada de él escapa a su sexualidad, su historia de vida, carácter, personalidad, quizá hasta misteriosamente en su cuerpo, en su rostro, hay algo que lo marca, todo él está plagado del ser homosexual, de esa condición. Ese secreto que le es consustancial le hace pertenecer más a una naturaleza singular, y no tanto al hecho de que su condición sea identificada como un pecado.  Y continúa comentando que, como categoría médica o psicológica, la homosexualidad se constituyó cuando en 1870 Westphal dio a conocer su artículo “Sensaciones sexuales contrarias”. Comienza, entonces,  a verse el fenómeno de la homosexualidad no como un tipo de “relaciones sexuales contrarias”, sino como una manera de “invertir en sí lo masculino y lo femenino… [como] una suerte de androginia interior, de hermafroditismo del alma. El sodomita era un relapso, el homosexual es ahora una especie.” (Historia de la sexualidad I, La voluntad de saber, Siglo XXI editores, p.31)

     Luego, el autor continúa explicando esa relación entre poder, discurso y sexualidad de la siguiente manera: 

Ahora bien, en el siglo XIX, la aparición en la psiquiatría, la jurisprudencia y también la literatura de toda una serie de discursos sobre las especies y subespecies de homosexualidad, inversión, pederastia y "hermafroditismo psíquico", con seguridad permitió un empuje muy pronunciado de los controles sociales en esta región de la "perversidad", pero permitió también la constitución de un discurso "de rechazo": la homosexualidad se puso a hablar de sí misma, a reivindicar su legitimidad o su "naturalidad" incorporando frecuentemente al vocabulario las categorías con que era médicamente descalificada. No existe el discurso del poder por un lado y, enfrente, otro que se le oponga. Los discursos son elementos o bloques tácticos en el campo de las relaciones de fuerza; puede haberlos diferentes e incluso contradictorios en el interior de la misma estrategia; pueden por el contrario circular sin cambiar de forma entre estrategias opuestas. A los discursos sobre el sexo no hay que preguntarles ante todo de cuál teoría implícita derivan o qué divisiones morales acompañan o qué ideología —dominante o dominada— representan, sino que hay que interrogarlos en dos niveles: su productividad táctica (qué efectos recíprocos de poder y saber aseguran) y su integración estratégica (cuál coyuntura y cuál relación de fuerzas vuelve necesaria su utilización en tal o cual episodio de los diversos enfrentamientos que se producen). (Historia de la sexualidad,  p.73) 

   No hay para Foucault, ni para la teoría queer, unos papeles esenciales, o determinados biológicamente en la naturaleza humana. Sería algo absurdo decir, a ciencia cierta, que ciertas facultades espirituales e intelectuales del ser humano son parte de una herencia biológica. El poder, que se legitima en un discurso, en patrones de verdad, en ciertos constructos y relaciones, en ideologías, busca asimilar, acomodar para sí, o destruir lo que no lo mantiene. Se le puede ver en términos de una dialéctica simple de dominante y dominado. Pero, hoy día, se hace presente el llamado a nuevas formas de consciencia, nuevas realidades y complejidades.

   Tamsin Spargo nos comenta que el término “scientia sexualis” significaba para Foucault la manera cómo occidente intentaba encontrar verdades, por supuesto vergonzosas, que salían a la luz en la forma de la confesión instituida por la iglesia. Esas verdades sexuales eran sacadas también en la familia, ante el juez, el médico. Siempre dirigidas a una figura de autoridad, una figura de poder en un complejo marco de relaciones. Lo que se confesaba era pecado, enfermedad, delito. Eso que, en el principio, estaba en manos de la iglesia pasó a secularizarse en las sociedades ilustradas. Se pasó a otras figuras confesionales. El mismo intento de clasificación, de búsqueda de una verdad, llevó a la búsqueda de la distinción entre el sexo anatómico y el sexo psicológico. Por su parte, según comenta Spargo, Foucault señalaba que el discurso psicoanalítico llevaba a la producción de conocimientos de la sexualidad,  a una exploración, a no silenciar ni reprimir. Pero ese conocimiento, por su ser cultural, coadyuva al mantenimiento de determinadas relaciones de poder.

   Así  pues, siguiendo las líneas foucaultianas, la Teoría queer no toma las expresiones universales de “hombre”, “mujer”, “homosexual”, “lesbiana”, puesto que en esos universales subyacen una multiplicidad de variaciones culturales, se agrega además, el hecho de que como variaciones culturales, ninguna de ellas es más natural, original o fundamental que otras. El término queer, tal como es entendido comúnmente, vendría a oponerse a la idea de género, pues ésta, clásicamente, distinguía nada más entre lo normal y lo anormal, entre lo straight y lo queer, en razón de una relación binaria. Para esta teoría, todas las identidades sociales vendrían a ser igualmente anómalas. Se critica en esta teoría el hecho de que ciertas áreas del saber como la filosofía, la sociología, o la psicología, siguiendo un poco de la idea foucaulteana de “scientia sexualis”, basan su clasificación en patrones como la raza, el sexo, o la clase social, entre otras. Estas áreas del saber olvidan que las identidades sociales se elaboran de manera compleja, su construcción depende de relaciones entre criterios, grupos, corrientes, etc.  Para Tamsin Spargo el término queer viene a dar idea de lo opuesto a lo normal o normalizador, ya sea como sustantivo como adjetivo, e incluso hasta como un verbo, mas no define la Teoría queer como un “marco conceptual o metodológico singular o sistemático”, para esta autora lo queer incluye una “colección de articulaciones intelectuales entre el sexo, el género y el deseo sexual (Spargo, p.15), no es pues una escuela en el sentido estricto de la palabra, sino “una diversidad de prácticas y prioridades críticas: interpretaciones de la representación del deseo por el mismo sexo en los textos literarios, en los filmes, en la música, en las imágenes; análisis de las relaciones sociales y políticas del poder dentro de la sexualidad; críticas al sistema sexo-género; estudios sobre la identificación transexual y transgenerizada, el sadomasoquismo y otros deseos transgresores” (Spargo, p.15).

   Una de las ideas a las que se ha llegado en estas teorías, con Judith Butler, es que, por ejemplo, la homosexualidad, al igual que otras de las mencionadas clasificaciones, puede ser simplemente un acto performativo. Ante la discusión sobre la correspondencia entre un género y un sexo biológico, o cromosómico, que supuestamente tienen una correspondencia o una complementariedad, se argumenta que el género es un “efecto performativo experimentado por el individuo como una identidad natural, y se opone al supuesto de que la categoría identitaria, generizada, de mujer pueda ser la base de la política feminista, aduciendo que las tentativas de presentar cualquier identidad como fundamento, reforzarán, inevitable o inadvertidamente, las estructuras normativas binarias de las relaciones sexuales, de género y libidinales vigentes” (Spargo, p. 68). Para Spargo la idea de performatividad deriva de la teoría del “speech act”, término acuñado filósofo británico J.L. Austin, cuyo interés por la filosofía del lenguaje, lo lleva a indicar que en el acto de habla, el lenguaje trasciende del simple acto denotativo, se supera la idea de que en el lenguaje solo se dicen cosas verdaderas o falsas. “Ciertas elocuciones ceremoniales representan una acción y ejercen un poder vinculante. Entre los ejemplos, se incluyen la sentencia legal y la ceremonia del matrimonio. Judith Butler adaptó el concepto [performance] para describir la manera en que el género es producido como el efecto de un régimen regulatorio que exige la repetición ritualizada de formas específicas de la conducta.” (Spargo p. 87). A la luz de estos razonamientos, podemos hablar ya de un sujeto que se construye.

   En otro orden de ideas, entrar en polémicas biologicistas, o estoico-naturalistas, sobre lo que “debe ser”, “lo dado”, es caer en las trampas de los discursos del poder. El mismo discurso naturalista que argumenta desde el hecho de que existe lo macho y hembra complementarios, puede derrumbarse con la pura observación constatable, “natural”, documentada, de parejas de aves hembras que utilizan al macho como inoculador, pero crían entre ellas a sus polluelos, o bien, se pueden tomar como ejemplo las costumbres sexuales de los Bonobos (primates de la especie Pan paniscus).  

   Una postura como la de Foucault de consecuencias tan criticistas, tan deconstructivas, nos deja ante la impresión de que el caracterizar de LGBT a un grupo de personas, o bien LGBTTI –léase: Gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, transgéneros e intersexuales (entiéndase esta última como la categoría de los hermafroditas)-, o bien LGBTI, no es más que una respuesta sistemática de auto-normativización por parte de los individuos con prácticas sexuales distintas a la canónica, o la que sea ampliamente aceptada en determinados contextos sociales. Para Foucault el hombre es más libre de lo que se imagina, este filósofo francés incita a un pensamiento provocador y crítico. Deja el sentimiento de estar constantemente produciendo y creando.

      Spargo comenta que las críticas a la teoría queer van desde el enfrascarse en el beneficio económico (como industria editorial o motivo para recaudar fondos), hasta el enfrascarse en “la transgresión y la diferencia como metas en sí mismas” (Spargo, p. 80). Y continúa su conclusión recordando que la teoría se halla en la doble actitud de oponerse al saber, pero producirlo, estar desafiando las normas, pero a la vez mirar hacia el futuro, y, si lo queer deja de ser tal cosa, para convertirse meramente en una opción más, ergo deja de ser queer. (p.80). La autora cierra su trabajo con la siguiente cita de Foucault: “La ontología crítica de nosotros mismos no debe considerarse ciertamente como una teoría, una doctrina, ni siquiera como un cuerpo de conocimiento que se acumula; tiene que ser concebida como una actitud, un ethos, una vida filosófica en la cual la crítica de lo que somos sea, al mismo tiempo, el análisis histórico de los límites que nos son impuestos y un experimento con la posibilidad de trascenderlos”. (Spargo, p.82) 

   Está  de más destacar que este llamado a lo performativo, a lo creativo, a la libertad, es un llamado a nosotros mismos, venezolanos del siglo XXI. Así como estamos en la construcción de un socialismo del siglo XXI, podemos hacer nuestra sexodiversidad del siglo XXI, revolucionaria, para luego, por supuesto, trascenderla en su momento. Queer es una palabra de origen inglés, casi todo en estas teorías, como hemos notado, proviene del inglés o del francés. ¿Por qué enfrascarse en terminologías panfletarias en vez de asumir nuestros matices en cuanto a la sexo diversidad cultural venezolana? Un marica, una loca, no lo es porque hace esto o lo otro, porque dice esto o lo otro, porque camina así o asá. Hagamos estudios, sí, podemos hacerlos, seguir impulsando los análisis que se hacen en las universidades, en los institutos, en las editoriales, sobre estos temas, siempre podrá producirse conocimiento de lo otro.  Hagámoslo con nuestros términos, en nuestra lengua, por qué no producir nuestros propios análisis filosóficos, antropológicos, constructivos, reconstructivos o deconstructivos.

   Todavía los colectivos, e individuos, gays, lesbianos, bisexuales, transgéneros, transformistas, etc., en nuestro país y en el mundo, se encuentran ante la cruda realidad de ser perseguidos, marginados, vilipendiados o simplemente asesinados. No hay realización de vida posible normal o anormal si no se cuenta con cierto marco de posibilidad. Así como Foucault nos decía que ese ser homosexual no es algo determinante o determinado no hay por qué negarle derechos humanos a ninguna persona con base en prejuicios morales y religiosos. Somos personas, sujetos, como cualquier otro en esta sociedad, ¿Por qué no repetir, o pervertir, sus patrones? ¿Por qué no casarse y formar familias? ¿Atenta más contra la familia una pareja de homosexuales mujeres que quieren darle hogar y vida plena a un hijo o hija, o el macho venezolano dominante que golpea a su esposa o a sus hijos, que tiene una familia por tenerla, porque “es lo que hay que hacer”, por repetir un patrón, y no porque en realidad quiera tenerla? Bien podemos poner también el ejemplo del que abandona a su mujer, del que no toma responsabilidad por sus hijos. ¿Que se homosexualiza a la sociedad? Ante ese temor clásico podemos responder que hay mujeres y hombres que crían a sus hijos solos, sin una pareja, hay quienes cuentan con su familia clásica de padre y madre, y hay quienes simplemente no tienen familia. El ser criado en las mencionadas condiciones no es ningún condicionante para desear sexualmente un sexo u otro, tampoco para asumir una identidad sexual. Tampoco lo es el nivel social, ni cultural, ni siquiera se puede demostrar su origen biológico. 

   En Venezuela hay mucho trabajo por hacer en este sentido. Y no es simplemente hacer la lucha por pertenecer al sistema de poder, no es crear tampoco un antipoder, no es sólo pervertir por pervertir, o ser llanamente asimilados por el sistema heteronormativizador, heteronormativizante, alienante, etc.; no es sólo estar allí luchando, haciendo marchas, eventos culturales, recolecciones de firmas para tratar de tener un espacio legal, para tomarlo casi a la fuerza como si no nos perteneciera. El problema es una cuestión de reconocer que lo diverso siempre va a existir, lo otro, lo que no entendemos, o lo no queremos entender. Y, el hecho de qué hacemos como masa, como sociedad, como individuos culturalmente construidos. 

   ¿Qué hacemos cuando nos enfrentamos ante lo que consideramos de plano “anomalías”? Habría que ver las tácticas y poderes que se encuentran trabajando en las clasificaciones que realizamos ¿Por qué comparamos al gay, a la loca, al trans, o cualquier otro, con una perversión institucional cristiana, con una aberración de la naturaleza, con un asesino, un drogadicto, o un pedofílico? Seguirán abiertas las interrogantes.  

 
  philosbonus@gmail.com



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