1. El economista contemporáneo más influyente
El economista actual más influyente del mundo, el Premio Nobel Paul Krugman (2008), añora la economía de equivalencia. Desde la aparición del Movimiento Ocupar Wallstreet y su genial consigna, “Nosotros somos el 99%”, el keynesiano Krugman usa el diario más importante de Occidente, el New York Times (NYT), para advertir a los estrategas del capitalismo mundial sobre un peligro mortal: la desestabilización del sistema capitalista por la creciente desigualdad de la riqueza social.
La fama profesional de Krugman se debe al desenmascaramiento de las idioteces económicas de los neoliberales, ayudado por su impecable lógica y cultura general. Des-cubrir, que el neoliberalismo es 99% por ciento ideología y 1% ciencia, es, por cierto, ninguna novedad. Pero, en la actual lucha hegemónica entre el gran capital monetarista y el gran capital keynesiano ---en términos políticos, entre el Partido Republicano y el Partido Demócrata--- los artículos de Krugman son útiles no sólo para el gobierno de Obama, sino también para la izquierda global.
2. Megacapitalistas más democráticos que Presidentes burgueses
En su columna del 25 de Noviembre, 2011, Krugman aborda el problema de la desigualdad y equivalencia, fustigando a los multimillonarios estadounidenses que pagan menos de la mitad de la tasa de impuestos (15%) que pagan los trabajadores. Esta brutal revelación del carácter de clase del Estado burgués ---que ha motivado a que algunos de los megacapitalistas más poderosos del mundo, como Warren Buffet--- ofrezcan públicamente abonar impuestos más altos, deslegitima al sistema. Cuando los Capos de la explotación se muestran más democráticos y justos que los “representantes del pueblo” en Parlamentos, Senados y Gobiernos, el fetiche de la democracia burguesa se desmorona estrepitosamente.
3. Krugman, Keynes y la equivalencia
Krugman diagnostica como causa de la actitud de los gobiernos capitalistas una violación del principio de equivalencia de la economía de mercado, del cual se derivan la satisfacción de los trabajadores y la estabilidad social. “After all, in an idealized market economy each worker would be paid exactly what he or she contributes to the economy by choosing to work, no more and no less. And this would be equally true for workers making $30,000 a year and executives making $30 million a year.” Es decir: En una economía de mercado idealizada, se le pagaría a todo trabajador “exactamente lo que él o ella contribuirían a la economía…, ni más ni menos”.
Krugman reactiva con esta formulación un supuesto fundamental subyacente a toda teoría económica socialdemócrata ---es decir, orientada en la idea del contrato social de Rousseau--- que John Maynard Keynes había expresado de la siguiente manera: “The businessman is only tolerable so long as his gains can be held to bear some relation to what, roughly and in some sense, his activities have contributed to society.” En castellano: El hombre de negocios es solo tolerable, mientras sus beneficios guarden cierta relación con las actividades que ha contribuido a la sociedad.
4. Equivalencia económica y sociedad de clase
La equivalencia económica como base fundamental de la estabilidad social en una sociedad de clase, como la estadounidense, se está destruyendo, lamenta Krugman, porque las estadísticas sobre la distribución del ingreso demuestran, que no existe una relación pertinente general entre el ingreso de un sujeto económico y su contribución económica: “mostly no relationship between someone´s income and his economic contribution”. En términos generales, hay, de hecho, un abismo entre las contribuciones económicas y los ingresos de los agentes económicos, por ejemplo, el trabajador manufacturero y el banquero de hedge fonds o manager de bienes raíces. Por lo tanto, la economía de mercado estadounidense es fundamentalmente injusta.
5. Las causas de la injusticia
Krugman identifica dos factores que neutralizan el principio de equivalencia. El primero es el sistema fiscal que favorece a los ricos. No se le ocurre al Premio Nobel mencionar que en un régimen plutocrático este comportamiento del sistema es el comportamiento que probabilísticamente se espera que ocurra. En otras palabras que sea su comportamiento “normal”.
El segundo factor es la cibernética del mercado. En una “economía de mercado idealizada” dice Krugman, se le pagaría a todo trabajador “exactamente lo que él o ella contribuirían a la economía”. Aquí el Premio Nobel cumple plenamente con su papel de intelectual orgánico del Capital, repitiendo las respectivas ilusiones de Adam Smith y las mentiras de los neoliberales. La misma disciplina de mandarín del sistema le impiden explicar, porque no se produce la equivalencia necesaria. Se limita a reconocer que Estados Unidos no tiene “the idealized, perfect market economy of conservative fantasies”, pero no desarrolla las implicaciones de esta afirmación que ponen en tela de juicio todo el modelo de bienestar colectivo de Smith.
6. La ceguera clasista de Krugman
Krugman no puede decir que la equivalencia entre trabajo y remuneración no se produce en la crematística estadounidense, porque su estructura de poder económico-político clasista la hace imposible. Para librarse de esa obligación de honestidad intelectual, usa el viejo truco de conceptualizar la justicia económica dentro del sistema de precios de mercado. Como hemos demostrado en otros ensayos, ese enfoque hace cognitivamente imposible resolver el problema de la gratificación o del intercambio “justo”, porque la noción de un precio mercantil “justo” es una idiotez cognitiva. Los precios mercantiles en la crematística son una función del poder y eso vale para el precio del trabajo. Los precios de mercado expresan correlaciones de poder, no gradientes de justicia.
7. El precio de la verdad científica
Si Krugman quiere una gratificación justa del trabajo, tiene que usar un sistema de medición del esfuerzo laboral por valores, no por precios, porque los time inputs son datos objetivos, intersubjetivamente constatables. Es decir, tendría que convertirse en un protagonista de la economía de equivalencia del Socialismo del Siglo 21. Si lo hiciera, podría decir, que es un científico ético que nunca llamaría a una verdad “mentira”. Pero, no tendría el Premio Nobel, no sería multimillonario y no escribiría en el New York Times.
Un precio demasiado alto para un producto virtual como la ética, dirá el Premio Nobel Paul Krugman.