Freddy Díaz: Estela de la humanidad

Me he enterado hace poco que mi hermano y amigo Freddy Díaz acampa en la eternidad.

Juntos, desde niños, abrazamos ideales redentores.

Militamos en causas irreverentes. Compartimos emblemas de rebelión. Utopías sin las cuales el humano proceder abjura del porvenir.

Freddy, uno de los más aventajados entre nosotros -jóvenes impregnados de sueños socialistas-, puebla el condado del silencio con su inteligencia y creatividad.

Es ejemplo de dignidad. Nunca procuró nada para sí mismo. Consagrado, en cuerpo entero, a la cayapa de la comunión.

Lo diviso con su estandarte vehemente, empeñado en asir la justicia para dignificar a los desheredados de la tierra.

Párvulos éramos cuando enarbolamos, en arriesgado periplo, banderas de humanismo y liberación nacional.

Las pancartas de Freddy -precursor de la auténtica iconografía militante en Venezuela-, serpentean en el cielo.

La denuncia como arte trastoca la opresión. Constelación de colores insumisos. Consignas lapidarias en cosecha de igualdad.

Freddy, tu ciclópea memoria rebasa mi escaso entendimiento en esta aciaga hora en la que -atónito-, registro conmovido tu viaje hacia la bóveda celeste.

Nos veremos en la infinitud.

Allí, Freddy, -te aseguro-, seguiremos nuestras pláticas buscando humanidad.

Vayan para Elisabeth, tu esposa, y para tus hijos Juan Carlos, Fabiola y Pablo Emilio, mis cánticos de aliento, en este trance -hermano y amigo-, en que dialogas con los dioses.



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Jorge Valero


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