No hay gobernante o líder en el mundo que, antes o durante su gestión de gobierno, no haya pronunciado un fervoroso y, probablemente, un sincero llamado a lograr la felicidad de su pueblo. Simón Bolívar, en varias oportunidades, así lo hizo. Su más conocido y recordado pensamiento lo expresó, en el Congreso de Angostura, al afirmar que: "el mejor sistema de gobierno es aquel que garantiza la mayor suma de felicidad posible…" ¡Y así es! Un acertado criterio para evaluar a un buen gobierno, y saber si va en la dirección correcta, está relacionado con la felicidad de toda su población.
Es lo que he venido llamando, mucho antes de la publicación de mi libro: "Universidad, Gobierno y Felicidad" (ULA-1999), el Indice de Felicidad del Pueblo. Es decir, una relación que refleje, en un instante o período dado, el grado o nivel de felicidad de una persona, comunidad, región, país o de una determinada población. La felicidad, considerada, no sólo como abstracción filosófica o teórica, sino, fundamentalmente, como categoría operativa y práctica, que pueda ser medida y evaluada, como manifestación de un ser, y un estar, en paz interior con nosotros mismos, y con lo que nos rodea. Por cierto: ¿Podemos ser, o estar felices, rodeados de tanta pobreza y miseria o en medio de tanta maldad, guerra y destrucción?
La felicidad, es una palabra relativa que engloba aspectos que, usualmente, se utilizan para expresar o medir el grado de bienestar social, como es el caso del nivel o calidad de vida. Aunque, el concepto que necesitamos de felicidad, debe ir mucho más allá ¿No existen personas o sociedades que tienen "elevada calidad de vida" y sin embargo, son infelices o poco felices? ¿No existen personas o sociedades, de aparente "baja calidad de vida", que son felices o muy felices? ¿Qué es lo que determina, entonces, el grado o nivel de felicidad de la población? El tema es multifactorial, depende de muchas circunstancias, normalmente se asocia al nivel educativo, al estado de salud, el nivel de ingreso o capacidad adqusitiva; es decir, al Indice de Desarrollo Humano (IDH). Se espera que a mayor IDH mayor nivel de bienestar o de felicidad. De este modo, un doctor o phd, con excelente salud, una expectativa de vida por encima del promedioy un alto nivel de ingreso anual, es decir, con alto IDH, debería ser muy feliz.
Sin embargo, como nos dijo una vez, un apreciado maestro: "hoy gano tres veces más que antes, sin embargo, no soy más feliz" Es muy triste llegar, al final de nuestra vida, con todos nuestros títulos y riquezas materiales, para sentir que hemos sido infelices. Como murió Bolívar, desesperanzado, pensado que había arado en el mar. Por eso, como dice el Presidente Chávez: "No nos está permitido morir como Miranda en la Carraca o como Bolívar en San Pedro Alejandrino", o como el propio Jesucristo, que pensó y exclamó en la cruz, que Dios lo había abandonado, creyendo que todo fue en vano. Tenemos que despedirnos como lo hizo el Ché, la Madre Teresa de Calcuta, Gandhi y tantos seres anónimos ¡Felices! Con los ojos abiertos y brillantes, con la sonrisa a flor de piel, sabiendo que cumplieron con su deber. Porque la moral, la ética, el compromiso y la conciencia de defender nuestros principios e ideales, tal como el crecimiento espiritual, también son fuentes seguras de felicidad.
De modo que no nos extrañan los recientes resultados de la investigación de la Universidad de Leicester, que acaba de difundir su mapa mundial de felicidad, en el que coloca, a Dinamarca en primer lugar y a Venezuela en el 25, cercano a EEUU, que ocupó el 23, mientras el Reino Unido el 43 y España el 46. Especial atención, merece que le prestemos a Bután (lugar 8), un pequeño país, que ha preferido asumir el Indice Nacional de Felicidad, como criterio de gestión, antes que su Producto Interno Bruto. Llamándonos la atención de que es más importante, lograr la felicidad de todo nuestro pueblo, que llegar o mantenerse en el poder.
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