Herbert Marcuse (1898-1979), Theodor W. Adorno (1903-1969) y Max Horkheimer (1895-1973), fundadores de la Escuela de Frankfurt, hoy tan denostada por la ultraderecha global, procuraron reconstruir y reconfigurar el potencial crítico y antropológico de los conceptos fundamentales de la tradición filosófica dedicando especial atención al de Razón, concepto indisociable del de libertad, pues no hay libertad en el capricho y en el comportamiento irracional, sólo hay libertad en la práctica de decisiones justificadas. Ya en 1944 Horkheimer y Adorno llevaron a cabo un estudio genealógico y anatómico del concepto ilustrado de razón. Para ello, partieron del racionalismo moderno pero no se quedaron allí. Antes, se remontaron al origen mítico de esa razón en Homero, en los orígenes mismos del modelo civilizatorio occidental. Y allí,en los cantos homéricos, apreciaron la emergencia de la razón occidental en uno de sus máximos exponentes ancestrales, el astuto Odiseo. En el Canto XII de la Odisea ya encontramos, a los ojos de Horkheimer y Adorno, la razón presa de la racionalidad instrumental tan excelentemente sistematizada por la obra de Max Weber (1864-1920), uno de los insignes maestros del gran pensador marxista Georg Lukács. En efecto, Odiseo tiene que atravesar un mar plagado de encantadoras sirenas. El héroe, que tiene un fin que cumplir, un objetivo al que siente que no debe renunciar, una empresa que debe llevar a buen término, sabe de antemano que ni él ni sus trabajadores ―los remeros― pueden sucumbir ante el encanto de los cantos sirénicos. No obstante, la sensual naturaleza le reclama y él no quiere renunciar completamente al gozo por lo que, historia conocida, en lugar de taparse los oídos para no escuchar los cantos, precisamente lo que sí ordena que hagan sus obreros, se hace amarrar al mástil de la nave. Así, a los trabajadores, ensordecidos por la razón astuta de Odiseo, a ellos, no les es permitido un momento sensual. El jefe sí puede, pero como cuerpo atado. No de otra manera unos remarán como si nada en el mar encantado y el otro, cuerpo atado, sentirá pero por su misma atadura imposible le será entregarse al goce reclamado por la naturaleza.
En ese homérico pasaje, aprecian Horkheimer y Adorno la razón represiva occidental en gestación ―si acaso no ya gestada. Represiva en tanto y en cuanto que mutiladora de la condición sensual antropológica. Desde allí, desde las raíces de la civilización occidental, resulta entonces posible la reconstrucción de la inveterada dicotomía entre razón y naturaleza, entre unas facultades llamadas "superiores" (racionales) y otras "inferiores" (sensuales). Mas, Horkheimer, Adorno y Marcuse no se conforman con reconstruir, sino que la teoría crítica les reclama una actitud de impugnación de esa dicotomía y su carácter alienante, así como una voluntad dialéctica de síntesis entre razón y sensualidad. Es justamente en este último punto, que Marcuse, en su intento de reconfigurar el concepto filosófico de razón, encuentra en el genio inmenso de Friedrich Schiller (1759-1805) un bastión fundamental.
Marcuse nos dice que para Schiller lo que conduce a la libertad es la belleza. Y ha sido precisamente la belleza, el arte, lo estético, lo que ha sido relegado por la filosofía y la razón occidentales, lo que ha quedado en segundo plano y atado a funciones secundarias o inferiores frente a las funciones superiores del razonamiento y de la lógica. En ello, la filosofía ha sido fiel a la dominación represiva ejercida por la civilización occidental contra los potenciales sensuales de la humanidad. El calificativo del hombre como animal racional, antes que como animal simbólico y sensual, ese calificativo de racional tan caro a la filosofía, muestra la alianza entre pensamiento y dominación. Marcuse comenta que la aspiración de una sensualidad libre del dominio de la represión injustificada no encontrará lugar en esta filosofía tradicional. Sin embargo, la misma ha encontrado refugio en la belleza y el arte. Para los denostados frankfurtianos, como antes para Schiller, la verdad del arte es la liberación de la sensualidad mediante su reconciliación con la razón.
En el desarrollo de occidente encontramos, entonces, un enfrentamiento entre el orden de la sensualidad y el orden de la razón, cuyos correlatos psicoanalíticos serían el perpetuo enfrentamiento entre el principio del placer y el principio de la realidad. Y ciertamente no se trata de una artificialidad toda vez que durante la mayor parte de la historia la administración de recursos para la sobrevivencia se ha impuesto ante la escasez que nos ha asolado. Hay, por consiguiente, una justificación histórica para la oposición entre sensualidad y racionalidad, independientemente de los modos que esta oposición haya tomado en las concretas formas de la dominación. No obstante, para Marcuse esa justificación histórica se deprecia cada vez más ante los logros tecnológicos alcanzados por el orden de la racionalidad científico-técnica. Hoy, nos dice Marcuse, hay que cuestionar el argumento de la escasez, al menos desde el punto de vista de la satisfacción de las necesidades vitales de los seres humanos. En tal sentido, la utopía marcusiana se constituye desde una sensualidad ya no sacrificada por la razón. El reino de la libertad se posibilita como superación del reino de la necesidad, tal como Marx propuso en sus primeras obras. Precisamente, en Schiller encontramos, y antes que en Marx, un precursor para la síntesis de un nuevo orden constituido bajo una razón ahora sensual. No se trata de poner el orden de la sensualidad por encima del de la razón, se trata, por el contrario, de generar una razón sensual: una reconciliación dialéctica que limite el campo de la represión a lo estrictamente necesario para el sustento de la vida humana. Marcuse apela a las famosas "Cartas sobre la educación estética del hombre" (1795), en las que Schiller sentencia el dolor humano ejercido por la represión excesiva: "...el gozo está separado del trabajo, los medios del fin, el esfuerzo de la recompensa. Encadenado eternamente sólo a un pequeño fragmento de la totalidad, el hombre se ve a sí mismo sólo como un fragmento; escuchando siempre sólo el monótono girar de la rueda que mueve, nunca desarrolla la armonía de su ser, y, en lugar de darle forma a la humanidad que yace en su naturaleza, llega a ser una mera estampa de su ocupación, de su paciencia." Sin duda, el gran lector que fue Marx trabajó tempranamente las "Cartas" de Schiller, pues su eco resuenan con fuerza en las cuatro formas de alienación que expone en los "Manuscritos de París" (1844). Pero también esas cartas y ese pasaje se adelantan en más de cien años a la crítica que del industrialismo hiciera en "Metrópolis y vida mental" George Simmel, o a la metáfora visual ácida del hombre vuelto engranaje de "Tiempos modernos" de Charles Chaplín. Pero si Schiller procura la síntesis de una razón sensual, y es temprano denunciante de lo alienante del trabajo humano en la civilización moderna, ¿cómo sería posible una razón sensual en el trabajo? La respuesta a esta interrogante supondrá tratar una de las aportaciones más ricas de Schiller a la filosofía: el juego.
En "Eros y civilización" (1955) Marcuse dice: "Schiller afirma que para resolver el problema político, «uno debe pasar por la estética, pues aquello que conduce a la libertad es la belleza». El impulso del juego es el vehículo de esta liberación." El juego resulta una acción que enlaza belleza y trabajo, pues jugar no significa aquí jugar con algo, con un objeto, que conserva el divorcio entre sujeto (jugador) y objeto (lo jugado). Jugar significa dar pie al realizarse de las potencialidades y su vínculo con la naturaleza. Nuevamente con Marcuse: "La realidad que «pierde su seriedad» es la inhumana realidad de la necesidad y el deseo insatisfecho, y pierde su seriedad cuando la necesidad y el deseo pueden ser satisfechos sin trabajo enajenado. Entonces, el hombre es libre para «jugar» con sus facultades y potencialidades y con las de la naturaleza, y sólo «jugando» con ellas es libre. Su mundo entonces es el despliegue (Schein) y su orden el de la belleza."
Ya Marcuse, a comienzos de la década de los treinta, cuando recién habían aparecido los "Manuscritos de París" de Marx, e inspirado en esos mismos manuscritos, había propuesto que el trabajo en el Reino de la Libertad tenía que ser juego en este sentido, estableciendo una conexión entre Schiller y Marx. Veinte años después desarrolla dicha propuesta directamente desde Schiller, comprendiendo que la misma supone suprimir el futuro como represión excedente del presente, esto es, el futuro como el lugar al que hay que postergar las gratificaciones ya posibles en el presente. Una vez más nuestro autor: "Así, Schiller atribuye al impulso liberador del juego la función de «abolir el tiempo en el tiempo», de reconciliar al ser con el llegar a ser, al cambio con la identidad. Con esta tarea culmina el proceso de la humanidad hacia una forma superior de cultura." La fatiga del trabajo daría paso al despliegue de la creatividad del juego y se conquistaría, entonces, el tiempo hacia una gratificación continua. Cuando corren tiempos de "La sociedad del cansancio" (Byung-Chul Han, 2010), cuando estamos saturados a cualquier hora, en cualquier día y en cualquier espacio por decenas cuando no cientos de mensajes, muchos de los mismos órdenes de trabajo y tareas diversas, cuando la oficina se ha vuelto 24*7, cuando somos una sociedad profundamente agotada y habitamos en un modelo civilizatorio que promete agotarnos mucho más haciéndonos trabajar en demasía para un futuro que no viviremos, los conceptos de Schiller constituyen una radical crítica del presente.
Procuremos, para finalizar, sintetizar en unas pocas proposiciones para la discusión la relación entre política y estética en Friedrich Schiller y Herbert Marcuse:
1.) Estética y ética no se deben considerar como esferas separables. No porque sea imposible su divorcio, sino porque su divorcio constituye una especie de aberración de una racionalidad represiva que pretende relegar y quitar importancia a la dimensión sensual de la condición humana. Mucho menos ha de ser tolerable en un orden civilizatorio capaz de satisfacer las necesidades vitales de todos sus miembros. La represión excedente, justificada por la necesidad de administrar la escasez, ya no se justifica. Técnicamente está superada.
2.) En consecuencia, la razón puede devenir razón sensual, esto es, una razón que reconozca la dimensión humana de la sensualidad como parte de sí, como factor que no es irracional, sino, contrariamente como factor que potencia la humanidad del individuo. Marcuse aprecia que Schiller constituye uno de los principales precursores de este tipo de razón que, antes de objetivar a la naturaleza, la integra dentro de sí.
3.) En Schiller, según Marcuse, el juego, como despliegue de la sensibilidad y potencialidad humanas, constituye el tipo de acción en el que se encuentran estética, ética y política, sensibilidad y voluntad encaminada hacia el establecimiento del mundo como hogar y no como instrumento de manipulación y trabajo. En el mundo del juego, de este juego schilleriano, prevalecerían las metáforas de la orquesta sinfónica o de la coreografía del ballet, no las de la lucha y la guerra. Y ello sería así porque emergería otro principio de realidad humana sellado por el reconocimiento y la complementación de unos con otros.
En muy pocas palabras, la concepción estética de Schiller le ha aportado a la crítica política de Marcuse la dirección del cambio social hacia un orden armónico, no represivo. El arte conserva el anhelo y anuncio de ese orden que pugna en lo más recóndito de la condición humana por emerger, una condición mejor integrada a nuestro entorno, a la naturaleza.