En una noticia reciente publicada en Aporrea sobre el viaje del presidente Maduro a Irán (ver: https://www.aporrea.org/venezuelaexterior/n374303.html), se reseña que nuestro presidente manifestó: "Quedé impresionado", después de visitar un complejo industrial en ese país. Pues a mí no me impresiona que nuestro presidente se haya impresionado. Hay dos razones fundamentales para ello.
Primero, la maquinaria publicitaria del gobierno nos ha vendido la idea de que tenemos un presidente obrero. Por la información que es de dominio público, lo único que sabemos es que nuestro presidente constitucional tuvo un cargo de chofer de autobús en la empresa CA Metro de Caracas. Un cargo de chofer es clasificado en la nómina como un cargo de obrero. Es solo eso, una denominación formal. Esa denominación no significa que el chofer se involucre en el proceso de producción. Es bastante probable que el chofer ni siquiera tenga acceso a los espacios en que se producen las mercancías. No nos tiene que extrañar pues que el presidente Maduro nunca tuviera acceso a los talleres del Metro. Algo que si es seguro es que nunca participó, mientras era chofer, del trabajo de obrero ni en los túneles ni en los patios del Metro. Además, nuestro presidente fue sindicalista. Sabemos que los sindicalistas son liberados de sus obligaciones laborales para dedicarse a su trabajo sindical. Por tanto, nuestro presidente hace ya muchos años, incluso antes de llegar a ocupar cargos en el gobierno, que no sabe que es una fábrica. No nos tiene que extrañar pues que quede impresionado después de visitar un complejo industrial.
Segundo, durante los gobiernos de la Revolución Bolivariana la producción industrial en el país, por diversas razones, ha decaído significativamente. Situación que se ha agravado producto de las criminales e ilegales sanciones del gobierno de los Estados Unidos contra nuestro país. Durante los años de la bonanza petrolera, los gobiernos de la Revolución Bolivariana optaron por importar productos del extranjero, en lugar de crear empresas y motorizar la producción en el país. Volvimos, como en años de la IV República, a una economía de puertos. Por otro lado, una política irracional de expropiaciones sin ningún criterio claro y sin planificación alguna. Un ejemplo paradigmático es el de la industria del cemento. El gobierno adquirió todas las plantas de cemento que estaban en manos privadas, compró un grupo de empresas obsoletas con tecnología anticuada. En lugar de invertir en construir nuevas plantas y competir con las obsoletas plantas en manos privadas, generando así más empleo, impulsar la producción nacional e incorporar nueva infraestructura al aparato productivo, el gobierno escogió el peor camino. Hoy estamos cosechando el producto de esas malas políticas, ahora el gobierno Bolivariano está recurriendo a la empresa privada para salvar las pocas empresas que han sobrevivido. No nos tiene que extrañar pues que nuestro presidente no conozca complejos industriales venezolanos, ni siquiera empresas venezolanas que le impresionen.