Diez tesis para reinventar las izquierdas

Las elecciones generales del 30 de enero en Portugal tuvieron resultados sorprendentes. El Partido Socialista (PS) ganó las elecciones con mayoría absoluta. Portugal será ahora el único país europeo con un gobierno de mayoría absoluta de un solo partido de izquierdas. Los dos partidos a la izquierda del PS tuvieron los peores resultados de la historia. El Partido Comunista (PCP), que tenía doce diputados en el parlamento, ahora tiene la mitad; y el Bloque de Izquierda (BE), que contaba con diecinueve diputados, ahora tiene cinco. El BE pasa de tercera fuerza política a quinta y el PCP de cuarta a sexta. Las posiciones de estos partidos han sido ocupadas ahora por fuerzas de ultraderecha, una de inspiración fascista (Chega), ahora la tercera fuerza política, de la familia de la extrema derecha europea y mundial; y otro de recorte hiperneoliberal, darwinismo social puro y duro, es decir, la supervivencia del más fuerte (Iniciativa Liberal), ahora cuarta fuerza política.

Los resultados electorales muestran que la izquierda a la izquierda del PS perdió la oportunidad histórica que se ganó después de 2015 al construir una solución de gobierno de izquierda que se conoció como geringonça (PS, BE, PCP), una solución que detuvo la austeridad impuesta por la solución neoliberal de la crisis financiera de 2008 y lanzó al país a una modesta recuperación económica y social, pero consistente. Esta solución comenzó a precarizarse en 2020 y colapsó a finales de 2021 con el rechazo al presupuesto presentado por el gobierno. Eso es lo que llevó a las elecciones anticipadas del 30 de enero. La contundente victoria del PS tras seis años de gobierno y dos años de pandemia es memorable y merece una reflexión.

En este texto, propongo reflexionar sobre el otro hecho importante de estas elecciones: la abrupta caída de los dos partidos de izquierda a la izquierda del PS. Más bien, pretendo mostrar el abismo que se manifiesta en ella entre la izquierda que representan el BE y el PCP y la izquierda que, en mi opinión, es capaz de prosperar en las próximas décadas. La diferencia entre lo que existe y lo que propongo es tal que nos enfrentamos a la necesidad de reinventar las izquierdas. Por ahora no me refiero al contenido programático. Me refiero sobre todo a las formas de organización. Presento mi propuesta en diez tesis.

1. No hay ciudadanos despolitizados; hay ciudadanos inseguros que no se sienten movilizados por las formas dominantes de politización, ya sean partidos o movimientos de la sociedad civil organizada.

La inmensa mayoría de los ciudadanos no están afiliados a partidos, no participan en movimientos sociales ni salen a la calle a alzar la voz, pero buena parte de ellos se sienten excluidos, abandonados y desesperanzados de que la democracia cumpla con sus expectativas. La pandemia ha exacerbado la inseguridad existencial. Las fuerzas de extrema derecha fueron las primeras en identificar su oportunidad de prosperar allí. Son empresarios de la vida del miedo y la ira.

Después de siglos de colonialismo (racismo, xenofobia, robo de tierras y recursos naturales) y hetero patriarcado (sexismo, violencia de género, feminicidio, homofobia, transfobia) y más de cuarenta años de capitalismo neoliberal (escandalosa concentración de la riqueza, sobreexplotación del trabajo, erosión de los derechos sociales y económicos y destrucción de la naturaleza), los levantamientos sociales, cuando ocurren, tienden a tomar por sorpresa a los partidos y organizaciones de la sociedad civil (asociaciones y movimientos sociales). A menudo son movimientos espontáneos, presencias colectivas en plazas públicas.

2. No hay democracia sin partidos, pero sí partidos sin democracia.

Una de las antinomias de la democracia liberal representativa radica en que resuena cada vez más en los partidos como una forma exclusiva de agencia política, mientras que los partidos son internamente cada vez menos democráticos. Los partidos viven y se reproducen dentro de instituciones que tienden a aislarse de la turbulencia y complejidad de las dinámicas sociales.

El déficit democrático de los partidos se traduce en la incapacidad de captar oportunamente e interpretar correctamente los anhelos, inseguridades, aspiraciones de ciudadanas y ciudadanos cada vez más atrapados en la ideología dominante de la autonomía y la libertad, sin tener las condiciones materiales para ser en efecto autónomos o sentirse efectivamente libres. Sin que nadie los esclavice, se sienten condenados a autoesclavizarse. Como emprendedores, asalariados, trabajadores autónomos, se sienten en la paradójica situación de tener derecho a no tener derechos.

Esta disonancia es particularmente pronunciada entre los jóvenes y las clases sociales socialmente empobrecidas y vulnerables, aquellos para cuya defensa se han creado partidos de izquierda. Por ejemplo, las ideologías dominantes en los partidos de izquierda tienden a ver en los jóvenes sólo a los trabajadores precarios. Lo son, pero son mucho más que eso, son ciudadanos preocupados por su sexualidad, el racismo, las dificultades de relación en un mundo pandémico y de comunicación virtual, con la pérdida de amistades intensas, con la demanda de altas calificaciones académicas dirigidas al desempleo o al empleo basura, con el temor de que la crisis ecológica les robe más fácilmente el futuro que el capitalismo. La distancia entre todas estas experiencias y necesidades y los códigos de formulación y gestión política de los partidos es cada vez más preocupante.

3. Los partidos del futuro serán partido-movimiento.

Si bien es cierto que los partidos tradicionales han agotado su tiempo histórico, esto es particularmente cierto en el caso de los partidos de izquierda. La solución es transformar a los partidos en entidades más intensamente democráticas. Los partidos del futuro deben combinar la democracia representativa con la democracia participativa en la forma en que se organizan, cómo definen sus programas, cómo eligen a sus líderes, cómo toman decisiones políticas importantes, cómo cuentan y afirman la transparencia.

La participación ciudadana en los partidos no puede agotarse en el ejercicio del derecho al voto cada cuatro años. Se ejercerá durante el mandato de los representantes electos, y no sólo cuando finalice el mandato. Esta participación no puede reducirse a recibir información periódica. Deben basarse en la constitución de círculos ciudadanos militantes y simpatizantes, organizados por lugar de residencia o por tipo de ocupación, con capacidad deliberativa y no sólo consultiva. Esta vigilancia y co-creación política es particularmente decisiva en el caso de los partidos de izquierda por dos razones principales.

Las clases y grupos sociales que los de izquierda proponen representar y cuyos intereses dicen defender viven en condiciones sociales y universos culturales diferentes a los de los líderes políticos y tienen menos tiempo y menos proximidad social para manifestarse o hacerse entender. La política de proximidad es la clave de la política del futuro. Esta proximidad no puede ser simplemente un artefacto virtual de la sociedad de la información porque los cuerpos vivos tienen densidades y emociones que escapan a la lógica binaria de la comunicación virtual. Es más, la comunicación virtual no entiende de silencios y ausencias, aunque una y otra son fundamentales para entender el sufrimiento de quienes más sufren y las injusticias a las que están sometidos los más perjudicados.

La segunda razón es la tradición del marxismo-leninismo que en ocasiones conduce al centralismo democrático en partidos que provienen de la tradición comunista. Esta tradición ha tenido su mérito en su tiempo, pero ahora es superada por las condiciones de vida y comunicación contemporáneas. Mantenerlo en estos días, aunque de manera matizada, a veces significa caer en la tentación del espíritu de secta (sectarismo), en la búsqueda de la unanimidad a través de la vigilancia antidemocrática de las opiniones divergentes para que no se venguen y, finalmente, en la repentina oscilación entre la unanimidad y el silenciamiento, la suspensión de derechos, la demonización en la plaza pública. Este tipo de gestión de las diferencias es cada vez más incompatible con la visión que los ciudadanos tienen de la convivencia y la deliberación democráticas.

4. Los partidos-movimiento de izquierda no necesitan ser inventados desde cero; deben conocer y valorar sus orígenes.

La izquierda nació en convivencia con las clases y grupos sociales excluidos. Ayudaron a reducir la exclusión y el silenciamiento, no solo dando voz a sus reivindicaciones, sino también promoviendo su autoestima, a través de la educación y la cultura popular, grupos de teatro, actividades sociales y de ocio. La izquierda tiene que volver a sus orígenes, a la convivencia de proximidad con los grupos sociales excluidos, discriminados y empobrecidos. Paradójicamente, estos grupos son los que más sufren la ideología dominante y los que más fácilmente se sienten seducidos por ella, expuestos como están a la industria del entretenimiento masivo y a las reconfortantes redes sociales. La izquierda partidaria ya no vive donde viven sus votantes, ya no socializa ni conversa con ellos, excepto cuando los visita para pedirles que voten. Quienes viven hoy y hablan con los grupos sociales más excluidos son a menudo iglesias evangélicas neopentecostales cuando no es crimen organizado. El activismo militante de izquierda parece limitarse a participar en reuniones del partido para hacer (casi siempre escuchar quién lo hace) un análisis de la coyuntura. Los partidos de izquierda, tal como existen hoy, no son capaces de hablar con voces silenciadas y excluidas en términos que entienden. Para cambiar eso, la izquierda debe reinventarse.

5. No hay democracia, hay democratización.

La responsabilidad de la izquierda radica en que ahora sirven a la democracia más genuinamente que cualquier otra. La democracia liberal representativa siempre ha tenido miedo de las mayorías sociales. Basta recordar que la democracia representativa estaba en su origen limitada a los propietarios, una pequeña minoría de ciudadanos. Pero en los últimos sesenta años ha pasado por periodos en los que, con mayor veracidad, era el régimen de las mayorías gobiernos en beneficio de las mayorías.

Hoy en día, la democracia liberal está cada vez más capturada por poderosos intereses económicos. A medida que esto ocurre y es más conocido, la idea de que la democracia está siendo desfigurada y ahora es a menudo un régimen de gobiernos minoritarios en beneficio de las minorías. En muchos países, las fuerzas políticas de derecha dependen cada vez más de poderosos intereses económicos. Para servirles, no pueden servir a la democracia; simplemente la usan. Por lo tanto, las fuerzas políticas de izquierda están en una mejor posición para servir a la democracia y defenderla de los antidemócratas. Pero para ello, deben romper con la lógica de organización interna típica de los partidos de derecha.

La izquierda está mejor posicionada para entender que la democracia no puede limitarse al espacio-tiempo de la ciudadanía. Las sociedades políticamente democráticas son a menudo sociedades en las que las mayorías no pueden vivir democráticamente porque están expuestas al autoritarismo cotidiano que he designado como fascismo social. La lucha democrática debe existir también en el espacio de la familia, la comunidad, la producción, las relaciones sociales, las relaciones con la naturaleza y las relaciones internacionales. Cada espacio-tiempo convoca a un tipo específico de democracia. Esta es una democracia de alta intensidad. En comparación con ella, la democracia liberal representativa es una democracia de baja intensidad.

6. Los partidos-movimiento deben luchar contra el fundamentalismo de la exclusividad de la representación.

Los partidos convencionales sufren de fundamentalismo organizado contra la sociedad civil (asociaciones y movimientos sociales). Consideran que tienen el monopolio de la representación política y que este monopolio es legítimo, precisamente porque las organizaciones sociales no son cuantitativamente representativas. Por lo tanto, el único medio de articularse con ellos es la cooptación o la infiltración. Es así como los partidos solo reconocen «sus movimientos», sus «asociaciones», ya sean sindicatos u órdenes profesionales. Este fundamentalismo de la exclusividad de la representación y lo que de ella se deriva lleva a deslegitimar a las organizaciones de la sociedad civil, a someterlas a lógicas partidistas para perjudicar los intereses reales de sus asociados.

La lucha contra el fundamentalismo tiene todavía otra dimensión. Los partidos privilegian la acción institucional, la movilización de las instituciones, como el parlamento, los tribunales, la administración pública. Por el contrario, las organizaciones de la sociedad civil y especialmente los movimientos sociales, aunque también utilizan la acción institucional, a menudo recurren a la acción directa, protestas y manifestaciones en las calles y plazas, sentadas, la difusión de agendas a través del arte (artivismo). El fundamentalismo de la exclusividad de la representación tiende a devaluar estas importantes formas de movilización social y a fomentar la tentación de instrumentalizarlas. Los partidos tienden a homogeneizar sus bases sociales (uno es socialista, comunista, conservador, demócrata cristiano). Por el contrario, las organizaciones y movimientos sociales se centran en lealtades temáticas más específicas: vivienda, inmigración, violencia policial, racismo y sexismo, diversidad cultural, diferencia sexual, ecología, territorio, regionalismo, economía popular, etc. Trabajan con lenguajes y conceptos diferentes a los utilizados por los partidos. Esta diversidad enriquece la convivencia democrática.

Las organizaciones y los movimientos sociales saben que las formas de opresión provienen tanto del Estado como de las relaciones sociales (a veces familiares) y económicas. Los sindicatos, por ejemplo, tienen una notable experiencia en la lucha contra actores privados: patrones y empresas. Es por eso por lo que el neoliberalismo los ha atacado. La sociedad civil organizada en asociaciones, movimientos sociales y sindicatos está ahora marcada por una experiencia muy negativa: los partidos de izquierda a menudo no cumplen sus promesas electorales cuando llegan al poder. Este incumplimiento conduce a la deslegitimación de las partes. Si los partidos del movimiento democrático no recuperan la legitimidad democrática, los partidos antidemocráticos y de vocación fascista encuentran allí un terreno fértil para prosperar. Presentan, en general, como el antisistema, la nueva/vieja extrema derecha.

7. La revolución de la información electrónica y las redes sociales no son en sí mismas un instrumento incondicionalmente favorable al desarrollo de la democracia participativa.

Por el contrario, pueden ayudar a manipular la opinión pública hasta tal punto que el proceso democrático puede quedar fatalmente desfigurado (el mundo de las noticias falsas y los discursos de odio). El ejercicio de la democracia participativa requiere hoy, más que nunca, reuniones cara a cara y debates cara a cara. Hay que reinventar la tradición de las células partidarias, de los círculos ciudadanos, de los círculos culturales, de las comunidades eclesiales básicas. No hay democracia participativa sin interacción de proximidad. La pandemia ha dificultado la política de proximidad, pero debe reanudarse lo antes posible.

8. Los partidos-movimiento de izquierda están abiertos a unir fuerzas con otros partidos de izquierda basados en el principio de pluralidades despolarizadas y teorías de transición.

Tradicionalmente, las fuerzas políticas de izquierda han sido víctimas del faccionalismo y el oportunismo. En ambos casos, estas desviaciones se debieron a la distancia que crearon con sus bases sociales. En el caso de las fuerzas comunistas y anarquistas, el faccionalismo fue la desviación más frecuente casi siempre debido a la ansiedad identitaria y al purismo ideológico. A menudo han fracturado y transformado a los camaradas de ayer en los enemigos de hoy. En el caso de las fuerzas de tradición socialista, la desviación más frecuente fue la del oportunismo, el eclecticismo ideológico que hacía más fácil formar una coalición con fuerzas de derecha que con otras fuerzas de izquierda. Tanto el faccionalismo como el oportunismo contribuyen a desarmar a las fuerzas de izquierda y frustrar sus fundamentos sociales. Esto es particularmente preocupante en un contexto épico de crecimiento de fuerzas de extrema derecha, comprometidas con el uso de la democracia para llegar al poder, pero dispuestas a descartarla en la medida de lo posible.

A esta doble tradición deben oponerse dos principios. El primero es el principio de las pluralidades despolarizadas. Consiste en distinguir entre lo que separa y lo que une a las organizaciones políticas y promover articulaciones entre ellas a partir de lo que las une, sin perder la identidad de lo que las separa. Lo que los separa solo se suspende por razones pragmáticas. Las diferencias sólo se despolarizan cuando las concesiones son recíprocas, cuando los procesos de negociación y los resultados son transparentes y las bases sociales de las organizaciones participantes los consideran beneficiosos tras la debida y adecuada consulta. Esta es la primera clave de los acuerdos entre partidos de izquierda.

La segunda clave es considerar los tiempos y ritmos de las políticas defendidas. El socialismo no puede quedarse en el cajón para siempre, pero tampoco se puede lograr mañana. Tenemos que pensar en períodos de transición, en los que las reformas deben medirse por la capacidad de consolidar el progreso sin abrir la puerta a retrocesos abruptos. El neoliberalismo ha hecho tan evidente y grave la transferencia de riqueza de los pobres y las clases medias a los ricos y a las viejas y nuevas élites que las fuerzas tradicionales de derecha ahora viven más de las oportunidades que la izquierda les da por los errores que cometen que por sus propios méritos.

9. La cultura popular y la educación son una de las claves para sostener la democracia y frenar el avance del autoritarismo.

Los medios más eficaces para luchar contra el viejo/nuevo fascismo, el autoritarismo y el oscurantismo son la cultura y la educación. La cultura es la práctica de la diversidad democrática y la imaginación por excelencia. La educación es esencial para promover la difusión de la convivencia democrática y el interconocimiento entre las diferencias políticas, sociales y culturales. Las nuevas formas de educación política popular incluyen círculos de conversación, círculos de ciudadanía, universidades populares, teatro de los oprimidos, poesía slam, cultura hip-hop, con miras a crear una ecología del conocimiento que potencie la participación política en la que se debe dar forma a la democracia participativa del futuro: presupuestos participativos, consultas populares, consejos sociales o gestión de políticas públicas, especialmente en las áreas de salud y educación.

La historia del país, de todo lo luminoso y oscuro, es una dimensión esencial de la cultura y la educación. El pasado fue un pasado de peleas donde hubo ganadores y hubo perdedores. Por razones obvias, las clases dominantes prefieren la historia de los ganadores contada por los ganadores (sus predecesores). Las fuerzas políticas de izquierda deben, por el contrario, promover la difusión de la historia de los perdedores contada por los perdedores (los predecesores de los grupos sociales que se proponen defender). Las historias plurales son las más efectivas para luchar contra la falsa contingencia del presente y el carácter instantáneo y desarraigado de la contemporaneidad monolítica. Una sociedad que no conoce su pasado está condenada a tener sólo el futuro de los demás.

10. Vivimos en un período de luchas defensivas.

La ideología de que no hay alternativa al capitalismo –que es, de hecho, una tríada: capitalismo, colonialismo (racismo) y heteropatriarcado (sexismo)– ha terminado siendo internalizada por gran parte del pensamiento de izquierda. El neoliberalismo ha sabido combinar el supuesto fin pacífico de la historia con la idea de crisis permanente (por ejemplo, la crisis financiera, la crisis ecológica y, más recientemente, la crisis sanitaria). Por eso, hoy vivimos bajo el dominio del corto plazo. Sus demandas deben ser satisfechas porque quienes pasan hambre o son víctimas de violencia policial o de género, y no pueden esperar a que el socialismo les permita comer o los libere.

Pero no se puede perder de vista el debate civilizador que plantea la cuestión de las luchas a medio plazo. La pandemia, si bien hace del corto plazo una emergencia máxima, ha creado la oportunidad de pensar que existen alternativas a la vida y que, si no queremos entrar en un periodo de pandemia intermitente, debemos prestar atención a las advertencias que nos está dando la naturaleza. Si no cambiamos nuestras formas de producir, consumir y vivir, entraremos en un infierno pandémico.

En un momento en que los fascistas se están acercando cada vez más al poder, cuando ya no están en el poder, una de las luchas más importantes es la lucha por la democracia. La democracia liberal representativa es de baja intensidad porque acepta ser una isla relativamente democrática en un archipiélago de despotismos sociales, económicos y culturales. Por lo tanto, no se sabe cómo defenderse eficazmente contra las fuerzas antidemocráticas.

La democracia liberal representativa es un punto de partida esencial, pero no puede ser el punto de llegada. El punto de llegada es una profunda articulación entre la democracia liberal y representativa y la democracia participativa y deliberativa. En este momento de luchas defensivas, es particularmente importante defender la democracia liberal y representativa, neutralizar a los fascistas y, a partir de ella, radicalizar la democratización de la sociedad y la política. Las fuerzas políticas de izquierda deben ser particularmente conscientes porque saben que serán los primeros objetivos y las primeras víctimas de la violencia fascista. Traducción de Bryan Vargas Reyes

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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.



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Boaventura de Sousa Santos

(Coímbra, Portugal, 15 de noviembre de 1940) es doctor en Sociología del derecho por la Universidad de Yale y catedrático, ya jubilado, de Sociología en la Universidad de Coímbra.1​ Es director del Centro de Estudios Sociales y del Centro de Documentación 25 de Abril de esa misma universidad; además, profesor distinguido del Institute for Legal Studies de la Universidad de Wisconsin-Madison.1​\n\nSe le considera un intelectual con reconocimiento internacional en el área de ciencias sociales, popular en Brasil por su participación en varias ediciones del Foro Social Mundial.2​ Ha publicado trabajos sobre la globalización, sociología del derecho, epistemología, democracia y derechos humanos. Sus obras se tradujeron al español, Inglés, italiano, francés, alemán y chino.3​

 bsantos@ces.uc.pt

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