Estoy vacío de ideas. No tanto por mi edad o porque me ha vaciado de ideas porque sí, como por el cariz que han tomado estos tiempos. Todo lo pensado a lo largo de mi vida, lo he dicho y escrito para dejar testimonio de mi sinceridad. Y los tiempos actuales me devoran, me dejan sin palabras.. La desaparición hace mucho de la Enseñanza, del latín, del griego y de las Humanidades ha trazado una línea divisoria, una frontera abrupta natural entre dos naciones casi irreconciliables, la de mi generación y la de las siguientes. Evidentemente ya sé que no soy yo sólo el afectado por semejante cambio, que somos millones de personas los desconcertados. Y también sé que la mayoría no ha tenido más remedio que adaptarse para sufrir lo menos posible la inadaptación.
Pero algunos la sufrimos, es más, la curiosidad nos puede y sabiendo que estamos en un laberinto, nos metemos en él una y otra vez desde hace mucho tiempo. Pues valoramos tanto la lengua, la expresión hablada y sobre todo la escrita, todo acompañado por una serie de factores estéticos y también éticos derivados de las asignaturas hace muchos años suprimidas de los Planes de Enseñanza, que lo pasamos muy mal. Sobre todo los intelectuales, conocidos o desconocidos, como desconocido soy yo.
La comunicación, verbal -o mucho más- la escrita, se hace casi imposible entre mi generación y las siguientes. He de suprimir de mi vocabulario normal, no del cultiparlante, numerosas palabras que fueron usadas normalmente por todos y todas, y si alguna se me escapa por inercia, suelo ver un gesto interrogante o de extrañeza en el interlocutor de turno. En todo caso, es uno el que no sabe qué decir ante tanto disparate y tanto esperpento, palabra creada por nuestro Valle Inclán, aplicada a tantísimas personas, cosas y situaciones grotescas o estrafalarias. Hoy el escritor hubiera tenido que inventarse otra tan expresiva como ésa, para denominar el absurdo de los absurdos, uno tras otro, que vemos y vivimos cada día como algo inagotable que se ha hecho costumbre para quedarse.
La compleja realidad que nos rodea precisa de un ajuste para ser comprendida. Por otra parte, si nosotros tuvimos clara la lógica de las cosas, el sentido de las acciones y de los comportamientos, sería porque teníamos referentes de una ética intemporal, y también, de una estética que aunque fuese cambiante y rompedora de modelos anteriores, la ruptura era gradual y la transición suave. Pero a las generaciones actuales les resulta indiferente la incoherencia y la contradicción, ni siquiera las detectan, las asumen porque carecen de esos referentes, para ellas, todo vale… Sin embargo hoy día, al huir de él y querer desconocer aquel orden, son constantes los cambios y cuanto más extravagantes, es decir, cuanto menos sentido tengan, mejor. Se ve que también la informática, su inestabilidad y las actualizaciones que requiere todo ese universo producen sus efectos hondos en la poblaciones. Pero son tan bruscos los contrastes que muchas y muchos no salimos del asombro en multitud de cosas. No salimos de nuestro asombro para deleitarnos, sino para vomitar.
Pues es hoy día irrelevante deformar la realidad visible, la que vemos y tocamos, es normal mentir, tergiversar, cambiar de ideas de un día para otro, menospreciar otras que fueron sublimes. No tienen valor ni encanto, el amor, la amistad, la lealtad, la fidelidad, la belleza moral, el remordimiento, el arrepentimiento. Ni siquiera la muerte, el tema más elevado de la poesía… Es más, a veces parece que el principal sentido que la sociedad en general ve en la vida, entre cerveza y cerveza, es ir contra todo lo que hasta hace un par de lustros tuvo sentido. El deterioro de la Naturaleza por el efecto del cambio climático y los abusos de los occidentales, cierra el círculo de una vida superficial, vacía, tediosa que al final se hace cada vez más absurda y más esperpéntica porque han desaparecido toda clase de ideales, que son los que dieron sentido al vivir a estas sociedades, más allá de la ambición y del lujo...