Las elecciones europeas, celebradas entre el 6 y el 9 de junio, han dado lugar a un nuevo mapa político en el viejo continente. Sus resultados no pueden sorprender. Era evidente el ascenso de la extrema derecha y el declive de una izquierda dada la pérdida progresiva de su perfil político e ideológico.
El avance de la extrema derecha ha sido avasallante. La Agrupación Nacional de Marine Le Pen se consolidó en Francia. Los ultras también ganaron en Austria, Hungría e Italia. En Polonia y Alemania, la extrema derecha se posicionó como segunda fuerza, aunque en los países nórdicos como Suecia y Finlandia su apoyo disminuyó. El Partido Popular Europeo se mantuvo como la primera fuerza del hemiciclo, mejorando sus resultados respecto a 2019 y superando las expectativas de las encuestas. Los socialdemócratas, aunque se mantienen como la segunda fuerza, sufrieron reveses significativos en Alemania y España. Por su parte, los liberales han sido quizás los más golpeados políticamente, con la derrota del partido de Emmanuel Macron en Francia y Alexander De Croo en Bélgica. Los verdes, por su parte, perdieron una media de 20 escaños, con malos resultados en Alemania y Francia, aunque lograron una sorprendente victoria en Dinamarca.
La dura derrota de las izquierdas en las elecciones europeas del 7/6 refleja la profunda crisis ideológica que las afecta. Por un lado, una izquierda reformista que hace tiempo que renunció a cambiar el sistema, cuya única "ideología" es la sumisión al sistema, al poder establecido, y que por tanto ha dejado de defender los intereses del pueblo. Una izquierda que ha llegado al extremo de no saber lo que significa la palabra "socialista". Y por otro lado, una izquierda anquilosada, marginal, trastocada por la desaparición de la URSS y de las burocracias opresivas de la Europa Oriental. Una izquierda que en medio de sus desvaríos ideológicos ha llegado a apoyar a dictaduras o regímenes autoritarios con presos políticos y graves violaciones de derechos humanos, que defiende regímenes que imponen a sus mujeres los velos y pañuelos, que aborrece la libertad de expresión, que propicia una sociedad uniforme en la que la disidencia es condenada y judicializada.
El actual auge de la ultraderecha no es más que un nuevo capítulo en la lucha ideológica, frente a una izquierda desunida, desorientada y desorganizada, sin ideas ni estrategias claras. Es evidente que, tras su triunfo electoral, la extrema derecha se consolidará dentro y fuera de las instituciones europeas, y su peso político será cada vez más determinante dada la nueva correlación de fuerzas en el parlamento europeo. Se impondrán sus políticas militaristas y antiinmigrantes, así como el deterioro de los salarios y las condiciones de empleo, la precarización de las relaciones laborales y la reducción de puestos de trabajo. El auge arrollador de la derecha debe interpretarse como un fracaso de la izquierda europea.
Es lamentable observar el declive de una fuerza transformadora como lo fue la izquierda europea, faro de esperanza y cambio, que promovió la democracia representativa, la justicia social y el progreso. Hoy es una izquierda reaccionaria, estancada, y entrampada en un discurso ideológico contradictorio, que no logra articular un proyecto alternativo coherente.
Es imperativo que la izquierda europea recupere su espíritu original de transformación social y vuelva a conectar con las necesidades y aspiraciones de los explotados y de los excluidos sociales.