Disfrutando de las mieles de conquistas extraordinarias tales como la Ley Orgánica del Trabajo, Trabajadoras y Trabajadores (LOTTT) así como de las impresionantes manifestaciones de movilización popular de los últimos días el tema que abordaremos pudiera parecer inoportuno y con algo de “aguafiestas” No lo creemos así y haremos el intento por demostrarlo.
Sabemos que en el ámbito de la educación y la cultura es mucho lo que se está haciendo, pero… la tarea es tan gigantesca que hay que hacer más y hacerlo mejor. Hay que desmarcarse de los centros medulares de la cultura capitalista. Hay que poner todo nuestro empeño en desconstruir una cultura de siglos basada en el egoísmo y construir –todo a un tiempo- una cultura basada en la solidaridad y el cuidado por la otra y el otro, por el prójimo que no es alguien de quien debo cuidarme sino alguien a quién ayudo y me ayuda. Como decía nuestro Robinson “entre ayudarnos y no entre matarnos” ¡Tarea gigantesca pero no imposible! Conciencia del deber social, decisión, voluntad y firmeza ideológica y podremos lograrlo. Nos va la humanidad y la pachama en ello. Esa es la extraordinaria tarea o estaríamos arando en el mar.
El capitalismo global y el vernáculo saben bien lo que tienen en juego. Necesitan abortar y extirpar todo intento de liberación de nuestro pueblo. Históricamente esto lo ha logrado por medio de la fuerza o por la vía de la transculturación. El camino directo por la vía de la fuerza no siempre le resulta oportuno. Este camino supone no sólo invadir sino mantener una presión militar sin descanso. Una cosa es invadir y otra es dominar y permanecer en el país invadido. La historia reciente es un libro abierto: Vietnam, Iraq, Afganistán, etc., etc.
Requiere la potencia invasora un conjunto de factores culturales que incluyan la convicción por parte del pueblo invadido, o al menos de un buen segmento de su población, de que es “deseable” ser dominado. A través de los bloques hegemónicos de la superestructura (educación, entretenimiento, folklore, prensa, radio, televisión, publicidad, etc.,) incultura en el subconsciente social no sólo el miedo a la libertad, la independencia y la soberanía sino la admiración por la sociedad dominante. El dominado es conducido a admirar al dominador e incluso al deseo de llegar a ser como éste.
Se arroja sobre el dominado una perspectiva imperiocentrista de modo que todo lo demás no es más que giros irrelevantes de pueblos salvajes y torpes que confirman la superioridad de la civilización dominante. Se legitima la percepción de superioridad, no sólo tecnológica, económica, académica y militar sino aún moral de la clase dominante. Esta macabra transformación del ser nacional incluye todos los espacios materiales y espirituales.
Añadamos a esto la resistencia primaria a los cambios de una cultura aceptada por siglos de dominación. Esta transformación no podremos lograrla imitando los modos y maneras del dominador. Debemos restaurar el amor por lo nuestro, por lo que somos, por nuestros valores desde nosotros mismos. Mediante ese atentado a la memoria que es la historia y los valores que se nos enseñaron en la escuela fuimos brutalmente desnacionalizados. Nos ha sido relativamente fácil nacionalizar el petróleo pero nos falta mucho por nacionalizar al hombre, a la mujer, al niño y la niña, al menos en un significativo segmento de nuestra población.
Hemos de sustentar la resistencia a la cultura capitalista no sólo en la conciencia de la injusticia sino en las causas y razones de esa injusticia. Debemos nombrar y habitar nuestra tierra desde la autenticidad de nuestro origen y nuestra historia distintos a la mirada y la historia enseñada por el dominador. Héroes, mitos y hasta la religión deben descapitalizarse. La resistencia a la estructura cultural capitalista se debe construir desde la conciencia militante de nuestros valores de pueblo dominado, expoliado, explotado y arrasado por siglos.
El capitalismo requiere de formas para asegurarse el control de nuestras vidas y nuestros recursos. Los bloques hegemónicos de la superestructura juegan un papel de primer orden en estos objetivos. Noam Chomsky la llama “Fábrica del consentimiento” consistente en que nuestro pueblo acepte que lo bello, lo civilizado, lo moderno, lo apetecible y lo deseable sea aquello representado por la cultura capitalista. Esto es algo que podemos ver a todas las horas de todos los días en las pantallas de la televisión privada, en sus emisoras de radio, en sus vallas publicitarias, en sus periódicos y revistas: patrones de conducta, arquetipos, modos de vida, paradigmas sociales y en general todas las manifestaciones de valores que denigran y desprecian lo nuestro, lo que somos presentado como desechable y feo.
Poco adelantaremos si sólo nos limitamos a pagar la deuda social en alimentos, salud y vivienda y no logramos al mismo tiempo equipar sólida y revolucionariamente las conciencias de nuestro pueblo. La monumental capacidad de difusión que el capitalismo conserva intactos en nuestra patria convierte la tarea en algo heroico. Más temprano que tarde un pueblo con acceso a beneficios insospechados hace apenas unos años pero sin esa conciencia de clase y del deber social necesarios podría entregarse de nuevo en manos de sus verdugos. El esfuerzo sostenido en este ámbito constructor de los valores socialistas debe ser organizado y permanente. Sistema educativo, gestión cultural y el Sistema Nacional de Medios Públicos tienen un ineludible compromiso con la humanidad y con nuestra historia.
¡CON CHÁVEZ RESTEAOS!
¡CHÁVEZ ES SOCIALISMO!
¡VENCEREMOS!
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