—"La reacción negativa contra el consenso pro-empresa empeoró ante nuevos escándalos como el de Enron. Tres meses después de los ataques del 11-S, Enron se declaró en bancarrota. Miles de personas perdieron sus fondos de pensiones, mientras que los ejecutivos aprovecharon sus conocimientos para forrarse. La crisis contribuyó al desplome de la fe en la capacidad de la empresa privada para desempeñar servicios esenciales, sobre todo cuando se supo de la manipulación de los precios de la energía y los consiguientes apagones masivos en California, unos meses antes".
Como todas las fes fundamentalistas, la economía de la Escuela de Chicago es, para los verdaderos creyentes, un sistema cerrado. La premisa inicial es que el libre mercado es un sistema científico perfecto, un sistema en el que los individuos, siguiendo sus propios intereses, crean el máximo beneficio para todos. Se sigue ineluctablemente que si algo no funciona en una economía de libre mercado —alta inflación o desempleo— tiene que ser porque el mercado no es auténticamente libre. Tiene que haber alguna intromisión, alguna distorsión del sistema. La solución de Chicago es siempre la misma: aplicar de forma más estricta y completa los fundamentos del libre mercado.
Bajo la presión de estos intereses empresariales, surgió en los círculos de la diplomacia estadounidense e inglesa un movimiento que intentaba colocar a los gobiernos desarrollistas en la lógica binaria típica de la Guerra Fría. No había que dejarse engañar por el aspecto democrático y moderado de estos gobiernos, afirmaban estos halcones: el nacionalismo del Tercer Mundo era el primer paso en el camino hacia el comunismo totalitario y había que acabar con él antes de que echara raíces. Dos de los principales defensores de esta teoría fueron John Foster Dulles, el secretario de Estado de Eisenhower, y su hermano Allen Dulles, director de la recién creada CIA. Antes de ocupar cargo público, ambos habían trabajado en el legendario bufete de abogados Sullivan & Cromwell, de Nueva York, donde habían representado a muchas de las empresas que más tenían que perder con el desarrollismo, entre las cuales se contaban J.P. Morgan & Company, la International Nickel Company, la Cuban Sugar Cane Corporation y la United Fruit Company. Los resultados de la influencia de los Dulles fueron inmediatos: en 1953 y 1954 la CIA lanzó sus dos primeros golpes de Estado, ambos contra gobiernos del Tercer Mundo que se identificaban mucho más con Keynes que con Stalin.
El primero fue en 1953, cuando un complot de la CIA consiguió derrocar a Mossadegh en Irán y reemplazarlo por el brutal Sha. El siguiente fue el golpe que la CIA patrocinó en 1954 en Guatemala, llevado a cabo por una petición directa de la United Fruit Company. La empresa, que contaba con la atención de los Dulles desde sus días en Cromwell, estaba indignada porque el presidente Jacobo Arbenz Guzmán había expropiado tierras que no usaba (ofreciendo la correspondiente indemnización) como parte de su proyecto para transformar Guatemala, en sus propias palabras, "de un país atrasado con una economía predominantemente feudal en un Estado capitalista moderno", objetivo al parecer inaceptable. En poco tiempo se derrocó a Arbenz y la United Fruit volvió a regir los destinos del país.
—Esta ansia por los poderes casi divinos de una creación total explica precisamente la razón por la que los ideólogos de libre mercado se sienten tan atraídos por las crisis y las catástrofes. La realidad no apocalíptica no es muy hospitalaría para con sus ambiciones, sencillamente. Durante más de cuarenta y cinco años, el motor de la contrarrevolución de Friedman ha sido la singular atracción hacia un tipio de libertad de maniobra y posibilidades que sólo se da en situaciones de cambio cataclísmico.
¡La Lucha sigue!