Hay una angustia subalterna en gentes que aparecen porque están en la corrupción o porque no han entrado a ella.
El hombre siempre ha sentido la angustia, pero en épocas antiguas eran más fáciles neutralizarlas realizándose asimismo. Esta realización es más difícil de alcanzar en las presentes décadas, entre otras causas, porque es recia la competencia y son más exigentes las metas. La angustia es un fenómeno natural que se contrarresta con la voluntad firme que nos haya dado la educación. En lo más íntimo de nuestro ser flota como quien no quiere la cosa, el designio de que algún día moriremos. Pero la inseguridad que se deriva de esta convicción se compensa con la obra que hagamos o con el combate que libremos para efectuarla. Vivir es crear y por ello los grandes hombres han escapado al temor de la muerte.
La mejor píldora contra la ansiedad en la decisión de enfrentarlas. El niño debe entrar en el cuarto oscuro aunque le tenga miedo. A fuerza de hacerlo termina convirtiéndose de que las tinieblas no son tan fantasmales como él creía. De igual manera el hombre al desplazar sus conflictos a sabiendas de que dándoles el frente, su sufrimiento será más soportable que dándole la espalda. Con la primera actitud pierde la esperanza de alguna solución; con la segunda, sólo se hundirá más en el desaliento, alejándose de cualquier salida. Es el caso de los neuróticos que como el avestruz, se tapan los ojos para ignorar la realidad circundante. La desproporcionada circulación de dinero en nuestro país ha dado lugar a montañas de neuróticas en su más diversas variedades.
El robo abierto al patrimonio del Estado, que es también del pueblo, ha causado manifestaciones de la angustia subalterna, no la creadora. Esta angustia ha sido según el nivel de conciencia que le quede a cada ladrón. Pongamos que el caso de tres visionarios que hayan arrasado con lo que encontraron en un despacho, para el cual fueron nombrados. El primero, considera que no ha dicho otra cosa que ponerse la moda, que embolsillarse una comisión es un acto honorable. Pero su súper yo no está convencido de lo mismo. Este sujeto andará asustado sin saber por qué. En el segundo caso, el súper yo y la conciencia de estar en acuerdo y por lo tanto, el trasgresor sabrá la causa de su angustia. Esta será menor que la del anterior ladrón, pero no por eso liberará a los pacientes de un ritmo cardiaco acelerado, de respiraciones profundas y de temblores repentinos.
Estos dos candidatos pertenecen a la clase de los que se hacen rico y se mueren temprano. En el tercer caso, nos hallamos con un sujeto cuya mentalidad le confiere carácter virtuoso el billete, independientemente de la forma como lo obtuviere. Este no se angustiará por el botín mal habido aunque sentirá que le desgarran las entrañas si se lo quitaran. Este personaje, además sufrirá una incurable ansiedad si a pesar de sus caudales, algo le impidiera acrecentarlo. Eso lo mataría de pena. Vean ustedes como la corteza cerebral es neutra. Su ética depende de la educación que haya recibido.
Ella actuará alternando el metabolismo y desencadenando procesos perjudiciales al individuo, si la conciencia de que es portadora, está insatisfecha. Y ya sabemos que la conciencia puede ser transparente o puede ser lóbrega. Es decir, que puede sentirse insatisfecha por la falta de luz o por la falta de oscuridad. Tales evidencias fueron consagradas por Iván Pavlov, el gran neurofisiólogos soviético. Pavlov hasta les creaba a sus perros reflejos positivos ante un círculo y reflejos negativos ante un triángulo. Lo sometía a la acción de los reflejos positivos del círculo y nada pasaba.
Al exponerlo a la acción de los reflejos negativos del triángulo, los perros encanecían prontamente, perdían el apetito, se tornaban tristes y hasta perecían si se les mantenía bajo el adverso estímulo. Todo depende, pues, de los reflejos que hayamos recibido, de la enseñanza que nos haya impartido para hacerlo mejor o para hacerlo peor. Si esta verdad científica es inobjetable, la nación entera corre el riesgo de ser condicionada a favor de los favores fugaces, que son practicados por ciertos poderosos especimenes del sistema. Un efecto contrario estaría a nuestro alcance si los valores prevalecientes fueran los del pensamiento humanístico y humanizado, los del trabajo y los del respeto por la dignidad del pueblo.