El vendedor de perfumes

Toda una noche soñando con Juan Antonio Pérez-Bonalde(1846-1892). Antes me sucedía con el músico, Felipe Larrazábal (1816-1873) desaparecido en alta mar. En medio de la noche y en una tormenta, junto con sus manuscritos y partituras, quedaron esparcidos en las turbulentas aguas del Atlántico. Huía también él de las fauces de la tiranía.

Revisando su biografía y releyendo su obra poética, uno termina por creer que nuestra historia venezolana es un inmenso círculo vicioso, donde los fantasmas del drama nacional nunca terminan de esfumarse. Son los sempiternos caudillos militares, líderes e iluminados políticos que entorpecen el natural desarrollo cultural y espiritual de los ciudadanos, para arrastrarnos a esos espacios sórdidos que llaman la contienda política.

Esa fue parte de la vida de nuestro más significativo poeta del tardío romanticismo venezolano y precursor del modernismo nacional. De joven (tenía cerca de 15 años) le tocó emigrar con el resto de su numerosa familia (eran nueve hermanos), de humilde extracción social, por las ideas liberales de sus padres. Hasta Puerto Rico y después, Saint Thomas fueron a dar. Le tocó ejercer en una improvisada escuela que fundó su padre, dictando clases de idiomas, pues desde muy joven se destacó en el aprendizaje de lenguas, como el alemán, inglés, danés, italiano, portugués, francés, y hasta chino-mandarín, al decir de uno de sus críticos como lo fue Uslar Pietri, además de lenguas clásicas, como latín y griego.

Eran los tiempos de inicios de la Gran Guerra (1859) que duró cerca de cinco años y devastó al país, llevándolo a un atraso peor que aquellas guerras de independencia. En una población que no llegaba a los dos millones de habitantes, y apenas recuperándose de la devastación que dejaron, tanto realistas como patriotas, murieron poco más de 180000 personas, muchas de ellas, por las plagas y enfermedades, como disentería, tuberculosis y malaria.

La Guerra Federal fue la consecuencia del juego político entre liberales y conservadores, que, con otros nombres en sus partidos, nos trae hasta estas orillas oscuras del siglo XXI. Porque el tiempo que marca el período del llamado ‘despotismo ilustrado’ de Guzmán Blanco, significa el desplazamiento del poder absoluto y tradicional en manos de los herederos de los conquistadores, a los nuevos apellidos de grupos de poder económico-financiero y militar, que se van imponiendo, a sangre y fuego, a través del juego político, unas veces con rostros liberales, otras comoconservadores. Todos, sin embargo, van a conservar un rasgo común que es la impronta histórica en el devenir político venezolano: el autoritarismo, bien como militares o civiles.

En esas oscuras aguas se mueve la vida de nuestro poeta, quien termina en Nueva York, viviendo en condiciones paupérrimas, pues había quedado huérfano de padre. Es en esta ciudad donde desarrolla gran parte de su obra, básicamente en las extraordinarias traducciones que hace de escritores, como Poe (El cuervo), y del alemán, Heine. También comienza a trabajar en una compañía de perfumes (Lahman y Kemp), fabricante de colonias, perfumes y fragancias, que le permite conocer parte del extenso territorio norteamericano.

Curiosa actividad esta que lo lleva, incluso, a conocer otros continentes en representación de esa firma comercial. Va a Europa, a Asia (China, india), incluso al ´Africa (Marruecos, Egipto).

En dos oportunidades regresa al país. En una de ella se ve envuelto en conflictos políticos por burlarse del dictador. En otra, es nombrado en cargo diplomático para representar a Venezuela en países europeos. Ya con su salud agotada, tanto por las penurias de la precariedad familiar en su niñez y adolescencia, y por los tormentos que le ocasionan, tanto la muerte de su madre como la prematura muerte de su única hija, Flor, además de su opiomanía como buen representante de su tiempo, muere en la costa venezolana (La Guaira, 1892).

La vida de este ilustre escritor, quien está enterrado en el Panteón nacional, es la típica vida de un país y una sociedad, desde hace poco más de siglo y medio, aprisionada en las fauces del total y absoluto despotismo del que se pueda tener memoria. Sea el ejercido por el militarismo, sea estehipócrita y criminal juego que se desarrolla por el poder político que ejercen civiles que se creen predestinados por la providencia de sus apellidos o delirios de poder y grandeza.

En todo caso, el autor de Vuelta a la Patria seguirá diciéndonos, desde sus metáforas y encaramado en los ‘techos rojos’ de la ilusión de su ciudad amada, que la libertad está en nosotros, habitando la vida, desde la amarga noche del exilio/insilio que ha sido, como en gran parte de nuestros mejores autores, el obligado destino impuesto por los pandilleros del poder.



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Juan Guerrero


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