Ser leal a un líder o a un pueblo, que es leal, es cosa fácil. Decir la verdad, y asumir el costo de decirla y mantenerla, en un contexto, donde predomina la mentira, la falsedad, la envidia, la zancadilla y las estratagemas maquiavélicas, como política de defensa darwiniana, de verdad verdad, no es cosa sencilla. Se necesita, como en las matemáticas, una relación biunívoca o bidireccional.
Como quien dice: “Amor con amor se paga”. Pudiéramos decir, haciendo uso de las técnicas de negociación y manejo de conflictos, apelando al concepto de juego triádico, que se trata de jugar ganar-ganar-ganar, frente a la posibilidad de un juego suma cero, en el que unos ganan y otros pierden, o un juego en el que todos salgamos perdiendo, como en las guerras. Si no hay una relación de mutua confianza y de reciproca sinceridad, como las que se requiere en las relaciones de pareja, es posible que cuando alguno de ellos, en “secreto”, traiciona al otro, tarde o temprano, sale a flote, como los desechos humanos, la verdad. La verdad que, aunque tarde siglos en salir, iluminará con su fuerza, donde estaba la razón. Estamos obligados a pensar, a decir y a actuar con la verdad, por delante, si en realidad creemos y nos sentimos revolucionarios, como Cristo, el Che, Gandhi y la Madre Teresa de Calcuta, o como Pedro, Juan, María y Leticia, hombres y mujeres corrientes, sencillos y anónimos del pueblo, que han sido capaces de bregar con la contradicción entre ser auténticos y sinceros consigo mismos o traicionarse y vivir de mentiras y falsedades. Se trata de decir la verdad, aunque el líder y el pueblo, en un momento dado, no nos crean. Incluso, nosotros mismos, podemos dudar de ella. Es más, nuestra verdad hoy, puede variar mañana.
Porque la verdad, es capaz de cambiar en el tiempo y, sin embargo, no dejar de ser verdad. Lo importante, es que nunca traicionemos la verdad en la que creemos y, mucho menos, seamos capaces de ocultarla por conveniencia o por temores. Otra cosa, es, sin lugar a dudas, que no queramos compartirla, deseemos ocultarla, o nos neguemos a decirla, por integridad. Como ocurrió con tantos revolucionarios, que nunca traicionaron sus principios y sus ideales y algunos murieron felices de hacerlo; sin confiar a nadie los secretos y verdades que guardaban en su mente, en sus pensamientos, en sus corazones y en sus espíritus libertarios. No pudieron, las fuerzas del mal y de la contrarevolución, con el “Pica” Chirinos, ni pudieron con Jorge Rodríguez, que fue vilmente asesinado por las fuerzas represivas que son esencia del Estado. Ellos prefirieron entregarnos como herencia, su decoro y dignidad. Hombres y mujeres, como tantos que fueron sometidos a la tortura psicológica y física y nunca delataron a sus camaradas y compañeros de lucha. Sólo, en momentos como estos, no se puede decir la verdad, porque, paradójicamente, decir la verdad es traicionar al líder y a nuestro pueblo. O, como me enseñara, en “el nuevo mundo”, allá en el Ávila, el poeta de Galipán, Gonzalo Barrios, padre consanguíneo de Zoez: “sólo una causa noble puede justificar no decir la verdad”
Si nuestra lucha y nuestros ideales, son adquiridos de reciente data, o nunca se sedimentaron y solidificaron en nuestra conciencia, es probable que seamos capaces de negarlos. Si ellos han sido aprehendidos e internalizados en nuestra moralidad y han madurado lo suficiente para ensamblarse como parte de un todo único, en nuestro espíritu y en nuestro ser, ¡jamás, podrán ser traicionados! Aunque por cualquier circunstancia, se alejen de nosotros y no nos apoyen en algún llamado o proyecto que estemos planteando, nuestro líder o nuestro pueblo. Ellos pueden estar confundidos, heridos o malhumorados, alguien pudo envenenar sus cabezas ¿Vamos por eso a ser desleales o mentir descaradamente? ¡Nunca, jamás! Pase lo que pase, si decimos la verdad y mantenemos la lealtad al líder y al pueblo, ella se revertirá, más temprano que tarde, a favor de nuestros ideales y en la dirección, de los principios por los que luchamos.