Si la emancipación de la clase obrera exige su fraternal unión y colaboración, ¿cómo van a poder cumplir esta gran misión con una política exterior que persigue designios criminales, que pone en juego prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo? No ha sido la prudencia de las clases dominantes, sino la heroica resistencia de la clase obrera de Nuestramerica a la criminal locura de aquéllas, la que ha evitado el verse precipitada a una infame cruzada para perpetuar y propagar la esclavitud. La aprobación impúdica, la falta simpatía o la indiferencia idiota con que las clases superiores del Norte han visto a los Gringos y asesinar al pueblo de Irak; las inmensas usurpaciones realizadas sin obstáculo por esa potencia bárbara, cuya cabeza está en Washington el deber de iniciarse en los misterios de la política internacional, de vigilar la actividad diplomática de sus gobiernos respectivos y cuya mano se encuentra en todos los gabinetes de Europa, han enseñado al pueblo el deber de iniciarse en los misterios de la política internacional, de vigilar la actividad diplomática de sus gobiernos respectivos, de combatirla, en caso necesario, por todos los medios de que dispongan; y cuando no se pueda impedir, unirse para lanzar una protesta común y reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia, que deben presidir las relaciones entre los gobiernos, sean las leyes supremas de las relaciones entre las naciones.
Este pensamiento debe darnos la fuerza para remontar todos los obstáculos, soportar las más duras pruebas. Hace falta que veamos claramente el fin que perseguimos; hace falta que rompamos el triple yugo que nos oprime y oscurecer nuestra vista. El yugo de la fuerza brutal; el yugo del dólar sin piedad ni conciencia; el yugo de los prejuicios hereditarios. Hace falta comenzar por romper el último, que es el que se adueña de nuestro propio interior. Hace falta que conciliemos nuestras ideas sobre el derecho y la moral con los graves principios de nuestros fines; la realización de la justicia sobre la tierra. Como nuestro propósito es grande y puro, los medios para alcanzarlo deben ser puros. Nos hace falta ser firmes en nuestros propósitos; nada de compromiso, nada de concesiones.
No hay que engañar al pueblo con las promesas ilusorias de otro mundo, sino decirle la pura verdad sobre las causas de su situación, enseñarle las grandes verdades filosóficas y científicas que tanto tiempo ha ignorado. Nosotros no conocemos otra divinidad que el gran ideal que nuestra razón nos presenta; nosotros no conocemos otra fe y ley que el poder creador de la razón humana. Es así como nosotros llegamos a alcanzar nuestro fin: la realización de la justicia sobre la tierra.
La cuestión que se nos presenta de una manera más imperiosa es la de la igualdad económica y social de las clases y de los individuos, fuera de esta igualdad, es decir, fuera de la justicia, la libertad y la paz no son realizables. En consecuencia, el Estado pone el orden el estudio de los medios prácticos de resolver esta cuestión.
Por eso, el objetivo inmediato se ha limitado a las reivindicaciones de todos los días, a los medios de defensa contra las usurpaciones incesantes del capital, en una palabra, a las cuestiones de sueldos y de tiempo de trabajo. Esta actividad de los sindicatos no es solamente legítima, sino necesaria. No nos podríamos dispensar de ella en tanto subsista el modo actual de producción. Por el contrario, es preciso generalizarla creando sindicatos y uniendo éstos en todos los países.
¡La Lucha sigue!