Analizamos de dónde surge la teoría queer, qué respuestas ofrece al descontento arraigado en muchas y muchos activistas de los movimientos de lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales (LGTBI), así como sus potencialidades y limitaciones.
El lenguaje (en este caso, verbal) es una de las herramientas que tenemos para acotar en términos el mundo y aquello que lo compone. Por esto consideramos necesario comenzar la historia por la procedencia de la palabra "queer". En su origen, allá por el siglo XVIII, "queer" servía para dar nombre a todo lo que fuera inútil, raro, o en palabras de Beatriz Preciado, "todo lo que por su condición [...] ponía en cuestión el buen funcionamiento del juego social"1. Por descontado, esto incluía a todo lo que no pudiera encajarse dentro de las categorías de hombre o mujer; es decir, queer era -y es- aquello que se escapa a la categorización binaria asumida dentro de las estructuras que han conformado los sistemas económicos y sociales basados en la opresión, hasta llegar al sistema capitalista actual. "La teoría queer es la elaboración teórica de la disidencia sexual y la de-construcción de las identidades estigmatizadas, que a través de la resignificación del insulto consigue reafirmar que la opción sexual distinta es un derecho humano"2. En la práctica, pretende abolir las categorías tradicionales (mujer, hombre, lesbiana, homosexual, bixesual, trans…) con el argumento de que esas diferencias acaban por separar a la gente de los movimientos LGTB ya que obedecen a las estructuras y categorías del sistema mismo. Una teoría realmente innovadora que superaba una de las carencias del movimiento LGTB.
Los movimientos por la liberación agrupados en lo que conocemos como LGTB(I) -volveremos a la "I" de intersex más tarde- han conseguido grandes logros, si bien actualmente gran parte de esas luchas -que obsequió al mundo con grandes movilizaciones como las discurridas tras las revueltas de Stonewall3 (1969, New York, donde gente del colectivo gay mayoritariamente se enfrentó a la policía tras años de registros arbitrarios y violencia contra homosexuales)- se han visto absorbidas por los mecanismos de desactivación de luchas inherentes al sistema. De ese modo, quizás las reivindicaciones LGTB se han acordonado más bien dentro de una aceptación en el seno del funcionamiento del sistema en lugar de ofrecer una ruptura con el mismo, que es el que provoca la exclusión de todo aquello que no se ajuste a su modelo hegemónico y heteronormativo. Por otro lado, el mercado rosa ha secuestrado también una gran parte de todas las demandas y ha heteronormalizado las reivindicaciones de estos movimientos. De ese modo, podemos ver a día de hoy en la mayoría de series de televisión a parejas homosexuales, tanto de hombres como de mujeres, perfectamente integradas dentro del sistema. A su vez, es cierto que la hegemonía del primer tipo de parejas es más que evidente, relegándose en muchas ocasiones la presencia y/o importancia de las lesbianas -y del resto- a un segundo plano.
Es frente a estas carencias que el movimiento LGTB no ha sabido superar, de donde surgen la teoría y el movimiento queer, que plantea superar estas identidades citadas anteriormente para afrontar la exclusión desde otro punto de vista. Desde esta óptica, la teoría queer abre una nueva puerta al movimiento ya que reestructuraría a toda esa capa de activistas en un solo bloque. Ésta, junto con la ruptura fulminante del "mundo de las etiquetas", son los potenciales más relevantes que ofrece la teoría.
El surgir de la teoría queer. Potencialidades y limitaciones
La política de identidad del movimiento LGTB en los años 80, así como su comercialización y las políticas reformistas en cuanto a esta cuestión, son el abono para el auge de este movimiento, fue sobre todo una respuesta radical que buscaba romper con las políticas identitarias que fracturaban el movimiento LGTB. Es tras el ascenso del postmodernismo académico de esa década, que rechazaba el centralismo de la clase trabajadora como sujeto de cambio principal, cuando esta teoría empieza a desarrollarse de manera importante. Aquí nos encontramos la primera gran contradicción.
La teoría queer nace, como la mayoría de las grandes corrientes filosóficas, del ámbito académico, aunque es cierto que esta teoría no ha sabido, o al menos aún no lo ha conseguido, hacerse eco en el seno de la sociedad en general y de la izquierda (en todo su espectro) en particular. Este hecho no se debe a que sea una teoría más o menos joven sino que realmente no aporta estrategias claras para acabar con el sistema que precisamente ha usado todas las divisiones posibles entre la gente trabajadora para mantenerse en pie.
Por otro lado, esta teoría sigue sin ofrecer una explicación clara sobre cómo se generan las diferencias entre los sexos biológicos y su relación con el género, a pesar de haber estado muy acertada al visibilizar los derechos de las personas intersex que representan un porcentaje nada despreciable de la población mundial. Esto no quiere decir que la teoría queer no haya bebido ni se haya nutrido de las experiencias del movimiento feminista, LGTB, etc. Pero no ofrece un análisis del origen de las opresiones relativas al caso; y, sin conocer los pilares que sustentan una situación injusta, es imposible dinamitarla.
Identidades: categorización o individualización
La solución que aporta la teoría queer se basa en un concepto antiidentitario mediante el cual se pretende romper con las diferencias que se dan entre las personas por cuestiones de sexo, género e identidad sexual. Pero aquí hay un punto clave. Y, de hecho, la categorización de las ideas y los conceptos ha sido y es una herramienta esencial para poder entender cualquier situación; necesitamos poner nombre y establecer grupos en base a diferencias reales. El hecho de sentirse mujer, o negra o transexual, por ejemplo, no es una elección meramente individual: la sociedad se encarga de que nos sintamos diferentes si nos salimos de las reglas establecidas de la "normalidad del sistema", y como personas individuales asimilamos estos comportamientos, los reproducimos y formamos parte del asentamiento de estos roles. Es cierto que la teoría queer es alentadora en cuanto a su proposición de demoler este sentir para pasar a considerarnos, simplemente, personas, sin tener que estar sujetas a otro tipo de identidad. Pero han sido precisamente estas etiquetas (mujer, negra, gay, etc) las que han permitido que las personas consideren el por qué son tratadas diferentes, por qué forman parte de un grupo oprimido. El hecho de intentar obviar o no considerar estas diferencias no va a hacer que a nivel global desaparezcan: necesitamos ir a la raíz y sacarla de cuajo. Además, como bien afirman Cathy J. Cohen y Tavia Nyong’o, "en lugar de desestabilizar las categorías asumidas y las dualidades de la identidad sexual, las políticas queer han servido para reforzar las dicotomías entre heterosexualidad y todo lo queer"4.
Una de las teóricas queer más conocidas, Judith Butler, habla de una gran capa de sedimentos conformados en performances (o actos)5 que se han ido depositando en el transcurso de la historia y que podríamos traducir, a bote pronto, como todo aquello que significa ser mujer o ser hombre. Pero hemos de recordar que los roles se han transmutado a lo largo del tiempo. El rol, en el sentido más amplio del término, no ha dejado de ejercer su función, aunque sí que ha habido cuestiones que han ido cambiando. Como bien expone Silvia Federici en "Calibán y la bruja", durante la Edad Media, las mujeres eran relegadas a realizar los trabajos más pesados (como la construcción) y ahora sin embargo en el ideario colectivo las mujeres en general se consideran no del todo capacitadas para esta labor, pese a que gracias al desarrollo tecnológico el uso de la fuerza necesaria para ciertos trabajos es absolutamente practicable por cualquier persona sana. Aunque las mujeres hayan tenido (y tengan) un rol reproductivo cuales máquinas para generar y cuidar más personas aptas para producir bienes, esta situación se ha incrementado conforme el sistema de explotación ha ido evolucionando. Pensemos que la tasa de beneficios actual supera a la de hace un par de siglos, aunque la jornada laboral se sitúe -en proporción a lo que sería necesario trabajar para producir lo mismo- varios niveles por encima. La necesidad del sistema de sacar cada vez más provecho al trabajo de la gente ha ido de la mano de una mayor explotación a todos los niveles y la situación de las mujeres a este respecto ha cambiado. Por poner un par de ejemplos, cada vez que un sistema entra en crisis la cuestión del control de la natalidad entra en juego, a la vez que cuando "se recupera" hay una mayor incorporación de las mujeres al terreno laboral remunerado. Es decir, la cuestión de género no es primordialmente una cuestión cultural, sino que está intrínsecamente ligada al sistema productivo/reproductivo. Butler afirma que esa capa de sedimentos, al igual que el concepto de rol en sí, se pueden cambiar, y en eso estamos de acuerdo. Pero la pregunta es ¿cómo lo hacemos?, ¿dónde están los cimientos que tenemos que atacar?.
Conclusiones
Agrupando todo lo discriminado por cuestiones sexuales (aunque esto es más amplio, ya que hay personas heterosexuales que se consideran queer) no vamos a acabar con la opresión. La opresión sexual surge de la necesidad del sistema capitalista de afianzar la institución de la familia y crear roles sociales que, por un lado, sirvan para dividir a la clase trabajadora (por sexos, nacionalidades, etc) y por el otro para asegurar el papel de cada cual dentro del sistema de reproducción/producción. Por eso, todo lo que se salga de ahí es nocivo para el funcionamiento del sistema, porque lo cuestiona y desestabiliza, y aunque los movimientos históricos LGTB no hayan sabido dar una respuesta clara a la hora del análisis, la solución no pasa por agrupar todo en una categoría más grande. Hay que añadir que las mismas contradicciones identitarias del movimiento LGTB se reproducen dentro del movimiento queer: ¿cómo enfrentamos las contradicciones de clase dentro del movimiento, por ejemplo? Volviendo a recurrir a las autoras anteriormente mencionadas (Cohen y Nyong’o), "algunas organizaciones y activistas queer blancos se apropian peligrosamente de un modelo de opresión única".
Por otro lado, la teoría queer ofrece pequeñas soluciones más individuales que colectivas, ya que utiliza el cuerpo como medio de expresión y son pocas las veces que estos actos provocan cambios a gran escala. Además el componente de clase es claro. Para poder desarrollar la teoría queer y aplicarla a la vida cotidiana, necesitaríamos capital cultural, tener una situación estable tanto económica como socialmente. Económica, porque es innegable que existe un peligro real de perder el empleo si nos salimos de las normas socialmente establecidas, y no digamos ya si esto conlleva exteriorizarlo mediante nuestro cuerpo. Y social, porque es necesario un grupo fuerte de apoyo. Además, el capital cultural necesario no es fácilmente asequible, los recursos necesarios para entenderla y practicarla no están al alcance de la mayoría de la gente.
Si queremos cambiar realmente el estado de las cosas, necesitamos herramientas que nos permitan comprender y aprender del pasado, así como tomar las que creamos aún válidas y crear otras nuevas para el momento presente, por lo que "el movimiento queer, tal y como está construido ahora mismo, no ofrece ninguna alternativa política viable, nos ofrece una agenda política que invisibiliza la prominencia de la raza, la clase social…"6.
Con estas argumentaciones no se pretende echar por tierra el gran trabajo y el progreso a nivel filosófico que ha proporcionado la teoría queer. Hemos de reconocer que la idea de abolir cualquier diferencia que pueda existir basada en la sexualidad de cada cual es realmente muy progresista, y debería ser una meta a alcanzar de cualquier movimiento que luche por esta liberación. Pero las claves del funcionamiento de este sistema devorador no se encuentran solo ahí, la discriminación que pueda sufrir una persona por ser migrante, empobrecida, negra, musulmana, o dependiente (por poner varios casos) es inagrupable dentro de una teoría basada en la negación de etiquetas sexuales. ¿Ofrece realmente una herramienta útil, colectiva y global capaz de desarticular el funcionamiento del sistema? La situación del resto de personas (la mayoría de la población mundial, que además en su gran mayoría no se identifican como queer) no deviene solamente de un tipo de opresión -la sexual, en este caso- sino de una infinidad de ellas. Es una ingeniería fina que se basa en atomizar y enfrentar a la gente para que no seamos capaces de luchar contra esa minoría que expropia y arrasa todo lo que encuentra a su paso con el fin de satisfacer sus intereses personales y alejados de los del resto del mundo.
Este no es un tema baladí, millones de personas (incluidas las defensoras de la teoría queer) llevan siglos intentando cambiarlo todo, es un trabajo duro y no exento de contradicciones. Ahora mismo quizás uno de los mayores retos estriba en ser capaces de acercar a todos estos movimientos de izquierdas hacia una postura de confluencia capaz de crear la alternativa al sistema que necesita de todas las opresiones para sobrevivir.
Luna Rodríguez Ruiz, activista feminista y antifascista y militante de En lucha / En lluita
Artículo publicado en la revista anticapitalista La hiedra (@RevistaLaHiedra)
http://lahiedra.info/hasta-donde-sirve-la-teoria-queer/
_______________________________________________