El chavismo descontento considera que los errores de Maduro están pulverizando el Legado de Chávez, mientras que el pensamiento crítico leal y comprometido con la Revolución cuestiona que su inacción a la hora de corregir los errores -que también forman parte del Legado-, es la que está sepultando la esperanza de construir la nueva sociedad.
Cuando murió Chávez, Maduro quiso embalsamar su cadáver para mantener al alcance del pueblo la presencia del Comandante Supremo. Por presiones familiares no prosperó la intención de embalsamar sus restos morales y se optó por su siembra en el Cuartel de la Montaña. Pero Maduro juró defender su Legado como una reliquia sagrada, preservando incólumes todas y cada una de las decisiones tomadas por el líder histórico de la Revolución Bolivariana. Así fue disecando una a una las políticas heredadas: los controles de cambio y de precios quedaron petrificados, el dólar barato fosilizado, rancia y ruinosa la gasolina regalada, las empresas estatizadas están quebradas y embalsamadas, el Fonden es apenas un cascarón vacío.
Pero el voluntarismo empedernido no permite entender que las circunstancias cambiaron, que los altos precios del petróleo colapsaron, que ya no es posible financiar la ilusión de prosperidad. Sin embargo, promete que aunque los precios del petróleo leguen a cero están garantizadas las misiones sociales, las viviendas prestadas, las bolsas de comida. Sin comprender la urgencia de ajustarse a las restricciones presupuestarias, prolonga los errores de la política económica que no se notaban tanto en los tiempos de abundancia.
El neo-rentismo socialista, como espejismo de progreso y prosperidad, funcionó a la perfección mientras los precios del petróleo estuvieron altos y proveyeron la renta necesaria para financiar la inversión social. Pero al no transformar la economía rentista en un nuevo modelo productivo, el derrumbe de la renta petrolera reveló la inviabilidad de un estilo de gobierno acostumbrado a gastar todo el ingreso y a no ahorrar nada.
Con la contracción del PIB por segundo año consecutivo ha caído la recaudación de Islr, y para estirar sus menguados ingresos cada vez son más las personas naturales y jurídicas que no piden la factura para ahorrarse el pago del IVA. Todo esto merma la recaudación fiscal que el Gobierno requiere para cumplir sus promesas de campaña. La agonía de la abundancia solo se prolonga gracias a la sumisión del BCV que puso a la orden del gobierno la máquina de hacer billetes, sin reparar en el voraz impacto inflacionario que tiene el financiamiento del déficit fiscal con emisiones de dinero sin respaldo.
El Legado confundió estatizar con socializar y le dejó una bomba de tiempo al sucesor. Las empresas expropiadas terminaron quebradas por el burocratismo, el pseudosindicalismo y la corrupción. Así, ni los trabajadores ni la comunidad se sintieron verdaderos copropietarios sociales ni dolientes de las empresas secuestradas. Al destruir la economía capitalista sin haber creado simultáneamente una eficaz economía socialista, la fosilización del Legado empujó al país por el atajo perfecto que lo condujo al desabastecimiento. Y ahora que no hay petrodólares para importar ni producción nacional para compensar, la escasez, el acaparamiento y la especulación se agravan, cada vez son más largas las colas que la gente tiene que padecer y esto pulveriza la base de apoyo social.
El discurso oficial atribuye esta tragedia a la guerra económica y teje una narrativa en la que confronta dos modelos antagónicos. Por un lado, la economía buena y solidaria, subsidiada por el Gobierno, con redes públicas de comercialización de alimentos, medicinas, electrodomésticos, automóviles, etc. donde el PVP que mide el BCV para calcular la inflación siempre está por debajo de los costos, pero donde estos bienes nunca se consiguen, a menos que se pague a los gorgojos y bachaqueros mayores un sobreprecio o comisión. Tan así es, que el propio Gobierno con frecuencia anuncia el desmantelamiento de mafias de funcionarios corruptos que desvían hacia las redes de contrabando y especulación los productos subsidiados que no llegan al pueblo. Al otro lado de esta narrativa está la maléfica economía capitalista, son los malos de la película que solo tienen afán de lucro, ambición de ganancias desmedidas, y en la que meten en un solo saco a empresarios, emprendedores, contrabandistas, acaparadores y especuladores que se enfrentan en desiguales condiciones a los operativos gubernamentales y a los tropeles de fiscalización que hacen del río revuelto ganancia de pescadores.
Así, el escogido para salvaguardar las conquistas sociales de la Revolución, al disecar la política económica heredada de Chávez y no adecuar a tiempo los asfixiantes controles de cambio y de precios que no sirvieron para evitar la fuga de capitales ni la inflación, terminó siendo el principal responsable de la actual debacle económica, social y política que ya tuvo su primer termómetro en las elecciones parlamentarias del 6-D. Y de prolongarse la inacción, esa derrota se reeditará en mayor proporción en cualquier nueva medición electoral, incluyendo el Referendo Revocatorio.
La lealtad al dogma del Legado de Chávez sumió a Maduro en la inercia y lo inhabilitó para corregir a tiempo los errores de la política económica heredada. El Legado embalsamado de Chávez acelera el deterioro de la economía y de las condiciones de vida de la población, generando un creciente malestar social.
Si Maduro no reacciona y no termina de dar un Golpe de Timón para reinventar la política económica, pasará a la historia no como el que dilapidó el Legado de Chávez, sino como el que no supo identificar y cancelar a tiempo los pasivos ocultos en ese Legado, cuyo peso fue creciendo hasta finalmente provocar la implosión de su gobierno.