Lenin y Trotsky y la democracia obrera

Entre las organizaciones marxistas y en el movimiento obrero europeo, de fines del siglo XIX y principios del XX, a nadie se le ocurría pensar que tener diferencias políticas fuera sinónimo de traición. Por el contrario, el debate, la confrontación de ideas y la toma de decisiones por la vía del voto era la norma.

Lenin, tanto dentro como fuera de su partido polemizó reiteradamente no sólo con los dirigentes de las otras organizaciones, sino con los propios dirigentes "bolcheviques". Por ejemplo, cuando retornó a Rusia en abril de 1917, confrontó a la dirección partidaria interna, encabezada por Stalin, a través de sus "Tesis de Abril". Luego en "octubre", bolcheviques dirigentes como Zinoviev y Kamenev estuvieron en desacuerdo con él respecto a la toma del poder. Ni en el primer caso, ni en el segundo implicó que Lenin pidiera la expulsión de nadie, ni mucho menos les acusó de "traidores".

A ello alude en su Testamento cuando menciona el "incidente de octubre" relacionado con ambos y pide que no sea tomado en cuenta, igual que el hecho de que Trotsky no venía del bolchevismo original.

Estas polémicas se mantuvieron luego de la revolución sobre cada una de las principales decisiones del gobierno: las negociaciones de paz con Alemania, la independencia de los sindicatos, etc. Jamás ningún dirigente fue perseguido por expresar su opinión, ni en los momentos más duros de la guerra civil, donde se limitaron las libertades democráticas.

La idea de que disentir de la opinión del Secretario General del partido era sinónimo de "traición", fue impuesta posterior a la muerte de Lenin, cuando la Revolución Rusa entró en retroceso, y Stalin se apoderó del gobierno apelando a la barbarie totalitaria heredada del zarismo, desde Iván el Terrible. Eso le costó la vida a TODOS los que hicieron la revolución del 17 junto a Lenin, y no tuvieron la suerte de morirse antes, a través de los llamados Juicios de Moscú (1936-39).

De entonces a acá, los Partidos Comunistas y por extensión la mayor parte de la izquierda mundial, incluyendo a no pocos trotskistas (por irónico que parezca) adoptó el criterio antidemocrático stalinista de que todo disenso de la opinión de la dirección debía ser tratado como "traición" y aplastado.

Además el stalinismo, y muchas organizaciones cuasi stalinistas, falsificaron la verdad histórica respecto a León Trostky y su relación con Lenin, porque consideraban sus ideas sumamente peligrosas, porque fue el primero y el que mejor analizó la degeneración burocrática de la Revolución de Octubre.

Se tomaron los documentos en que Lenin polemizaba con Trotsky luego de la escisión del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) en bolcheviques y mencheviques (1903-1912). Ruptura en la que Trotsky se ubicó contra Lenin y durante muchos años organizó su propio partido con la ilusión de volver a unificar a la socialdemocracia. En todo ese debate, años después Trotsky reconocería que Lenin tuvo la razón.

Lo que no dicen los stalinistas, de antes y de ahora, es que eso no fue obstáculo ninguno para que ambos coincidieran al estallar la Primera Guerra Mundial dentro de los pocos que se oponían desde una perspectiva internacionalista. Y, lo que es más importante, que al empezar la revolución rusa del 17, Lenin acogió a Trotsky y su grupo en el Partido Bolchevique, pues tenían coincidencia política sobre lo que había que hacer. Por eso, dijo de Trosky el 14 de noviembre de 1917- "y desde entonces no ha habido mejor bolchevique que él".

Como la labor de falsificación histórica continúa hasta hoy, lo que prueba la vigencia y capacidad revolucionaria del pensamiento trotskista (el no sectario), reproducimos aquí el Testamento de Lenin, el cual los stalinistas mantuvieron en secreto hasta los años 50, cuando Krushev lo hizo público para abjurar de Stalin. Lo reproducimos para ayudar a la formación política de los revolucionarios marxistas del siglo XXI, para que se liberen de la lacra antidemocrática del stalinismo y sus mentiras.

Es la opinión última del gran dirigente ruso respecto a las personalidades que encabezaban el gobierno soviético. Aunque fue redactado en 1922, la compañera de Lenin, Kupskaia, lo entregó a la dirección del partido en 1924, tras su muerte. Se explica por sí mismo.

El testamento de Lenin
Carta de Lenin al Comité Central del PCUS
25 de diciembre de 1922

Al recomendar la estabilidad del Comité Central, quiero decir que se adopten medidas para impedir una escisión, hasta el punto en que estas medidas puedan adoptarse. Pues el Guardia Blanco de Russkaya Mysl tenía razón cuando en su juego contra la Rusia Soviética contaba en primer término con la esperanza de una escisión en nuestro partido y esperaba que esta escisión, en segundo lugar, se produjera por graves discrepancias internas.

Nuestro partido se apoya en dos clases, lo cual hace posible su inestabilidad, y si no existe armonía entre ambas clases su derrumbamiento es inevitable.

En tal caso sería inútil adoptar ninguna medida ni discutir, en general, la estabilidad de nuestro Comité Central. En tal caso, ninguna medida serviría para impedir una escisión. Pero confío en que este acontecimiento es demasiado improbable y demasiado remoto para ponerse a hablar de ello.

Considero la estabilidad como una garantía contra la escisión en un futuro próximo, y voy a hacer aquí una serie de consideraciones de carácter puramente personal.

Creo que el factor fundamental en la cuestión de la estabilidad -desde este punto de vista- lo constituyen los miembros del Comité Central Stalin y Trotsky. Las relaciones existentes entre ambos constituyen, a mi juicio, más de la mitad del peligro de esa escisión, que puede evitarse, y cuya evitación podría conseguirse, a mi parecer, elevando a cincuenta o cien el número de miembros del Comité Central.

Al pasar a ser Secretario General, el camarada Stalin ha concentrado en sus manos un poder enorme, y no estoy seguro de que sepa usarlo siempre con suficiente cautela. Por otra parte, el camarada Trotsky, como lo ha demostrado su lucha contra el Comité Central, a propósito de la cuestión del Comisariado de Vías de Comunicación, se distingue, no sólo por sus excepcionales facultades personales (es, a buen seguro, el hombre más capacitado del actual Comité Central), sino también por su excesiva confianza en sí mismo y su propensión a dejarse atraer demasiado por el aspecto puramente administrativo de las cuestiones.

Estas distintas cualidades de los jefes más capacitados del actual Comité Central podrían conducir impensadamente a una escisión. Si nuestro Partido no adopta medidas para evitarlo, esta escisión puede producirse de modo inesperado.

No caracterizaré a los demás miembros del Comité Central por lo que respecta a sus cualidades personales. Unicamente he de recordar que el episodio de octubre de Zinoviev y Kamenev no fue en modo alguno casual; pero, al igual que el no bolchevismo de Trotsky, no debe utilizarse como un arma personal.

Respecto a los miembros más jóvenes del Comité Central, diré unas palabras sobre Bujarin y Piatakov. Ambos son, a mi juicio, las fuerzas más capacitadas entre los jóvenes, y por lo que a ellos respecta, es necesario tener en cuenta lo siguiente: Bujarin es, no sólo el teórico más valioso y más grande del partido, sino que puede considerarse también legítimamente como el favorito de toda la organización; pero sus opiniones teóricas no pueden considerarse sino con grandísimas reservas como plenamente marxistas, pues tiene algo de escolástico (nunca se ha asimilado la dialéctica ni creo que la haya comprendido nunca del todo)

Piatokov es un hombre que se distingue indudablemente por su voluntad y su competencia; pero se entrega demasiado a la administración y al lado administrativo de las cosas para poder fiarse de él en una cuestión política seria.

Claro está que estas observaciones sólo tienen validez en el momento actual o en el caso de que estos dos componentes y leales obreros no encuentren ocasión de perfeccionar sus conocimientos y rectificar su espíritu unilateral.

Posdata: Stalin es demasiado rudo, y este defecto, completamente tolerable en las relaciones entre comunistas, resulta intolerable en el puesto de Secretario General. Por lo tanto, propongo a los camaradas que vean el modo de retirar a Stalin de ese puesto y nombren a otro hombre que le supere en todos los aspectos, es decir, que sea más paciente, más afable y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Estos detalles pueden parecer una bagatela insignificante; pero creo que si se piensa en evitar una escisión y se tienen en cuenta las relaciones existentes entre Stalin y Trotsky, que ha examinado anteriormente, ya no son una bagatela o son al menos una bagatela que puede llegar a adquirir una importancia decisiva.



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Olmedo Beluche


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