No sólo para los pueblos pobres del mundo sino para la humanidad entera

El capitalismo, un cáncer que hizo metástasis

El capitalismo es incompatible, no sólo con la democracia, sino con la vida misma. La voracidad capitalista ha destrozado el planeta. En pocos años, -un suspiro en la historia humana- ha convertido mares y ríos en cloacas, selvas en desiertos, la atmósfera en irrespirable y la vida humana en una tragedia. La economía capitalista ha concentrado en las manos de unas pocas empresas supranacionales todo el poder decisorio sobre la vida en el planeta. El mundo actual, tras la caída del socialismo de Estado en Europa, ha devenido en un espacio de interés exclusivo de estas grandes corporaciones. No requieren de representatividad, no están sometidas a las normas jurídicas internacionales, ni a conciertos sobre derechos humanos, no presentan cuentas a nadie, no las mueve ningún valor distinto al de la ganancia. La humanidad, y con ella el planeta, está muriendo en sus manos.

Progresivamente la lucha por espacios comerciales, ordinariamente protagonizada por países o bloques de países, ha dado paso a una sola economía mundial a través de los flujos financieros y el libre tránsito de sus mercaderías. Absolutamente nada se resiste a este vendaval de libertinaje del capital que todo lo arrasa y cual caballo de Atila, donde pone su pezuña no vuelve a crecer la hierba. Ha quedado atrás el tiempo en que un país, incluso un grupo de países, podía marcar la senda de la economía. El gobierno económico mundial ejercido en la sombra por el G-8, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial es, apenas, poco más que la representatividad de las grandes transnacionales verdaderas dueñas del concierto. Para la inmensa mayoría de los pueblos del mundo, tienen mucha más importancia las decisiones que se toman en los bunker de las grandes corporaciones transnacionales que las acciones emprendidas por sus propios gobiernos.

A través de la producción, el comercio, los sistemas financieros y la globalización de la información, el mundo entero está atrapado en una inmensa red sin salida. La deslocalización progresiva de las grandes transnacionales, que transfieren sus actividades del Norte al Sur en cualquier lugar del planeta, tras mano de obra barata, convierte, por ejemplo, los esfuerzos integradores entre países en una pantomima. Los países acuerdan y las transnacionales se posicionan. Suponen que intercambian entre naciones y en realidad lo hacen con las mismas transnacionales. Se intercambian automóviles, por ejemplo, con Brasil, y en realidad se hace con la transnacional asentada en ese país.

Es la naturaleza de esta novísima etapa del capitalismo la que ha hecho posible esta división global del trabajo presta a forzar sistemas sociales y fiscales que le sean beneficiosos para sus únicos y apátridas intereses monetarios. El dinero sin patria es la más escurridiza mercancía de nuestros días. Lo predominante es la movilización de capitales voraces siempre dispuestos a depredar, explotar y destruir si en ello encuentran ganancia. Para este monstruo depredador todo estado con pretensiones de soberanía es un estorbo inaceptable. Aún las experiencias más suaves de control estatal son hoy inaceptables para esta orgía de libertad capitalista. La liberalización del tráfico de capitales ha permitido que en unas pocas manos sin patria ni moral, prácticamente independientes, se concentre un movimiento de capitales que supera con creces todas las reservas de los Banco Centrales de las naciones.

La humanidad entera enfrenta este peligro devenido en más que una amenaza. La humanidad y la vida toda en el planeta está en manos de unos amorales que superan con creces cualquier otra experiencia histórica de depredación y genocidio. La ganancia decide todas las acciones, luego entregadas para su ejecución a los estados de las superpotencias militares. No son los estados, -eso fue lo clásico- quienes deciden el objetivo a invadir o anexar. Hoy estos objetivos son seleccionados en las oficinas de las grandes transnacionales y son los estados los encargados de ejecutar sus designios. No fue, por ejemplo, el gobierno de Mr. Bush quien decidió el ataque a Irak. No fue el ejército de los EEUU, quien decidió que objetivos destruir. Fueron las grandes empresas petroleras o la Halliburton quienes decidieron que tomar o que destruir. Fueron las transnacionales las que pusieron la tarea. Son los grandes laboratorios quienes deciden, incluso, que enfermedades atacar o cuales ignorar. Llama la atención que la gripe aviar haya puesto en manos de un laboratorio un negocio superior a los dos mil millones de dólares en tanto que, los medicamentos para el tratamiento del Sida reciban apoyo financiero para hacerlo accesible a los pueblos más pobres que apenas alcanza el 5%.

O la humanidad despierta y lo hace ya, o despertaremos entre los horrores de un infierno. Hemos de construir entre todos otro mundo. Hay que salirle al paso a esta dictadura plutocrática. Hoy, mucho más que cuando lo expresó Rosa Luxemburgo, la consigna es más que un sueño o una esperanza, es un grito de angustia: ¡Socialismo o barbarie!.

HUGO PARA TODOS Y TODOS PARA HUGO.

 

LA BARRICADA SÓLO TIENE DOS LADOS.



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La fuente original de este documento es:
ARGENPRESS (http://www.argenpress.info/nota.asp?num=028594)



Martín Guédez


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