El Farsante
Cuando en la constelación de Fania apareció Héctor Lavoe, hubo un cambio radical en el contenido de las canciones. La gente siguió bailando, bailando mejor que nunca, con esa forma de expresar sensualidad e invitar al nirvana (que así le dicen los budistas al buen polvo). La música para el baile. Las letras de las canciones para los pocos que le prestan atención a los contenidos. Aún cuando acepto que se aprendan de memoria las estrofas. Guardando las galácticas, pasa los mismo con la combativa canción con música para arrullar muchachitos que nos acompaña desde 1811. Se aprenden de memoria las estrofas pero el significado sigue pasando por debajo de la mesa.
Lavoe en un estremedor grito de soledad decia en El cantante: "Yo soy el cantante, porque lo mío es cantar [...] Y nadie pregunta si sufro, si lloro, si tengo una pena que hiere muy hondo". Todos sabemos la historia y todos sabemos cuál es el precio de la fama, aunque sea en cabeza ajena. Lo que conmueve es la honestidad del hombre de presentarse tal y como era, tal y como sentía, tal y como pensaba, tal y como se relacionaba con el mundo.
Farsantes hay por guacales. El sistema capitalista los crea y ellos se juntan. Un colegio de profesionales que no ha hecho absolutamente nada por el pais, excepto chupar con furia de la teta del Estado, también desde 1811, no es más que un colegio de farsantes. Farsantes que se engalanan con condecoraciones pajizas y titulitos pajizos que sólo sirven para exaltaciones espasmódicas del ego. Nadie les oye cantar con honestidad: "Yo soy el farsante...". Necesitan de un empujoncito. Y los empujoncitos para los farsantes vienen de sitios inesperados. Y no es que sean manos invisibles de mercado o pazguatadas de semejante calibre, es que la farsa no tarda en hacer aguas y cualquier grieta (Teoría de Griffith mediante) crece por encima de su valor crítico. Catástrofes personales y catástrofes nacionales son el resultado.
Un social-cristiano (diferente a un socialista) como Roy Chaderton, quien con eficiencia no-revolucionaria, pero eficiencia, ha servido a Venezuela como diplomático de carrera, sin querer queriendo le ha dado un empujoncito a un farsante y lo ha puesto cantar. Heinz Dieterich ha demostrado en 8 párrafos que su método científico de análisis es una total farsa. Dieterich se hace llamar marxista, para contribuir a la noble causa de los poderosos: diluir la teoría revolucionaria con aguaeyuca cristiana (¡épale!!) o de ser necesario con ácido muriático fachista marca Wal Mart; léanse con cuidado las instrucciones (¡épale!!).
El Dieterichismo (¿el derechismo?) no es más que una herramienta de extorsión a procesos revolucionarios: "Caifás o me pongo histérico. Lánzamelo en la gramita para que no suene". Todos ellos formulados en un conjunto de prejuicios personales, misconcepciones de la Historia, anecdóticas anécdotas, y en la científica, por tanto cuidadosa, observación de un ombligo, el que tiene más cerca (¡claro!). De estos "teóricos" (¿tío-ricos?) que logran hacer de una carta de un burócrata social-cristiano, con una visión idealista y romántica de la democracia burguesa, un tratado de exhaustiva evaluación del proceso revolucionario venezolano, hay que cuidarse. Confundir es la consigna de todos aquellos que se sacan "nuevas teorías" de la chistera (chistera, no por sombrero, sino por saco de chistes).
La Revolución es pacífica, pero esta armada.
¡Que nadie se equivoque!!!, que algo queda...
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