Doris, te quedas, eres flor de esta revolución

Cuando conocí a Doris Francia, ella había recién salido de la cárcel después de varios años, sólo por haber publicado un artículo sobre la fuga de los presos políticos de la Cárcel de la Pica, al menos esa fue la excusa. A pesar de ello no guardaba resentimientos. Yo estaba trabajando intensamente en los Comités de Solidaridad con Nicaragua y El Salvador, también en el Tribunal Antiimperialista de Nuestra América junto al periodista, Freddy Balzán. Recuerdo que él, con su gentileza característica, me dijo que me iba a presentar a una gran mujer y me describió su trayectoria de valía revolucionaria. Cuando la conocí me sorprendió la conexión que hicimos inmediatamente y sobre todo su inmensa sencillez. Doris era al mismo tiempo una aguerrida mujer pero tan frágil como esas flores que crecen en nuestra Amazonia. Ella rompió mis esquemas de lo que suponía ser una mujer guerrillera. Era amante de los clásicos de la música y de la literatura. Escribía poesía, era apasionada y polémica como ella sola. A pesar de ello, también le gustaba conciliar si eso iba a garantizar la consecución de una tarea necesaria.

Doris me dio el honor de permitirme entrar en su vida, de conocer todos sus hijos, su nieta, su madre, sus hermano, la historia de cada uno de ellos, la historia de sus amores, de sus errores, de sus aciertos, de sus batallas personales y como militante. Visitarla era como ir a escuchar partituras de todo tipo, cada historia era como un canto, ella se perdía en sus memorias, las pintaba de varios colores, con gran agudeza, sus ojos vividos a veces se empañaban y sobre todo reían. Eran surcos sobre los cuales ella seguía sembrando. Para mí irme a tomar un té, un café en su hogar era como asistir a un templo donde una diosa emergida de aguas turbulentas se erigía para expresarse a cada minuto, en cada palabra, a partir de sus experiencias, de sus múltiples lecturas. Ella era feminista y no lo era, porque no le gustaban las etiquetas. Era suficiente con serlo y no proclamarlo. Siempre estaba lista para cualquier actividad que se presentara y escuchaba nuestras historias con la misma atención como contaba las suyas. Era ante nada, una mujer que se sentía orgullosa de su raíz de pueblo.

Hace unos meses llamé a su hermano Néstor con un imperioso deseo de verla a pesar de que sabía no estaba en condiciones óptimas. Quería abrazarla, decirle lo útil de su vida y de sus escritos para hacer avanzar la Revolución, para elevar el nivel cultural y político de quienes luchan por ella, lo significativo que había sido para mí conocerla, trabajar juntas políticamente, cómo era de la estirpe de las Luisa Cáceres de Arismendi, de Juana la Avanzadora, de Josefa Camejo. Néstor, con mucho cariño, me dijo que no era posible, pero satisfizo esa necesidad de encuentro con unas bellas fotos tomadas recientemente, con lo cual me sentí reconfortada, pues conservaba esa dulzura que la caracterizaba. Doris fue una mujer de avanzada, que derrochó amor por donde pasaba. Le encantaba los gatos con los cuales tejía una relación de gran intimidad. Su porte era erguido, delgado, menudo, de artista y al mismo tiempo, de pisada fuerte.

Doris mi amiga, hermana, compañera de luchas antiimperialistas, de alma noble, marxista, mujer de una espiritualidad natural, intrínseca. Una militante disciplinada y exigente. Eres ejemplo e inspiración pues te quedas dentro de nosotros. Le pedí en su funeral que nos asistiera desde esos espacios recónditos que no recordamos, en los cuales se dice todo se ve más claro, se siente la unidad y la verdad flota por todos lados.



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Carmen Cecilia Lara

Profesora de comunicación social de la UBV

 sathya954@yahoo.com

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