En un acto de arrogancia etnocentrista, un periodista europeo se mofó de un manifestante egipcio en 2011, quien le confesó que seguía las pautas de un secreto manual para derrocar al líder del país. Al descubrir la cartilla, el periodista le dijo que las técnicas que aplicaba eran de un académico estadounidense llamado Gene Sharp. El egipcio entró en cólera y le reclamó que no intentase confundir o contaminar su actitud revolucionaria con las intromisiones de un país enemigo de los árabes, como los EE. UU.
Esas pautas son las 198 técnicas para arrodillar a un país “dictatorial” por la vía de la no “violencia” del libro De la dictadura a la democracia, del autor de marras. Tales, para abreviar el cuento, se pretenden basarse en el histórico y pacifista de Mahatma Gandhi, fundamentalmente: son formas que involucran el uso de un material “inocente”, como los “manitas blancas” en su tiempo en Venezuela, en una manipulación propagandística que resulte en el retrato represivo de un gobernante.
Es como si se dijera que Occidente toma venganza por la paliza que en su tiempo le dio el líder indio a los ingleses arrebatándole su colonia oriental sin disparar un tiro. Sharp proclama el uso de la no violencia, hecho que, realmente, dista un día luz de la verdad. Con las acciones propuestas, categorizadas en (1) protestas, (2) no cooperación, (3) paralelización institucional y (4) acciones culturales y de creatividad, no es posible que se obtengan los mismos resultados que se obtuvieron en la India durante su época de independencia. Dígase de una vez que las dichas acciones, fuera de la espiritualidad de ese país, en otros contextos lo que ha servido es para sacrificar a un montón de tontos útiles para que intereses oscuros, ajenos y tras bastidores tomen el poder. No puede alguien asegurar que sus medidas de toma del poder son santas cuando sobre su pedestal colocará al Gran Satán.
En efecto, en la primera década del siglo XXI, especialmente en las exrepúblicas de la desintegrada URSS, las propuestas del escrito adoptaron la forma de manual para derrocar gobiernos a través de las llamadas revoluciones de colores: Revolución de las Rosas (Georgia, 2003), Revolución Naranja (Ucrania, 2004), Revoluciones de los Tulipanes (Kirguistán, 2005), aparte de lo ocurrido en Yugoeslavia en 2000. Toda esa suma de acciones “inocentes” degeneraron en actos fundamentales de violencia exterior (donde estaba la mano oculta) contra las formas internas y culturales de una nación y su historia. Es decir, invasiones veladas. Para ser más claros: el etnocentrismo occidental conspiraba para imponer su vertiente cultural y política a antiguos países afectos a Rusia, el enemigo final, y todo a través de una velada carrera militar por el poder global. Los resultados hoy saltan a la vista: una Ucrania nazista, una serie de países pendencieros rodeando a Rusia al grado, pidiendo agregarse a Europa en integración militar, al grado casi de provocar una conflagración nuclear.
Después de 2010, el manualito ha seguido cosechando adeptos, pero ahora violentando con sus medidas “suaves” y “pacifistas” a los países asiáticos, después de haber hecho lo suyo en el africano Egipto: Revolución Azul, de los Cedros, Verde, Azafrán, entre otros aromas o tonalidades. Su misión es introducir el santo y seña occidental en la mente de los pobres humanos de esos lugares geoestratégicos, bombardeados culturalmente.
Finalmente, dígase que el manualillo sufrió una derrota horrorosa en 2002, con Hugo Chávez en Venezuela. Se espera que ocurra un tanto igual con Nicolas Maduro en la Venezuela de 2025, hoy en el ojo mundial conspirador.