Cuando el barco empieza a hundirse, tripulantes y viajeros, pese las formalidades o rituales de estos casos, como aquello que el capitán es el último en abandonar la nave, hasta estar seguro de haber puesto hasta donde le es posible, a cada quien, en una opción probable de salvación, se apretujan en las embarcaciones dispuestas para esos casos, es lo pertinente dado el temor que genera aquello del instinto de conservación, cuidando siempre de llevar consigo aparte de la vida, las cosas más valiosas, que suelen ser fáciles de portar y hasta esconder.
¡Claro! En todo hay sus excepciones y esto es bueno que la gente lo tome en cuenta porque, en veces eso se olvida y tendemos a juzgar sin darle valor a esa particularidad. Poco tiempo atrás, el capitán de un enorme barco italiano dedicado al transporte de turista, cuando la nave estaba a punto de hundirse y llegado a un punto y sitio de desembarque, fue el primero en hacerlo. Por eso, fue a parar a la cárcel. Se trata aquello de "toda regla tiene su excepción". El tipo se olvidó de la gente, de los valores inculcados en la escuela de marinería y todo eso que deben haberle enseñado para ser capitán y puso por encima de todo salvar su vida, llegar primero a salvo.
Los libertadores ponían mucho cuidado en sus tropas, hasta que comiesen primero que ellos, como en aquella transcendental, heroica hazaña, que le permitió a Bolívar atravesar los Andes y llegar a su destino con sus fuerzas y energías para cumplir su cometido. Y, en la guerra, está previsto la retirada del campo de batalla, para salvar la tropa cuando el comandante percibe la derrota y el sacrificio inútil. Eso de echársela de macho, llevar la tropa hasta el máximo sacrificio, para retirarse el comandante con su estado mayor a última hora, lejos de ser un acto de valentía lo es de cobardía y crueldad.
En caso de peligro, con prontitud, el capitán llama a zafarrancho, o la ejecución de las tareas que para esos avatares o acontecimientos están previstos en la visión, formación y entrenamiento del marinero, pues este es un ejercicio habitual entre ellos. Y si el capitán no lo hace porque lo embarga el terror o la falta de sensatez, siempre habrá alguien apto para guiar a la salvación e intentar, por lo menos, la ejecución de las tareas del caso y hasta llegar a puerto.
En el lenguaje coloquial de los orientales, aquella palabra, "zafarrancho", estaba asociada al desorden y hasta la violencia. Como cuando se decía, "en aquella gallera, al descubrirse que el gallo supuestamente ganador tenía las espuelas envenenadas, se formó un zafarrancho; todo aquello destruyeron, hubo unos cuantos heridos y a los gallos se les vio corriendo libremente por la calle de enfrente y unos carajitos tratándolos de atrapar para hacer con ellos un enorme sancocho".
Y es que, en verdad, el llamado a zafarrancho, algo, pese todo, en buena medida contingente, genera entre la tripulación un comportamiento que rompe la tranquilidad que antes venía reinando y eso mismo se reproduce entre quienes forman el pasaje. Pues, ese llamado, pudiera ser para la ejecución de una actividad planificada por el puente de mando para los efectos de la preparación, práctica de las tareas a hacer en una verdadera contingencia. Y el ir y venir de los marineros, de manera apresurada y el uso de los medios habituales de comunicación, saca al pasaje de la calma habitual que priva en los viajes de los grandes buques de turistas. Y es bueno que en veces suceda, para tomar las correcciones necesarias y no seguir en la calma esa que oculta las tempestades, la corrupción y hasta el desgaste de todo, lo material y humano.
Este barco en el cual navegamos, en aguas procelosos, no sólo cruje, sino que su casco se está deteriorando, no sólo porque desde hace tiempo no se le hace mantenimiento, sino que en el puente de mando, se destaca la ausencia de un capitán con don de mando, pareciera haber uno fácil para hacer malabarismos e inteligentes juegos de manos, pero sin claridad para interpretar las cartas de navegación, la brújula, los mensajes que mandan los estados del tiempo, liderar a la tripulación que se organiza en grupos, facciones, con sus respectivos "capitanes" que intentan ejercer su mando y hasta desafiar la autoridad de quien conduce la nave, el saber entrarle a las olas y los sitios a donde ir a recalar mientras el mar se calma; además, predomina en todos quienes le acompañan en el mando, la indiferencia, el dejar el barco y hasta sus vidas, de tripulantes y pasajeros, casi a la deriva, el improvisar hoy con una acto de magia y mañana con otro; y a todo lo anterior, se le agrega la borrachera que en los timoneles genera el movimiento brusco de la nave y en veces hasta la mansedumbre misma, esa que pareciera anunciar en breve grandes tempestades, pues detrás de la tempestad viene la calma y al revés. La nave va golpeando cuanto arrecife se le atraviesa en el camino o no puede capotear o saber irse escotero o, como es debido, entrarle a las olas cuando estas atacan en los momentos de borrascas.
Y en medio de ese caos, al capitán ni siquiera se le ocurre llamar a zafarrancho,
Desde el puente de mando, el capitán y sus oficiales, ante la protesta y reclamo de la marinería y los viajeros, pues estos vomitan y se marean en exceso, casi hasta llegar a la desesperación, se conforman con echar la culpa de todo aquello a las olas y fabricantes de los instrumentos que, según ellos, les construyeron y diseñaron para que dijesen lo contrario de lo que el entendimiento de ello demanda. Pese le digan a la brújula que marque el norte, que está donde ellos creen, ella dice otra cosa que no debería decir, según piensan y aseguran y los vientos soplan en la dirección contraria de lo que creen, debe ser y necesitan. Es decir, la realidad de allá fuera, en el inmenso mar, es distinta a la que ellos, no que imaginan, sino que desean, quieren y hasta creen que es. Por eso no ven calma donde, según ellos, debe haberla, ni navegación segura donde, de repente, aparecen arrecifes que no percibieron en las cartas que leyeron al revés. Hasta confunden a los marineros con el pasaje y mandan a gente de esta a hacer maniobras y ejecutar órdenes o tareas practicadas en zafarrancho planificado y a aquellos les ordenan se encierren en los camarotes.
Y es que el nuevo capitán, pudiera haber llegado a serlo, siendo el segundo de abordo, por la simple disposición del anterior, que murió en altamar o esas contingencias de la vida, que por ser eso, suelen al hombre, hasta al capitán y más a la marinería, agarrar de manera imprevista, sin la respuesta adecuada ni identificada y menos acordada la mejor solución, como un capitán que se identifique con todos y quien sea, para cada uno de los marineros su representante y, al mismo tiempo, con las suficientes habilidades, conocimientos como para conducir una nave y capaz de enfrentar cualquier amenaza de los mares embravecidos, las olas que suben hasta el cielo, los vientos huracanados y las reacciones, en veces hasta indisciplinadas, que genera el temor entre la marinería y las naturales desconfianzas, distintas opiniones que emanan en aquellas circunstancias; más si en todo ello, cada quien se juega la vida y hasta el destino de quienes por ellos esperan en los puertos.
Porque el capitán muerto, pudo haber dejado al segundo de abordo, que en verdad sólo parecía serlo, por su empeño de estar siempre a su lado, ser el más disciplinado, celoso que no hubiese otro y siempre dispuesto a asentir lo que le mandase o dijese, sin haber dado muestras de conocimientos y pericias para ordenar en los asuntos de marinería, especialmente cuando la mar embravece, los vientos soplan como en remolino y el ambiente se torna oscuro, los hombres desesperan y hasta enloquecen, mientras los ánimos o desánimos que genera una muerte, una ida, un marinero importante, como el timonel que se cayó a la mar, toman el nivel adecuado y permitan estar en capacidad de escoger un nuevo mando que, además, no sea el portavoz únicamente de la gente del puente de la oficialidad, sino de los marineros todos, el pasaje y del mar, los vientos huracanados, la luz, rayos, centellas y hasta los arrecifes. Y que, al organizar la línea de mando de la nave, tome en cuenta la opinión de todos y, que, en ella, todos se vean representados y no se forme con clones o repeticiones del nuevo capitán, porque entonces, las voces, las visiones, maneras de otear el horizonte y el tiempo se repetirán y será una sola visión y por eso más de una vez, una y otra vez y todos los días, pudieran chocar con el mismo arrecife y leer mal las cartas de navegación.