Sobre; El Manifiesto de la burguesía.
Qu’est-ce que le tiers état?
¿Qué es el tercer estado?;
Todo mundo conoce
El Manifiesto de Partido Comunista, como el manifiesto de la clase obrera,
pero ¿la burguesía tiene algún manifiesto? Claro que si; ¿Qué
es el tercer estado?, con ese nombre es conocida en español
la octavilla escrita, publicada anónimamente en enero de 1789, seguramente
en noviembre o diciembre, en París a modo de panfleto con el objeto
de reivindicar, en los prolegómenos de lo que sería la Revolución
Francesa, los derechos del denominado tercer estado. Qu’est-ce
que le tiers état? (su verdadero título) formulaba expresamente
la exigencia de la mayoría de la población francesa: que la igualdad
de los derechos de todos los hombres fundamentara una jerarquía establecida
según los méritos de cada individuo y no según los privilegios de
los otros dos estamentos, el nobiliario y el eclesiástico. Este opúsculo
es considerado uno de los prólogos ideológicos fundamentales del proceso
revolucionario que se iba a desencadenar en toda Francia meses después
de su aparición.
En el mes de
enero de 1789, este es el mas celebre y el que hizo famoso a Sieyes,
en donde convoca al tercer estado a hacer un revolución y a establecer
una asamblea nacional autentica, que será el futuro poder constituyente
y que dictará una constitución que subvierta en actual orden social
y político en Francia. Su principio consiste en convencer a todas clases
sociales de que los representantes del tercer estado son en realidad
los representantes de la nación entera, y que ellos pueden legalmente
expresar su autentica voluntad, y esta misma deberá convertirse en
la ley fundamental del país. A este pequeño panfleto, al cual se le
considera, “vehemente, apasionado, conciso” y que solo podría ser
comparado con El Manifiesto del Partido Comunista, de Karl Marx, éste
en si mismo es un Manifiesto de la Burguesía revolucionaria francesa.
E inicia con las penetrantes ideas de: “¿Qué es el tercer estado?
Todo, ¿Qué representa actualmente en el orden político? Nada, y ¿Qué
pide el Tercer Estado?, Ser algo.” Este folleto era más que un
mero instrumento propagandístico, era un vehículo agitativo hacia
la consolidación de un régimen completamente diferente y revolucionario.
En este folleto la protesta y los dardos envenenados para la destrucción
de la monarquía han sido superados, ahora su tarea es construir una
idea común y detrás de ella la fuerza necesaria para organizar a la
nación francesa y sentar las bases para un nuevo orden social y político.
Ese manifiesto de Sieyes, es el manifiesto de la burguesía a llamarla
a fundar su propio estado, en ese manifiesto encontraremos las bases
de lo que hasta hoy se le considera la función publica. “Bastémonos
por el momento, haber ayudado a percibir que la pretendida utilidad
del orden privilegiado para servicio publico no constituye sino una
quimera; que sin el servicio de aquel, todo lo que hay de penoso en
tal servicio es realizado por el Tercer Estado; que sin su
presencia en las plazas superiores, serian infinitamente mejor desempeñadas,
que estas ultimas deberían ser recompensa de los talentos y servicios
reconocidos; y que, en fin, el hecho de que todos los privilegiados
hayan usurpado todos los puestos Honoríficos y lucrativos, constituye
una odioso iniquidad para la generalidad de los ciudadanos, y tanto
más una traición para cosa publica.”[8].
Los cargos públicos no son cosa de privilegios y las funciones deben
ser bien atendidas por personas del pueblo. Mas no es suficiente
con haber mostrado que los privilegios, lejos de resultar útiles a
la nación, no concurren sino a su debilitamiento y perjuicio; resulta
preciso probar que aquel orden nobiliar, no participa en la organización
social, que constituye una carga para la nación, pero que en modo alguno
forma parte de ella. Y podemos convenir que entre menos abusos existan
el estado se encontrara mejor organizado. En efecto, ¿Qué
es una nación? –y responde-- Un cuerpo de asociados viviendo bajo
una ley común y representados por la misma legislatura.
La nobleza para él, es como un estorbo para que la nación desarrolle
sus propias funciones, para del doctor Sieyes, el que existan privilegiados
y nobles representa a un imperium in imperio.
El tercer Estado abarca todo lo que pertenece a la nación; todo lo
que no pertenece al tercer estado, no puede ni debe ser considerado
como parte de la nación, en definitiva para el Doctor Sieyes, El
Tercer Estado; lo es todo. Sieyes tuvo una conciencia muy clara
de ese moviendo producto de una crisis, y que su solución era necesaria
mediante una revolución, es decir un cambio total, una transformación
radical del orden social y político. Nadie había pronunciado la palabra
revolución, ni siquiera el mismo lo hizo cuando escribió sus folletos,
salvo cuando se refirió a Inglaterra. Pero sabía que era necesaria
una revolución. “Pero por mas bello y completo que supongamos
es que sea un plan de lo que se desean establecer en interés de los
pueblos, no será más que la obra de un filósofo tan solo un proyecto.
La Miranda del administrador (Político) busca los medios de ejecución,
se percata de la posibilidad de realizar las buenas ideas del filosofo
y son estas dos meditaciones distintas, ¿Contaran los Estados Generales
con los Medios de ejecución? ¿Los poseerán solidamente? Tal es el
problema subdiario al que me quiero ceñir”[9]
En la historia previa a la Revolución francesa existieron grandes pensadores
como Rousseau, quien denuncio que “El hombre nacía libre e igual”
pero que por todas partes veía cadenas. Sin embargo el papel de Rousseau,
nunca fue buscar la manera de sustituir a la monarquía por un orden
completamente distinto, ni como cambiar a la democracia que el mismo
sugería en El Contrato Social, nunca resolvió como dar el poder al
pueblo y como quitarle su monopolio al rey, todos estos aspectos, se
nos comenta, son parte integral de la teoría de la revolución, que
es muy diferente a la filosofía política.
http://www.tuobra.unam.mx
El segundo
(en orden de importancia )panfleto
más incendiario de la Historia
EL ESPÍRITU DE LA IGUALDAD
«Se ha dicho que el privilegio es una dispensa para el que lo obtiene y un desaliento para los demás». Estas son las primeras palabras con las que Emmanuel Sieyès (Frèjus, 1748; París 1836) inicia su Essai sur les privilèges. En él, Sieyès denuncia todo un régimen de derechos exclusivos al margen del derecho o ley común a todos los ciudadanos. «Triste invención» es el calificativo usado por el Abate revolucionario para referirse al privilegio, y a las clases que los detentan, como una «nación dentro de la nación». En Qu’est-ce que les Tiers–État?, Sieyès define la nación como la totalidad de los ciudadanos caracterizada por la presencia de dos elementos, la sujeción a una ley común y a una representación común o a una misma legislatura. Bajo estos supuestos del concepto, todo privilegiado constituye una excepción a la ley común, una clase o colectivo al margen o fuera de la nación . La pretendida superioridad de unos sobre los otros que funda la lógica de los privilegios no sólo es «absurda y quimérica» (Sieyès, 1989: 64), sino también humillante y vejatoria (Sieyès, 1989: 94) para la mayoría de los ciudadanos. La Francia de la Revolución del setecientos denuncia las desproporciones creadas por el Ancien Régime: poco menos de doscientos mil habitantes gozaban de privilegios respecto de casi veintiséis millones de franceses que formaban la sociedad total.
El estado de desigualdad social -fundamentalmente política- imperante en las vísperas de la Revolución de 1789, exige la urgente imposición de nuevos fundamentos para la autoridad política y el Derecho. A la teoría del origen descendente-divino-monárquico del poder político se impone el principio de soberanía popular que logra expresarse históricamente en comisiones o asambleas constituyentes y cuya principal aportación no consiste en otorgar legitimidad a la autoridad de alguna persona o grupo de personas, sino más bien a una entidad objetiva e impersonal, bajo la cual queden todos igualmente sometidos. La situación de igual trato frente a la ley «no enorgullece –dice Sieyès- a los unos ni humilla a los otros» , pues se trata de una superioridad de las funciones que ahora cumple la ley y no de la superioridad de los simples deseos del soberano (Sieyès, 1989: 64). La Revolución francesa de 1789 transmite a las generaciones futuras la idea de que es posible reemplazar el gobierno de los hombres, fuentes de meros caprichos y de desigualdades, por el gobierno de las leyes, fuente de racionalidad objetiva de la construcción del orden social.
En este sentido,
Sieyès entronca con toda una tradición del pensamiento político occidental
que hunde sus raíces en la filosofía de Platón y en la de Aristóteles.
Platón entiende que estar al servicio de la ley –cumplir la ley,
en definitiva- es la cuestión que determina la «salvación o perdición
de la ciudad». Una ley súbdita de los deseos del gobernante conlleva
la destrucción de la ciudad. En cambio, unos gobernantes sometidos
al señorío de la ley acarrea «su salvación y todos los bienes que
otorgan los dioses a las ciudades» (Las
Leyes, Libro IV, 715 d).
Más enfático y determinante en sus consecuencias teóricas es el planteamiento
de Aristóteles. El estagirita, proponiéndose investigar qué es mejor
si el gobierno de los hombres o el gobierno de las leyes, se inclina
con atractivos argumentos por el gobierno de éstas últimas. En un
comienzo de su tesis, reconoce Aristóteles que las leyes tienen el
inconveniente de expresarse en términos universales y que, por tanto,
carecen de las órdenes necesarias para regular el caso concreto; en
cambio, el gobierno de los hombres dispone de una solución inmediata
frente al caso y es importante que así sea. Sin embargo, cree entonces
necesario que los gobernantes deben poseer también aquél principio
universal, pues la ley carece en absoluto de aquella pasión que en
los hombres resulta innata (Política, Libro III, 1286 a). Aristóteles cree ver en las pasiones
humanas la fuente de la desgracia de la sociedad. Con mayor claridad
queda expresada esta idea en el párrafo 1287 a: «(...) el que defiende el gobierno
de la ley defiende el gobierno exclusivo de la divinidad y la razón
y el que defiende el gobierno de un hombre añade un elemento animal,
pues no otra cosa es el apetito, y la pasión pervierte a los gobernantes
y a los mejores de los hombres. La ley es, por consiguiente, razón
sin apetito». Estas consideraciones de la filosofía política clásica
transmitirán a la posteridad la idea de que los gobernantes deben sujetarse
a leyes conforme a la razón natural.
http://www.uc3m.es/uc3m/inst
Que bueno es
saber sobre los procesos revolucionarios del Mundo para tener clara
nuestro proceso revolucionario Bolivariano!
Investigación
realizada y enviada por el profesor de Ética Fredy Tabarquino.
tusocietario@hotmail.com fredytabarquino@yahoo.com