Me parece interesante
compartir esta primicia de “Felipe” con los lectores de Aporrea...
que tengan interés en el tema:
“El año de 1958 finalizó para los caraqueños y los venezolanos de diferentes maneras. Para todos, mucha convulsión social que no conocíamos, pero que otros habían vivido en el decenio anterior. Elecciones realizadas luego de diez años y cuyo resultado sorprendió a los caraqueños. Rómulo Betancourt, presidente electo no era popular para los ciudadanos de la capital. Incluso, ante las noticias de su victoria, hubo intentos de manifestaciones y denuncias de fraude, negadas, desde luego por los representantes de los partidos políticos y por la Junta Patriótica, que en estos casos aparecía.
Siempre se conocían una serie de eventos en las calles y en los cuarteles, que se manifestaban con intentos, tímidos, de “golpes de estado”. Una “nueva” policía había hecho presencia en las calles y un ejército “amigo del pueblo”, pero lo que predominaba era la ausencia de normas y el comportamiento que había regido durante años, presidido por la brutalidad policíaca no se hallaba presente, al menos, no se sentía, había personas que hablaban de cierto “desbordes” en el comportamiento de las personas. Yo no lo creo. Uno de los recursos del gobierno cuando habían en la calle manifestaciones de cualquier naturaleza y de carácter inconveniente para ellos y su control, era acudir a la Junta Patriótica, presidida por el, ahora flamante, diputado Fabricio Ojeda. Me pregunto aun, si la legitimidad de esa “Junta” era real y no era una de las conveniencias de los partidos políticos que la integraban para encauzar a las gentes hacia la institucionalidad, que es una forma elegante de nominar la normatividad y que les garantiza la “libertad dentro del orden” que requieren los que siempre han gobernado para hacerlo sin muchos sobresaltos.
Todo el quehacer político se normalizaba. Las instituciones –sobre todo las de fuerza– iban tomando progresivamente el control. El régimen político, producto de un evento democrático, tomaba cada vez más legitimidad en las mentes de las personas. Todos pensábamos que la normatividad democrática nos conduciría progresivamente a la solución de problemas trascendentes de la sociedad venezolana. La reforma agraria, por ejemplo, que se afirmaba era una de las necesidades más sentidas del pueblo venezolano. La situación de las regalías petroleras, que algunos consideraban inequitativas para el Estado venezolano. El asunto del desempleo, –hoy parece una cifra risible– alcanzaba un 7% y se hablaba de “crisis económica” y algunos afirmaban que una de las causas de la caída de Pérez Jiménez era esa situación y lo ejemplarizaban con la quiebra de “Sánchez y Cía”, una de las empresas de ferretería más conocidas y tradicionales del país.
Todos imaginábamos la democracia como algo mágico que iba a resolver positivamente toda la problemática que sentíamos no debería existir en el país, pero que pensada y analizada seguramente no eran sino unos pocos rubros. El problema era mucho más profundo. Venezuela tenía una crisis de cierta significación, pero nadie podía cuantificar ni precisar de qué se trataba. La democracia política comenzaba a funcionar dentro de sus normas. Los partidos políticos aceraban sus armas para participar u oponerse a las políticas del gobierno.
Toda esta situación que tendía a normalizarse hubiese fluido por cauces regulares si no hubiese ocurrido un fenómeno social y político que estremeció a todo el continente y modificó muchas de las conductas de gobierno y oposición por varios años: la revolución cubana.
El primero de enero de 1959, Caracas fue conmocionada con la noticia del derrocamiento del dictador Fulgencio Batista por la acción de la guerrilla castrista que operaba en aquel país.
En Caracas hubo un inmenso júbilo. Se repitieron muchos de los hechos ocurridos un año antes en las calles cuando el derrocamiento de la dictadura. Las personas en las calles manifestando en voz alta su alegría. Los carros tocando los claxon. La embajada cubana fue asaltada por un conjunto de ciudadanos que contribuía así a la consolidación del régimen nuevo que se instauraba en la República de Cuba. Se apropiaron de la misma para entregarla al gobierno revolucionario.
Esta actitud no era improvisada ni gratuita. En Venezuela se hicieron, incluso antes de la derrota de Pérez Jiménez, innumerables campañas de apoyo al proceso guerrillero que se realizaba en la Isla de Cuba. Luego de la derrota del dictador Pérez Jiménez estas campañas se incrementaron significativamente. Por ejemplo: “Un bolívar para la Sierra Maestra” fue una campaña que generó innumerables éxitos al movimiento 26 de julio en Venezuela. Se afirman hechos más significativos, se decía que el gobierno de Larrazábal había apoyado con armas al Ejército Rebelde. Un avión que desembarcó en un lugar de la isla con una gran cantidad de armas con destino a los rebeldes encabezados por Fidel Castro. Pero había algo mucho más significativo. Radio Continente retransmitía las emisiones de Radio Rebelde, emitidas por Violeta Casals y Gustavo Pardo Llada desde la Sierra Maestra. En aquel tiempo, la emisora tenía un aparato de diez kilovatios, y decían los entendidos que podía abarcar con sus transmisiones a todo el continente. Por ese medio conocíamos los discursos de Fidel y llevábamos un poco el pulso de la situación. Era regular que cualquier vecino elevara el volumen de su receptor para que todos los que por allí vivíamos conociéramos lo que se decía por Radio Rebelde. Eran los tiempos de la radio y la voz como el primer elemento de comunicación. Eso hoy cobra importancia capital, cuando es la imagen la que se ha constituido en mensaje.
Me parece importante anotar algunos comentarios dentro de estas notas que ya tienen un carácter muy autobiográfico –cuestión que quisiera evitar–.
La Revolución Cubana,
la explosión del pueblo de Caracas ante la circunstancia de su triunfo
no debe ser vista como un fenómeno particular. Debe enmarcarse en las
situaciones que en ese momento se generaban en América desde 1956.
Había una especie de recambio de las formas de dominación para nuestros
países, las que existían, aparentemente, se habían consolidado con
el triunfo de Castillo Armas en Nicaragua. Los gobiernos militares
estaban siendo –con la participación popular, afortunadamente–
derrocados y los procesos de dominación se inscribían en la democracia
representativa. En pocos años, Perón en Argentina, Odría en el Perú,
Rojas Pinilla en Colombia, Pérez Jiménez en Venezuela y por último
Batista en Cuba, sumaban tres años de insurgencias sociales que modificaban
los modos de dominación. Se cambiaban las dictaduras militares por
gobiernos representativos producto de la participación popular en procesos
electorales. Si uno observa la panorámica de América Latina de esa
época se mira que el destino de nuestros pueblos, de una u otra manera
era la democracia representativa. Era algo así como lo que estaba en
el horizonte. En los países donde no había convulsión social estaban
regidos por gobiernos de libre elección. Chile, Uruguay, México, Costa
Rica, Panamá y otros. En Nicaragua, Guatemala y República Dominicana,
las dictaduras estaban consolidadas, la insurgencia popular había sido
derrotada de forma terminante por la brutalidad de las dictaduras, lo
que no impidió, por ejemplo, que un patriota asesinara a uno de los
Somoza, lo que no bastó para acabar con el somocismo…”