En ellas está el secreto de la victoria sobre el capitalismo, no hay otra vía

¡Hagamos el socialismo de las cosas más sencillas!

Ver como mucha de nuestra gente –no me refiero al enemigo burgués sino a los proletarios como nosotros- contribuye hasta con entusiasmo a consumar la terrible operación de desangramiento económico de la Patria por una miserable ganancia monetaria revendiendo o raspando tarjeta hace que se nos disparen todas las alarmas. Esa hidra de mil cabezas que nos acosa con su tendencia poco menos que irrefrenable al egoísmo, a la viveza, a la trampa, al guabineo ético y al mimetismo más grotesco hace que debamos preguntarnos si verdaderamente marchamos hacia esa sociedad humana y nueva que llamamos socialismo o si de nuevo nos encaminamos hacia otra –quizás la última- dolorosa derrota de lo humano.

En lo personal estoy persuadido de que más allá de que alcancemos o no los ansiados objetivos, muchas y muchos de nosotros seguiremos caminando hacia la utopía como soñadores sin redención de que esto que llamamos vida es un puente y los puentes se cruzan y no se queda uno a vivir en ellos. Seguiremos persuadidos de preferir un millón de veces que la muerte física nos encuentre caminando tras la utopía con las manos abiertas a la esperanza a que nos consiga arrellanados, enchinchorrados y empantuflados con la panza llena de hambre ajena,

Ahora… ¿cómo lograr que no nos desvíen?, ¿cómo hacemos para caminar con buenos compañeros?, ¿en quienes creeremos?, ¿cómo identificar a los guabinos y aprovechadores? Por la palabra no creo que despejemos esta grave duda. La palabra, definida por Karl Marx como “la envoltura material del pensamiento” parece más bien en demasiados casos un recurso muy efectivo para esconder lo que se piensa, para decir lo que conviene y callar aquello que nos compromete.

Entonces… ¿cómo? Jesús de Nazareth “nuestro primer camarada” nos hace entrega de un valioso instrumento. Veamos: Los fariseos –contrario a lo que muchos creemos- eran unos buenos judíos, algunos de ellos llegaron a ser tan “buenos” y perfectos en el cumplimiento de la norma que formaban un grupo conocido como “los irreprensibles”, era gente que lo hacía todo –o casi todo- tan bien que no podían ser reprendidos. Sin embargo esta gente no pudo engañar al humilde carpintero de Nazareth, los detectó rapidito, lo hacían todo bien menos una cosa, la esencial, aquella sin lo cual todo es pura pantomima, pura apariencia, puro disimulo y puro oportunismo: AMAR AL PRÓJIMO COMO A UNO MISMO. Ahí tenemos el certero bisturí curta caretas que nos dejó el carpintero. “Por sus frutos los conoceréis” fue otro bisturí cortante como la verdad misma.

De modo que no requeriremos muchos análisis conductuales ni el auxilio de psicólogos sociales, creo que bastará con mirarlos cómo andan, cómo viven, cómo se desplazan, en que se desplazan…y poco más. Fue Andrés Eloy Blanco quien dijo que el dinero era como la tos, imposible de ocultar. Mi abuelita, menos conocida y menos preparada que Andrés Eloy pero quizás igual de sabia, decía “El dinero y el poder blanquean mijo” decía la sabia viejita. El dinero y el poder cambian el porte, los modos, el airecillo ese de arrogancia fatua, ustedes me entienden. No importan los esfuerzos que hagan por ocultarlo, el dinero y el poder los denuncian.

Bien, camarada Maduro, y si el dinero blanquea y el dinero cambia a la gente, ¿no habrá llegado la hora de cambiar el perverso sentido del dinero, al menos entre nuestras nacientes Comunas en Construcción?, ¿no deberemos tomarle la palabra al Comandante Chávez cuando sugería crear otra clase de dinero que circule entre ellas? ¿Un dinero que sirva para el intercambio de bienes de consumo? Un dinero fuera del campo de acción de los bancos, el comercio, el consumo suntuario o la compra de voluntades? ¿Será demasiado utópico el sueño?. No lo creo, basta que veamos cómo viven y conviven nuestros aborígenes no contaminados, ¿no es acaso bajo el mismo lema de Hechos de los Apóstoles o incluso del sueño comunista de Lenin “A cada quien según sus necesidades, de cada quien según sus posibilidades”? ¿No es ese el mundo que esperamos conquistar?

Veamos: En una comuna aborigen todo se tiene en común, se come si hay comida, se protege a los más débiles, no hay urbanizaciones de lujo o clase media en contraste con ranchos de cartón, todas las churuatas son iguales, si acaso hay alguna preferencia ésta es por los ancianos y los niños. Hace unos años, los caraqueños –sorprendidos y admirados- pudieron observar cómo a la hora del almuerzo, los aborígenes que vinieron a la FITVEN aquella en la Base Aérea Francisco de Miranda, pasaban –en gesto de extraña generosidad para nosotros- y colocaban la comida en un círculo, cada uno la suya que luego se hacía “comida nuestra” y cuando la comida se hizo colectiva comieron todos, en orden y armonía perfectos ¿Se parece esto en algo a lo que estamos llamando “Comunas en Construcción”?

En uno de los casos más notorios y socorridos del Evangelio de Jesús “la multiplicación de los peces y los panes” -casi todas las reflexiones que hace la Iglesia van lamentablemente dirigidas a resaltar el gran poder de Jesús para multiplicar los panes y los peces, ¡craso error, según creo!, ¿por qué habría de sorprendernos que quien llamamos Dios pueda multiplicar unos cuantos peces y unos cuantos panes si aceptamos que hizo el mundo?, el milagro verdadero, la lección de comunismo del bueno estaba en otro lado, ¡sí!, en ese lado que no queremos ver porque nos cuestiona, nos involucra y esa vaina duele. El milagro estuvo en “organicen a todos, que se sienten en grupos, pongan los panes y los peces que tienen en unas cestas, y ahora… distribúyanlos entre todos…” Y comieron todos hasta hartarse y sobraron panes y peces. ¿Hay quien ponga en duda que si hoy hiciéramos exactamente lo mismo habría alimentos en el mundo para todos? ¿Se morirían hoy niños de hambre en el mundo si se compartiera, o si sólo se renunciara a la guerra por dominio? Todos sabemos la respuesta. Sólo que la respuesta nos obliga a dejar de mirar al cielo y mirarnos a nosotros mismos en nuestras miserias y...repito... ¡esa vaina duele!

No será fácil, compatriotas, ¡quien dijo que lo sería!, pero no podemos optar por otro camino. ¡Vamos! ¡Ven, dame tu mano y caminemos como hermanos! ¿Qué podemos perder los que nada tenemos que no sean las cadenas? ¡Caminemos tras la utopía, si total no cuesta nada y se gana todo!,

¡LA UTOPÍA ES CONCRETABLE Y ES NUESTRA!

¡¡¡VENCEREMOS!!!


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Martín Guédez


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