La Revolución Bolivariana entre el discurso y la práctica

Nuestra historia, la historia de Venezuela, oscila entre un 5 de julio o un 24 de junio, entre la Declaración de Independencia, una visión escrita de las revoluciones, y la Batalla de Carabobo, una visión práctica de las transformaciones; entre una asamblea de representantes o una expresión directa del heroísmo del pueblo, donde hasta mujeres disfrazadas de hombres se encontraba en ese glorioso campo de batalla; entre una revolución burguesa, donde se piden cambios, pero no tanto o una revolución socialista, donde el valor del trabajo regresa al trabajador.

Venezuela, como el mundo entero, vive dentro de ese huracán de contradicciones que caracteriza y ha caracterizado la historia de la humanidad, desde que el hombre se creyó con el derecho a apropiarse de la naturaleza y del trabajo ajeno. Esa lucha de contrarios entre lo que se piensa y lo que se dice, entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se hace y lo que se siente, entre lo que se siente y lo que se quiere, entre lo individual y lo colectivo. Y no es un juego de palabras. Es en el fondo una lucha de contrarios donde lo que se debate es lo que nuestro profesor de Filosofía Marxista de la Universidad de La Habana, nos escribió un día en la pizarra como para que no lo olvidáramos nunca: los intereses.

¿Y cómo escapar de estas contradicciones?

La realidad económica, punto de partida de toda la riqueza, comienza donde se produce la creación, se transforma la materia prima, donde un pedazo de carbón puede convertirse en fuego y una idea se realiza. Y esto sólo es posible cuando entra en escena el trabajo del hombre y las relaciones de producción que se establecen para hacer posible una taza de café de una semilla, una franela de una mota de algodón o de un árbol, una silla.

A pesar de que esta realidad es obvia y la vivimos a diario, es curioso el pensamiento que se ha ido construyendo en muchos venezolanos honestos, pero que aún mantienen un sistema de pensamiento “idealista” en el cual basta cambiar la letra de una constitución, escribir un libro o un buen discurso para creer que ya se iniciaron las transformaciones que se desean y se espera que éstas se “precipiten” por sí solas sin hacer un importante esfuerzo para poner en práctica esas ideas y así establecer nuevas relaciones desde adentro, es decir, entre los hombres, donde el principio que nos guíe sea “de cada quien según su capacidad, a cada quien según su trabajo”.

Mientras no nos demos cuenta de la contradicción en que vivimos, mientras no nos dediquemos a conocer las leyes que rigen la realidad de la sociedad en que vivimos y la relación entre los hombres, la máxima del fundador del socialismo científico, Carlos Marx, la cual reza: “El que no vive como piensa, termina pensando como vive”, la tendremos como una espada de Damocles colgando sobre nuestras cabezas, recordándonos todos los días que la dialéctica es inexorable, que la práctica es la que hace al hombre y que es ella la que permite la construcción de un hombre nuevo, cuando es cónsona con los principios o valores revolucionarios que decimos defender.

Fortaleciendo el sujeto histórico y su ideología

Podemos equivocarnos, pues, en este mundo es imposible la perfección. Pero lo importante es estar conscientes y observarnos para detectar cuándo estamos cayendo en esa actitud pusilánime de quienes quieren “revolución, pero no tanto”, frase con la cual Marx caracterizó a la burguesía cuando ésta jugó un papel protagónico durante la Revolución Francesa, pero sólo hasta que se volvió contra la propia revolución, pues vio sus intereses en juego.

De allí que la clase obrera ya entendió desde hace más de un siglo que la burguesía es un aliado de corto aliento, mucho más en el mundo contemporáneo en el cual un capitalismo financiero hace que la burguesía clásica esté en vías de extinción. De allí que la alternativa que la Revolución Bolivariana tiene es la de fortalecer el sujeto histórico de todo proceso de transformación social en el mundo moderno: la clase obrera y su ideología.
No por casualidad en estos momentos se enfilan todas las baterías contra Cuba.

Tanto Petkoff, el enfant terrible, como el administrador de las riquezas imperiales, George Bush, se pusieron de acuerdo para apuntalar los ataques contra la única experiencia socialista en el hemisferio occidental. Esta pequeña isla, sin recursos naturales, sin mayores riquezas que la de una bella naturaleza y un pueblo insigne, nos ha demostrado, rompiendo todos los récords históricos que se conozcan, que una sociedad donde se planifique la economía, donde el estado represente los intereses de un pueblo organizado y la educación, la salud y el deporte prevalezcan por sobre la venta y compra de mercancías, puede brillar en el firmamento del universo de las naciones tanto como los países más desarrollados de la tierra.


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Carmen Cecilia Lara

Profesora de comunicación social de la UBV

 sathya954@yahoo.com

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