(Conjunto de artículos publicados en TP en los números 2.983 al 2.985
de septiembre a noviembre de 2017 en el marco del centenario de la Revolución Bolchevique)
A MODO DE PRESENTACIÓN
Pasados 106 años de la revolución que marco el "corto siglo XX" y por lo tanto la base modeladora de nuestro tiempo, los acontecimientos de la Rusia Revolucionaria marca aún el debate histórico, política, económico y geopolítico de hoy. Hasta los acontecimientos recientes de la Palestina de hoy tiene un referente en aquella acción diplomática de los revolucionarios rusos que publicaron los secretos de los acuerdos de Says-Pycott, dónde las potencias aliadas convinieron repartirse los despojos del Imperio Otomano, entre esos "Despojos" Palestina sería un botín Inglés .
Hoy la Revolución Bolchevique debe ser un elemento de estudio y reflexión , una cosa es su reivindicación y otra cosas es pretender las copias mecánicas, Lenin y los Bolcheviques no calcaron la Comuna de París , estudiaron profundamente la realidad del Imperio Ruso de su tiempo y de allí avanzaron por los caminos jamás transitados de una nueva sociedad. La Revolución Bolchevique fracaso? Si y No , obviamente fue derrotada por múltiples factores internos y externos , pero la Revolución de Octubre y la consecuente Unión. Soviética demostró que la clase obrera puede gobernar y ser la clase dirigente de una sociedad hacerla crecer económica, científica y políticamente, y ser un contrapeso a las potencia imperialistas .
La mejor reivindicación histórica de la Revolución Bolchevique , no es su imitación, sino su estudio critico, de sus glorias y sus grises , para poder recorrer nuevamente esos desconocidos caminos con mejores brújulas y mapas .
LA RUSIA PRERREVOLUCIONARIA
En 1917, tras tres años de guerra interimperialista, la autocracia zarista agoniza; los reveses militares, la alta inflación y la escasez de alimentos agudizan el malestar de obreros y campesinos, quienes abandonan masivamente el discurso patriotero y descubren el verdadero carácter de la guerra. El 8 de marzo (23 de febrero en el calendario juliano), Día Internacional de la Mujer Obrera, la manifestación se transforma en rebelión contra la guerra, el hambre y la opresión.
El Imperio Ruso se extendía por dos continentes, desde Polonia hasta el Océano Pacífico, y agrupaba 175 millones de humanos de 298 grupos étnicos, 80% de ellos campesinos, pero con sólidos núcleos obreros en las capitales y las zonas petroleras del Cáucaso; todos sometidos al yugo semifeudal de la más reaccionaria monarquía de Europa. La iglesia ortodoxa rusa fungía de brazo ideológico de la dominación y el atraso cultural de este vasto imperio.
El país exhibía una esperanza de vida de 28 años y una tasa de analfabetismo que rondaba el 75% de la población, más del 95% en algunas zonas rurales. Seis mil millones de acres, más de la mitad del territorio, eran propiedad del Zar Nicolás II, y 95% de las tierras pertenecían a apenas 130.000 terratenientes y burgueses. Sólo 50 años antes, todavía existía la servidumbre en el campo, que había sido superada en Europa hacía 400 años. El primer y fugaz parlamento, la Duma, apenas se había instalado durante la Revolución de 1905.
Nicolás II, el gendarme de la clase terrateniente y la joven burguesía rusa, era heredero de una dinastía de 600 años. Debido a su incompetencia como estadista, era despreciado por las potencias europeas y hasta por su propia burguesía y su aristocracia.
EL FERMENTO REVOLUCIONARIO
La herencia de los «decembristas» de 1825, inspirados en la Revolución Francesa, y las luchas de los populistas revolucionarios Herzen y Chernishevsky, críticos radicales del absolutismo zarista y auténticos demócratas de mitad del siglo XIX, empujaron un movimiento campesino que sólo pudo ser apaciguado por la feroz represión de la autocracia. Ese legado revolucionario sería luego asumido por la naciente clase obrera.
En 1898 se reunieron en Minsk diversas organizaciones obreras, la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Trabajadora, la Unión General de Trabajadores Judíos, y los grupos socialdemócratas de varias ciudades. La intención era organizar una fuerza obrera marxista, que se distanciara del aventurerismo de los populistas y los «socialistas revolucionarios» y de su ideología pseudo-radical, pero pequeñoburguesa en el fondo. Así nacería el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR).
Los golpes policiales y la poca definición ideológica hicieron necesario un segundo Congreso, realizado entre Bruselas y Londres en 1903; allí se destacarían figuras como Lenin, Riazanov y el todavía marxista Plejanov, que dotarían al POSDR de un programa y una sólida concepción marxista. Allí también se produjo la división entre mencheviques (minoritarios) y bolcheviques (mayoritarios), que marcaría en el futuro los acontecimientos de la Revolución de 1917 y daría inicio a la lucha entre el reformismo y la concepción verdaderamente revolucionaria, lucha que continúa vigente en nuestros días.
DUALIDAD DE PODERES
Tras tres años de guerra imperialista, las y los obreros y campesinos rusos estaban por hacer estallar el eslabón más débil del sistema capitalista; y esto finalmente ocurrió tras la manifestación del 8 de marzo (23 febrero del calendario juliano) de 1917, en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Las mujeres proletarias salieron a las calles a exigir pan, y su protesta se enlazó con la huelga del cordón industrial de Petrogrado, la capital imperial, encabezada por los obreros de la Fábrica Putilov. Este estallido popular dio lugar a la Revolución de Febrero.
Ya para la noche del 24 de febrero, 160.000 obreros habían declarado la huelga general y 200.000 mujeres y desempleados recorrían las calles de la capital exigiendo el fin del zarismo y de la guerra. La revuelta se estaba extendiendo a las demás ciudades del país, Moscú, Kiev, Jarkov, y al resto del imperio. El día 26, los soldados del regimiento Pavlovski enviados a sofocar las manifestaciones, voltearon sus fusiles y se unieron a la revuelta popular. Los obreros organizaron guardias rojas, y diversas unidades militares se pasaron al bando proletario, entre ellas los marinos del Crucero Aurora de la Flota del Báltico, donde la influencia bolchevique era grande.
La aristocracia zarista, consciente de la incompetencia del zar Nicolás II, planeó un golpe palaciego para frenar el ímpetu de las masas; pero ya el día 27 se instaló un primer soviet de obreros, campesinos y soldados. Ese mismo día, el parlamento (Duma) creó un gobierno provisional integrado por una mayoría de demócratas constitucionalistas (kadetes) más el socialdemócrata (trudovike) Alexander Kerenski; luego de nombrado el gabinete, presidido por el príncipe Georgi Lvov, la Duma se disolvió.
EN LA RECTA FINAL
En la práctica quedó planteada una dualidad de poderes, una contraposición entre el gobierno provisional y los soviets de obreros y campesinos, que algunos esperaban que se resolviera sin mayores contradicciones y diera paso a una coexistencia amistosa, pero la agudización de la lucha de clases hizo imposible tal cosa. El gobierno provisional, burgués y terrateniente y vinculado al interés en la guerra imperialista, se negó a declarar la paz, mientras que el poder soviético obrero y campesino, enemigo del capital y los terratenientes, exigía el fin de la guerra imperialista. No podían estos dos instrumentos de clases confrontadas coexistir por mucho tiempo, y esto lo comprendió y explicó genialmente Lenin en sus «Tesis de Abril».
El gobierno provisional, al no responder a las demandas de las grandes masas obreras y especialmente campesinas sobre el fin de la guerra y el reparto de tierras, perdió rápidamente apoyo popular. En julio, bolcheviques y anarquistas, contrariando las instrucciones de Lenin, protagonizaron un precipitado levantamiento que fue rápidamente derrotado, pero que de todas maneras sirvió para socavar el último vestigio de gobernabilidad. Tras una cadena de renuncias de sus ministros, el propio príncipe Lvov renunció el 21 de julio a la presidencia, y fue sucedido al frente del gobierno por Kerenski, quien asumió como Primer Ministro aunque conservando también su anterior cargo de ministro de Defensa.
Quedó así dispuesta la escena para la recta final de la Revolución, cuyos acontecimientos alcanzarán su clímax y su resolución dialéctica el 25 de octubre (calendario juliano), pero esto será tema de otra entrega.
La crisis política del imperio zarista, iniciada en febrero de 1917 (calendario juliano), se continuaba agravando debido a la descomposición general del país y los fracasos militares en la Guerra Mundial. Por fin, las jornadas revolucionarias de julio, pese a ser sofocadas por el gobierno provisional de Georgi Lvov, precipitaron su caída y dieron paso el 21 de julio al gobierno de Alexander Kerenski.
De inmediato, Kerenski ordenó la represión de los bolcheviques y el arresto de Lenin; el máximo líder bolchevique, que había regresado del exilio en abril, debió volver a la clandestinidad y a un nuevo exilio, y se replanteó la táctica frente al gobierno provisional, desenmascarando el falso discurso revolucionario de los eseristas y los mencheviques.
Pese a su palabrería, el gobierno se negaba a aplicar medidas revolucionarias para expropiar a los capitalistas y terratenientes, además de mantener a los pueblos del imperio sumergidos en la carnicería de la guerra. Los bolcheviques desarrollaron una eficaz campaña concientizadora de la clase obrera y el campesinado, que los llevaría en breve a lograr la mayoría en los Soviets, paso previo para la salida revolucionaria a la crisis.
El 27 de agosto se produjo un golpe de Estado dirigido por el general Lavr Kornilov, pero la intensa movilización bolchevique y de la Guardia Roja, junto al proletariado de Petrogrado, frenó esa intentona contrarrevolucionaria y salvó al gobierno. Esto obligó a Kerensky a legalizar a los bolcheviques y permitir el retorno de Lenin, y aceleró el crecimiento de su prestigio y su influencia. Cada día, el programa bolchevique de «Paz, Pan y Tierra» ganaba nuevos adeptos.
EL ASALTO FINAL
El Comité Central bolchevique se reunió el 10 de octubre para designar un Comité Militar Revolucionario, encargado de organizar la toma definitiva del poder, y determinó el día para ello: el 25 de octubre (7 de noviembre en el calendario gregoriano), fecha de instalación del II Congreso de los Soviets de toda Rusia. Esta decisión fue críticamente acertada, pues hacer estallar el levantamiento antes sería un acto de vanguardismo, pero hacerlo después del Congreso sería malgastar una oportunidad preciosa, lo que podría hacer perder impulso al movimiento.
El plan era derrocar el gobierno, entregar de inmediato «todo el poder» al Congreso, y acabar con la dualidad de poderes que había durado desde febrero. El 24 de octubre las unidades de la Guardia Roja, los marinos y soldados bolcheviques tomaron los principales puntos estratégicos de Petrogrado, de acuerdo con el plan meticuloso del Comité Militar Revolucionario.
El día 25 a las 9:45 pm, de acuerdo con lo convenido, un cañonazo del Crucero Aurora dio la orden de asalto al Palacio de Invierno, sede del gobierno provisional, cuya toma por las masas fue completada sin dificultad ni resistencia, pues las tropas del gobierno ya se habían retirado. La caída del poder burgués fue increíblemente rápida y pacífica, prueba de la profundidad de la descomposición del gobierno provisional.
En la mañana del 26, Lenin se presentó ante el Congreso de los Soviets para informar del derrocamiento del gobierno, y dejó el poder revolucionario en manos del Congreso, el cual designó un Consejo de Comisarios del pueblo. ¡Es la revolución socialista!, ¡es el gobierno de los obreros!