Cuando ocurrió la revolución cubana yo tenía apenas diez años. Así que me fui interesando e informando del mismo modo que me interesé e informé de la verdadera historia de Venezuela, retrospectivamente. La revolución liderada por el presidente Húgo Chávez fue la que hizo aflorar el debate sobre la verdad de los acontecimientos históricos fuertemente tergiversados, desinformados, distorsionados por los intereses y el aparato de poder de turno.
Hoy que estoy viviendo la revolución bolivariana, que tengo 45 años viviendo en Venezuela, no puedo evitar darme lamentablemente cuenta que en mayor o menor grado siempre los intereses que controlan el aparato de poder, no necesariamente el gobierno o el estado como se creía un tiempo atrás, sino igualmente un paragobierno que haya concentrado el poder económico, son los que legislan y administran. Basta mirar lo que sucede en EEUU y Europa para reconocerlo.
Por no hablar de lo sucedido en Afganistán, Irak, Libia y en pleno acontecimiento en Siria. El triste y servil papel que han jugado las supuestas organizaciones internacionales y sus burócratas, responsables de hacer respetar los derechos humanos, políticos y económicos de las naciones. Bastó que la revolución niña diera señales de orientarse a la justicia social, para que comenzaran los ataques orquestados de los medios de comunicación internacionales, preparando los golpes de estado, los sabotajes petroleros, el tratar de doblegar al pueblo por hambre.
¿Y por qué a los intereses internacionales, a los paragobiernos económicos que tienen ingresos más elevados que la gran mayoría de las naciones, por qué a los imperios no les agradan los gobiernos con orientación social? Simple. Porque para poder distribuir dividendos sociales primero hay que disponer de ellos. Por tanto hay que recuperar la soberanía, el control de los recursos naturales, de las empresas estratégicas.
Y cuando lo intentas, y cada uno que lo ha intentado ha puesto inevitablemente en peligro su vida, no puedes sino darte cuenta que están en manos directa o indirectamente de los tales “intereses internacionales”. ¿Cómo podrían pues desear que esos recursos, mediante uno u otro sistema de distribución, que no importa demasiado como se llame pasen a manos de los discriminados, de los menos favorecidos socialmente?
Si nos ponemos a jugar a la sinceridad y además tenemos el poder de nuestra parte ¿tu lo desearías y aceptarías sin más? Y cuando se trata del país con las mayores reservas de petróleo, del oro negro que mueve el mundo y contabas con esa fuente segura de abastecimiento para una o dos centurias, ¿te agradaría enterarte de que ya no cuentas con ella y la van a repartir entre gente que no conoces ni te interesa para nada?
Cuba no disponía ni remotamente de los recursos de todo tipo con que cuenta Venezuela. Pero sí contaba con lo que no contaban los que creían que todo era un negocio y se podía comprar y vender en el mercado. Fidel, lider y guía de la revolución cubana, creía en y era expresión de la dignidad y la solidaridad humana, de la que los negociantes o seres humanos frustrados, que resienten su propia humanidad se burlan llamándola utopía, idealismo, ingenuidad.
Sí, utopia e idealismo, ingenuidad traicionados y derrotados una y mil veces. Pero si es necesario traicionarlos y derrotarlos una y mil veces, ha de ser porque esas raíces profundas y fecundas retoñan también una y mil veces, sin preguntarse ni hacer cuentas de cuantas derrotas las anteceden. Tal vez porque son inherentes a la naturaleza humana. Si jugamos otra vez el juego de la sinceridad cabría preguntarse, ¿qué es más humano, la dignidad o la traición?
También podríamos preguntarnos, ¿por qué es necesario tergiversar, esconder, disfrazar la verdad inmediata o histórica para poder seguir haciendo impunemente negocios? ¿Será porque el ser humano acepta naturalmente la mentira? Creo que no hace falta que reitere que, tanto la función de ocultar como de evidenciar la verdad en estos tiempos, la cumplen los medios de comunicación masivos. Por eso se los ha llamado el cuarto poder, porque pueden imponer su versión de los hechos y aún inventarlos cuando no los hay.
Entonces lo que aquí está en juego es la credulidad, la ingenuidad, la capacidad de ser seducidos atencionalmente una y mil veces, engañados por falsos argumentos de los cuales no llegamos a ver el trasfondo, llevados a ponernos en contra de nuestros propios intereses al no alcanzar a reconocer el alcance de las propuestas, al vivir sumergidos en la inmediatez de nuestros sentidos. También podríamos hablar de la insuficiente experiencia de vida para reconocer el alcance a largo plazo de nuestros actos.
Podríamos decir que acumulamos y heredamos experiencia colectivamente, porque el tiempo de vida personal es demasiado breve para aprender. Nos ha tomado miles de años de experimentación y conocimiento construir nuestra historia y mundo, nuestra presente forma de vida. Y el costo de nuestra presente forma de vida no es otro que la vida que miles de millones de seres humanos entregaron. Porque no hay otro precio ni otro modo de aprender que viviendo.
¿Cren uds. que una vez que hayamos presenciado como este modelo de vida agotado se hunde, arrastrando a miles de millones de seres humanos y poniendo en peligro la vida toda, una vez que hayamos experimentado el costo de vivir explotando a grandes masas de seres humanos para el beneficio de unos pocos, desearemos por ventura volver a recrear y experimentar esas condiciones? Yo no lo creo. Si deseamos y nos ponemos a construir uno u otro modo de vida, es porque creemos que nos dará mayor suma de felicidad. Solo que a veces las cuentas salen mal.
En todo caso otros son los tiempos. Cuba bloqueado económicamente ha demostrado su dignidad y solidaridad, su humanidad con todos los pueblos. Venezuela también. Pero además, hermanado con y apoyado justamente por la solidaridad cubana se ha proyectado al mundo. Ha promovido diversas formas de compartir sus bienes, especialmente con los más necesitados. Nuevamente la dirección social de la justa distribución.
Petrocaribe, el Alba, Unasur, la Celac, son toda una nueva forma digna, de solidaria relación entre naciones y grupos humanos. Fruto de la sensibilidad de una nueva mirada que reconoce que si no crecen juntos los pueblos se convierten en cánceres, se parasitan unos a los otros y solo caminan hacia el sufrimiento y agotamiento de la vida. Esa nueva y sensible mirada, y sobre todo la firme voluntad que la lleva a los hechos, nos convierte en un forúnculo especialmente doloroso.
Somos un ejemplo de dignidad y solidaridad doblemente molesto y peligroso. Somos el ejemplo, la alternativa viviente de que se puede vivir satisfactoriamente sin esclavizarnos ni explotarnos los unos a los otros, sin deshumanizarnos, sin quitarnos la dignidad de ser humanos y peor aún cortar nuestras raíces, enajenarnos natural e históricamente perdiendo así la alegría de vivir. Por eso miramos y crecemos solo hacia arriba, hacia el cielo, crece nuestro orgullo al costo de nuestra humanidad, de nuestra felicidad. De paso esbozamos un camino hacia las complejas, profundas y poco comprendidas raíces de la violencia social, del sufrimiento mental.
¿Cómo se puede ser feliz viendo morirse a otros de hambre, y sobre todo sabiéndose el motivo de ello? Es imposible. Tienes que negar tu humanidad, deshumanizarte, matar tu sensibilidad, anestesiarte para no sentir la verguenza de traicionar tus más elevados sentimientos. ¿Es extraño entonces que la desesperación nos lleve a cometer las más grandes atrocidades cuando la verguenza ya no nos permite mirar a los ojos, mirarnos en el espejo, cuando solo deseamos escondernos especialmente de nosotros mismos? ¿Tiene algo de raro que la felicidad se escape y esconda de nosotros como del mismo diablo?
Pero no solo somos un mal ejemplo práctico de que otras formas de vida son posibles, sino de que la dignidad humana es más fuerte y poderosa que todas las armas e imperios. Somos el ejemplo viviente de que la conciencia humana puede concebir, crear y traer a ser nuevos e insospechados mundos y formas de vida. Somos la demostración de que las mayores utopías son posibles, de que la dignidad humana no es solamente un sueño, de que la traición es desconocimiento de nuestra verdadera naturaleza además del peor de los negocios.
¿Les parecen entonces suficientes simples y evidentes razones, para que a los “intereses internacionales” les desagraden y tergiversen las intenciones de los gobiernos con orientación social? ¿Les parece suficiente escozor en el orgulloso trasero para que concentren su interés y batería inagotable de recursos y trucos, cotidianamente en los sucesos e iniciativas de un gobierno o país hasta hace unos años casi desapercibido?
Es que duele y averguenza que un insignificante forúnculo, crezca hasta el punto de poner en evidencia que nuestra grande y poderosa imagen no es sino una sombra del temor. Algo se convierte en grande y poderoso cuando ha logrado que su contracara se sienta pequeño, insignificante, que deje de confiar en sus propias fuerzas, que se sienta separado de las fuerzas vitales que lo impulsan, que pierda su natural alegría de vivir.
Creo entonces que, a pesar de que el costo de nuestra ignorancia, inexperiencia y erróneas cuentas puede ser grande, podríamos estar a las puertas de aprender a vivir en paz. O dicho al revés, de incorporar poderosos reflejos involuntarios de rechazo, náuseas y hasta vómitos ante todo tipo de violencia o discriminación.
Podríamos estar a las puertas de reconocer lo que es ser esencialmente humanos y natural, epontánea, inesforzada, graciosamente felices. Una alegría sin objeto o motivo, por el simple hecho de existir. O lo que es igual, estaríamos a la puertas de comprender que negar la intencionalidad, la humanidad propia o ajena es anestesiarse, incapacitarse para ser feliz.
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