Cuando se aliaron con los capitalistas perdieron definitivamente el rumbo, el discurso, los argumentos para sostenerse en el poder. Son los capitalistas quienes mejor gobiernan al capitalismo. Para los legítimos los maduristas son advenedizos, ineficientes y anárquicos.
Los fieles a Maduro, frente a esta desviación hacia la derecha, conocen una sola forma de hacer respetar la constitución, y esa es reprimiendo las manifestaciones de rechazo popular a las políticas del gobierno. Pero niegan el lado oscuro dónde el madurismo no la respeta, donde la viola y la sigue violando hasta ahora, gobernando para los ricos, para un pequeño grupo privilegiado, y gobernando para sus clientes, un conglomerado de “militantes” burócratas y particulares enchufados que invierten en él, redituable en beneficios y ventajas personales; otro grupo de favoritos. El resto de la masa es criminalizada, manipulada, amenazada de ser despojada de lo último que le queda en la vida. El arma más usada por el madurismo es el miedo: si en ellos funciona ¿por qué no usarlo con la masa?
De la falta de socialismo, nace la superchería madurista, su fascinación por las cuasi religiones, el maniqueísmo místico, los sermones de la lucha entre el bien y el mal, donde nunca se sabe de qué lado está uno y el otro. El misticismo o una perorata seudo científica sobre la “economía real”, es lo que queda cuando se abandonan las razones del socialismo. El problema de esto es que no se trata de los disparates de un loco, sino del discurso de un presidente, a sus generales, disfrazado de general de la guardia nacional. Bien podría estar desnudo y su auditorio no dice nada.
La ausencia de socialismo acabó con la política, hoy se debate entre quien representa el bien y quien el mal – si maduro o mariaconos – en el terreno ruinoso de la masa menesterosa, atontada y manipulable, del capitalismo, como en una serie de Netflix. Da escalofríos el estado a que llegó la política y a que hemos llegado como pueblo. Sin socialismo, parafraseando a Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire, todo discurso se vuelve místico, críptico, insustancial, un soplo fantasmal.
Hay que volver al debate ideológico, darle sustancia a las palabras con hechos, volver a tomar decisiones que hagan temblar al mundo capitalista y conmuevan a los pueblos, aplastar con verdades, con acciones concretas, a las redes sociales, esa fábrica de falsedades y mentiras. El capitalismo se fundamenta de mentiras, hay que demolerlo con la verdad, develando la realidad de dónde yace su poder, de quién lo sostiene, de cuál es su base social y material que lo mantiene en pie, ya basta de tanta levedad.
Como hemos dicho siempre, estas elecciones distraen a la gente del verdadero problema de nuestra sociedad, el capitalismo. Hoy estamos al borde de una guerra civil por defender un resultado electoral que en cualquier caso representa lo mismo: pérdida de cultura y educación, de salud mental y física, de igualdad, de solidaridad, amor propio y al prójimo, de libertad. Peleando por unas actas y unos votos, como si ganarle al capitalismo de maduro nos hará más dignos con el de mariacorina, o ganarle al capitalismo de mariacorina nos hará más dignos con el de maduro. Los discursos no definen la realidad, son los hechos que la definen, más allá de los “actos fallidos” que han traicionado a maduro y a Mariacorina cuando le han mentido a sus fieles. Hechos, no palabras, “el que tenga ojos, que vea”.
Necesitamos volver a Chávez y a la lucha por el socialismo, a la lucha ideológica.