No creo en modo alguno que sea necesario escribir muchos libros, dar conferencias y entrevistas, adquirir fama o ser galardonado con Premios de Instituciones o Academias, para ser filósofo, e incluso un verdadero intelectual. El mayor o menor alcance y proyección del pensamiento es irrelevante a estos efectos de nomenclatura…
He conocido y tratado a lo largo de mi ya larga vida, a agricultores, pastores y trabajadores comunes que me han sorprendido e incluso impactado en charlas suficientemente ilustrativas como para decirme a mí mismo: estoy ante un filósofo, estoy ante un intelectual.
Sin embargo, también he leído libros, artículos y escuchado en muchas conferencias a personajes españoles, franceses y latinoamericanos que pasaban por ser grandes pensadores, hasta que, en todos los casos, dejaron mucho que desear como tales intelectuales, filósofos o profesores con reflexiones que desfiguraban esa imagen de interés y respetabilidad que suelen rodearles. En un instante, en mi consideración y en un momento dado, de literatos, profesores de ética o de filosofía, se convirtieron en politólogos aficionados, o de periodistas en novelistas con una carga de intelectualidad lamentable. Algunos, pertenecientes a varias universidades, europeas, estadounidenses y latinoamericanas, puede oírle en la Residencia de Estudiantes de Madrid, durante una semana razonamientos impecables para quien comulga con un orden de pensamiento occidental completo de diseño anglosajón, pero decepcionantes para quienes aspiramos a un pensamiento universal. Otros, profesores de ética o de filosofía, en ese afán de destacarse y no perder protagonismo, a cualquier precio en la sociedad, escribir o hacer declaraciones más propias de un patán, eso sí con la habilidad del retórico o del erudito a la violeta que tan bien describía el José Cadalso español.
Lo cierto es que todo cuanto de nuevo se divulga como novedoso en materia de pensamiento profundo o de pensamiento a altos niveles, hoy no son más que retazos de ideas de refrito de pensadores universales de toda la historia. Con lo que se confirma la idea de que nada hay nuevo bajo el sol. De todos modos, hay algún caso perdido en el que se confirma la idea de que las circunstancias pueden cambiar al "ser pensante" de una manera decepcionante. Al gran Goethe, autor del Fausto, nombrado Canciller de la República de Weimar, se le ocurre decir "prefiero la injusticia al desorden" cuando había adquirido las más altas responsabilidades políticas y las del control social, de la nación que gobernaba. Se me cayó el alma a los pies, pues no puede haber mayor desorden cuando es la injusticia la que reina.
En todo caso, yo me considero filósofo e intelectual, como considero intelectuales o filósofos a esas personas a las que antes me refería. He escrito dos opúsculos entre 1982 y 1986, pero la irrupción de Internet y la posibilidad de escribir en digitales me aconsejó no pensar en la edición de libros sistematizados. Pero propuestas que he declinado no me han faltado. Al final, publicando con pseudónimo me ciño a dos consejos que el filósofo de la antigua Grecia, Epicuro, daba a sus discípulos de su Academia. El uno era "¡lejos de la política!". El otro "vive oculto". Creo que cumpliendo los dos y ateniéndome a la frase de Ghandi: "si quieres ser alguien, no puedes ser humilde", me permite pensar que soy coherente y me enorgullece. Con eso me basta.