Lo ocurrido en México se veía venir. El triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) implica cambios políticos en su país y por supuesto tendrá gran influencia en América Latina. La nación mexicana ha estado sometida a dos graves fenómenos : la corrupción y la presencia de carteles de la droga que han sembrado muerte, sangre y violencia. La voluntad del pueblo mexicano ha quedado claramente establecida, y ahora le toca al nuevo mandatario corresponder a las expectativas que se generaron durante todos estos años y las que se generarán a partir de ahora.
López Obrador ha sido figura central de la política mexicana desde hace ya varios lustros. Ya había sido derrotado en procesos electorales previos, y son muy recordadas las denuncias de presunto fraude electoral. Movilizó a sus partidarios para reclamar su triunfo, y en una de esas Elecciones , cuando el Instituto Federal Electoral proclamó a Felipe Calderón, AMLO incluso se juramentó como presidente legítimo, y hasta nombró un gabinete. Al final, se trató de un gesto político sin mayores consecuencias. Por muchas denuncias que hiciera, el recién electo presidente de México nunca abandonó el camino electoral. Nunca se fue por atajos ni creyó en cuentos de camino.
Su triunfo electoral es, entre otras cosas, un premio a la constancia, a la perseverancia, a la firme creencia en una política, y eso lo logró tras un largo camino que se inició hace ya unos cuantos años, cuando fue electo como jefe de Gobierno del Distrito Federal, cargo del cual salió con altos niveles de respaldo popular.
López Obrador fue militante y dirigente del hoy derrotado Partido Revolucionario Institucional. Luego pasó a integrar junto a otros ex priístas el Partido de la Revolución Democrática, y a partir de las diferencias que en los últimos años le hicieron imposible seguir en las filas perredistas, fundó el Movimiento de Renovación Nacional (Morena). En esta oportunidad su candidatura presidencial sumó un variopinto apoyo. Dede pequeñas agrupaciones de izquierda y decento izquierda hasta ex dirigentes del derechista Partido Acción Nacional como Manuel Espino, pasando por movimientos ecologistas.
AMLO no es un hombre de izquierda radical ni es comunista o marxista. Tampoco es militarista y no creo que pueda asociarse a la forma de gobernar que hoy predomina en Venezuela, basada en el militarismo y el autoritarismo. Fíjense que no hizo mella en el electorado mexicano los intentos de presentarlo como un seguidor del chavismo. Claro que se trata de una corriente progresista. Habrá a quienes les guste más la orientación de partidos como el PAN o el PRI, y eso es válido.
También lo es que desde una perspectiva de izquierda democrática se propugnen cambios que algunos poco originales tildan de populistas sin siquiera detenerse en la necesidad de que existan gobiernos con sensibilidad en lo social y verdadero compromiso democrático en lo político. Gobiernos de corte humanista partidarios del mercado pero que no dejen de tener presente el compromiso con los más humildes y con los más afectados por la aplicación de políticas erradas, que han dejado terribles resultados, independientemente de que sean aplicadas con la mano izquierda o la derecha.
El nuevo gobierno mexicano tendrá varios retos en su política exterior. Uno de ellos es la compleja relación con la administración norteamericana de Donald Trump. Cuidado si nos llevamos sorpresas en ese campo, y también con respecto a lo que ocurre en nuestra sufrida Venezuela. Es probable que con AMLO México refuerce su presencia en el ámbito latinoamericano.
De todas maneras, todo está por verse. Una cosa es la campaña electoral y otra el ejercicio concreto del poder. No es lo mismo pedir agua que repartirla, decía el desaparecido Carmelo Lauría, y también lo repetía Aristóbulo Istúriz en sus tiempos de alcalde de Caracas.
México es un país sumamente complejo y con su propia realidad. Es inútil y además equivocado estar haciendo paralelismos con Venezuela que salen más del hígado que de un cerebro centrado. Aun es prematuro sacar conclusiones acerca de este nuevo momento político que vive la nación de Pancho Villa y Lázaro Cárdenas.