Una Revolución socialista está obligada a sostener el delicado equilibrio entre la conquista de objetivos materiales y los valores espirituales en los cuales debe sustentarse el edificio revolucionario. Apuntar sólo hacia uno de estos dos requisitos fundamentales o permitir el crecimiento de uno a costa del descuido del otro, podría conducirnos al fracaso. Más aún, si lo espiritual no es el sustento fundamental de las conquistas materiales mucho más temprano que tarde los contravalores del capitalismo minarán el campo revolucionario y nos conducirán a la sepultura.
Las conquistas de logros materiales son importantes, no lo estamos negando. De hecho la conciencia de clase es una consecuencia natural de las condiciones materiales de vida. Pero el objetivo esencial del proceso de construcción de una patria socialista es –y tiene que ser- la transformación espiritual del ser humano. Hemos de trabajar –con teoría y praxis contundentes- en la desconstrucción de los contravalores que el capitalismo ha sembrado por siglos en el alma, el corazón y la mente del ser humano, hasta convertirlo en un ser extraño a su propia humanidad, en un ser egoísta, en un ser indiferente a todo cuanto no sean sus propios intereses. Lester Thurow, afirma en su obra “El futuro del capitalismo” que: “ningún sistema interpreta mejor la naturaleza primaria y salvaje del hombre que el capitalismo” y tiene razón Mr. Thurow. El capitalismo ha logrado arrancar del ser humano todo cuanto de solidario, dulce y hermoso habita en él. Emprender –al mismo tiempo- la desconstrucción de tan poderosos reflejos condicionados así como la formación del hombre humano y nuevo es –sin duda- una tarea heroica. Una difícil tarea digna de revolucionarios y revolucionarias. Una tarea imprescindible.
El capitalismo ha convertido al ser humano en mercancía, a las naciones en mercados y a toda la humanidad en consumidores compulsivos, ha logrado convertirlos en mercancía. Como tal –como mercancía- el ser humano es sólo un elemento más del mercado. De este modo la persona sólo valora la vida en cuanto consumo y posesión de bienes materiales. De la mano de estos contravalores no habrá Misión (Vivienda, Agro, etc.,) que nos ponga a salvo del monstruo del egoísmo porque siempre estará insatisfecho en su ambición. El éxito en una sociedad signada por los contravalores del capitalismo se fundamenta en el tener en desmedro del ser y el tener no tiene límites.
Todo cuanto es creación en lo humano ha sido convertido en mercancía. Así, el trabajo, el arte, la literatura, la poesía, el deporte y hasta el amor y la familia responden al único fin del capitalismo: la ganancia y el consumo. La Revolución, por el contrario, sólo es posible con la participación entusiasta, convencida y comprometida del hombre humano, del hombre solidario, del hombre delicadamente social. Debemos revisar a fondo si no estamos cayendo en el error de suponer que podemos alcanzar los objetivos de salvación de la humanidad y el planeta: la salvación en definitiva de la vida, sin colocar el acento en lo espiritual, en la construcción de la mujer y el hombre nuevos.
No podemos olvidar que dada las características muy peculiares de nuestro proceso revolucionario debemos enfrentar constantemente dos posibilidades de gravísimos tropiezos. Veamos:
a) La poderosa maquinaria deformadora de la conciencia humana significada en los medios de desinformación y propaganda, incluidos en ellos y junto a ellos los no menos poderosos bloques hegemónicos de la religión, la educación formal, las costumbres y hasta la familia.
b) El carnaval electoral, plagado de frivolidades, de técnicas de propaganda para captar incautos, reductor de la humano a su expresión más fragmentada, individual y secreta, en el cual candidatos y “programas” son vendidos con las mismas técnicas con las cuales se promociona un perfume, una crema dental o unos zapatos.
Hacerlo sin haber empleado nuestro mejor esfuerzo en acerar, blindar y vigorizar al máximo posible la conciencia de clase de nuestro pueblo y con ella su humanidad podría resultar suicida. Blindar la conciencia de clase de nuestro pueblo equivale a blindar –en la misma proporción- la salud del proceso revolucionario. Supone ponerlo a salvo de los engaños en los cuales es muy experto el mundo pensante de la contracultura capitalista. Tiene la palabra la vanguardia comprometida y apostólica de la Revolución. Hay que empeñarnos en esta tarea hasta el consumo de la vida misma. Nuestra Revolución no puede experimentar un nuevo Gólgota o un San Pedro Alejandrino.
¡NOSOTROS VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
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