Una Revolución implica la transformación radical de la supertestructura (Estado y Cultura) y estructura (Economía). En cuanto al Estado ya se ha hablado de la necesidad de construir el Poder Popular para sustituir el viejo aparato burgués de dominación. En lo cultural, también se ha avanzado en la politización del pueblo, en el desenmascaramiento de los medios de comunicación y de la iglesia y en la construcción del hombre y la mujer nuevos. Ninguno de estos temas están resueltos aún pero hemos avanzado más que en el tema de la construcción de la economía Socialista, quizás por la inexistencia de la Economía Política de la Transición al Socialismo.
En nuestro caso, hablamos de transición al socialismo[1] porque nos adherimos a la tesis leninista del desarrollo de una revolución en un país con economía dependiente, en nuestro caso del imperialismo y rentista. La construcción de la economía Socialista parte de un necesario tránsito, dado nuestro precario nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y alto nivel de dependencia, especialmente de los países imperialistas hostiles a la revolución. Esto lo afirmamos, contrariando las tesis aventureras que plantean que la construcción del Socialismo solo requiere la expropiación de los medios de Producción que “ya están desarrollados” en la República Bolivariana de Venezuela, por lo que no se requiere período de transición. En tal sentido, afirmamos con Lenin que la tarea más importante de nuestra revolución es desarrollar las fuerzas productivas para poder pasar del mundo de la escasez al mundo de la abundancia.
Siendo así y sin ánimos de sonar elementales, debemos comenzar por preguntarnos ¿Es realmente una tarea central del socialismo desarrollar las fuerzas productivas?.
El Manifiesto Comunista nos entrega dos objetivos clave: la transformación de la clase trabajadora en clase dominante y la conquista de la democracia. Pero Marx y Engels explican detalladamente que una condición necesaria, pero no suficiente para lograr esto es que se socialicen los medios de producción y se le retribuya a los trabajadores según el aporte en forma de trabajo que ellos entregaron a la sociedad. Luego, socializar los medios de producción implica algo apenas obvio: que estos existan.
Por esta razón Marx consideraba poco probable la instauración del Socialismo en países en donde no estuviesen plenamente desarrollas las fuerzas productivas. Es decir, el socialismo no es para repartir pobreza, sino para repartir equitativamente la abundancia generada por la sociedad[2].
Si analizamos el caso Venezolano nos encontramos que de enero a noviembre del pasado el volumen de ingreso por exportación petrolera ascendió a Bsf. 82.156.610, el 94% del total del ingreso nacional por exportaciones[3]. Con estos recursos, Venezuela adquiere en el extranjero todos los bienes de consumo, de capital, insumos y servicios que requerimos para subsistir como sociedad.
Plantear que ya están desarrolladas las fuerzas productivas o, peor aún, obviar este debate central, por ignorancia o conveniencia, es condenar la revolución al fracaso pues en estas condiciones nunca lograríamos satisfacer las necesidades legítimas del Pueblo y por tanto demostrar que el Socialismo es superior al capitalismo.
Ante esta urgencia podríamos vernos tentados por el camino fácil. Reducir las medidas económicas a nacionalizar todas las propiedades fabriles, grandes, medianas y pequeñas del país, utilizar mecánicamente recetas empleadas en otros tiempos y latitudes, limitar la formación económica y social (FES) venezolana a un desarrollo pleno del Capitalismo Nacional, simplificar los sujetos sociales a proletarios y burgueses, en fin, optar por la flojera intelectual, por el dogma intransigente o el pragmatismo inconsistente en vez de desarrollar la Economía Política de la Transición al Socialismo en Venezuela.
¿Cómo industrializar Venezuela?
Sin lugar a dudas, lo primero es la planificación. Nunca podremos industrializar a Venezuela, con las características de país rentista y altamente dependiente señaladas anteriormente bajo el esquema del libre mercado. Esta corta afirmación se entiende claramente por el propósito último de la empresa capitalista compitiendo en el libre mercado, la maximización de beneficios. Como no se trata de maximización de beneficios sino de satisfacción de necesidades legítimas del Pueblo, se debe planificar el desarrollo industrial y no dejar al libre arbitrio de la competencia capitalista, es decir: qué queremos producir y para qué, por dónde comenzar, cuánto invertir, dónde invertir, con qué tecnología, quién planifica y controla, etc.
De aquí saltan a la vistas los primeros inconvenientes. Si utilizamos las herramientas capitalistas para evaluar inversiones solo vamos a invertir en el sector petrolero o en el eje Norte Caribe. Jamás desarrollaremos el sur del país y sus potencialidades pues los costos de transporte y servicios disminuirán demasiado la rentabilidad, por citar un ejemplo. Nunca desarrollaríamos las empresas textiles pues la siembra del algodón en Venezuela es precaria, por dar otro ejemplo. Lo primero que se hace en un proyecto, según todos los manuales capitalistas, es hacer un estudio de mercado, es decir determinar cuáles son las demandas del mercado, su volumen, competidores, característica y ubicación. Por el contrario, si se trata del desarrollo planificado lo primero que debemos hacer es determinar que necesidades legítimas[4] del Pueblo que queremos satisfacer. De allí que, procedimentalmente, bajo una lógica socialista, deberíamos sustituir los estudios de mercado por los estudios de necesidades legítimas del Pueblo.
¿Por dónde comenzar?
Sin embargo, entre tantas necesidades por dónde comenzar. Aquí debemos crear otra nueva categoría y es necesidades prioritarias. Estas necesidades prioritarias las podríamos organizar en tres áreas:
· Aquellas que se requieren para satisfacer los necesidades fundamentales del Pueblo, ejemplo: alimentos (proteínas), ropa, materiales de construcción, transporte, etc.
· Insumos industriales, con los cuales funciona el aparato productivo, ejemplo: insumos químicos, insumos petroquímicos, metales, madera, alimentos crudos, etc.
· Bienes de Capital, la maquinaria y equipos que se requiere para producir, ejemplo: equipos rotativos, intercambiadores de calor, refrigeración industrial, máquinas herramientas, etc.
En estas tres dimensiones se deben establecer las prioridades de manera decreciente, según el impacto que causa cada uno de esos bienes en la sociedad.
En esta priorización tiene cardinal importancia estudiar el origen de nuestra importación actual, pues esto nos permite predecir el nivel de dependencia de países aliados u hostiles a la revolución [5]. Este es el insumo básico para iniciar un plan de industrialización.
¿Cuál es el enfoque del plan?
El enfoque debe ser de sistemas. Si construimos unidades productivas aisladas, sin prever los diferentes nodos que constituyen la red y que afectan desde el exterior de la unidad la posibilidad de sostenimiento de la producción, estamos frente a una concepción espontaneista, voluntarista e improvisada y cuando menos ingenua de la complejidad de la construcción de la economía socialista.
La economía productiva y el flujo de trabajo en forma de bienes y servicios podríamos visualizarla como una red, en donde cada nodo se conecta a su vez con otras decenas de nodos[6]. Entre nodo y nodo hay flujos de cantidades de trabajo transformados en bienes y servicios[7]. Este trabajo sería el trabajo pretérito incorporado al producto.
Luego, en toda red hay sub redes o sectores productivos que por la naturaleza de sus productos, de los procesos industriales que lo constituyen y de los insumos que requieren, se podrían agrupar. Ejemplo: El sector electrónico, automotriz y textil, entre otros.
Estos sectores o sub redes podríamos, por razones prácticas y pedagógicas visualizarlos como cadenas, es decir, linealmente[8]. En la realidad todo proceso industrial está conectado con múltiples cadenas pero de todas, generalmente hay una que predomina.
Tomemos como ejemplo la automotriz. El ensamblaje de un vehículo requiere de alrededor de 36 empresas diferentes: metalmecánica (y en ella hay varios subsectores), plásticos, goma espuma, textil, químicos, electrónica, etc. A pesar de lo variable de las empresas, todos o la mayoría de los productos de estas se encuentran en la ensambladora del vehículo. Es así como podemos introducir una nueva categoría que llamaremos eslabón estructurante, para referirnos a la ensambladora de vehículos y las industrias con características similares. Nos referimos a industrias (nodos) que por su capacidad de vinculación de diferentes sectores y/o por lo cuantioso e irreductible que resulta la inversión (alta tecnología, alta inversión en bienes de capital, etc) controlan la cadena productiva, en cuanto a la formación del precio y al volumen de los flujos. En este ejemplo, para la cadena automotriz, el eslabón estructurante sería la ensambladora de vehículos. Otro ejemplo podría ser la cadena del café, siendo su eslabón estructurante las torrefactoras. Fama de América y Café Madrid controlaban hasta hace pocos años el 90% de la torrefacción nacional y definían el precio final. También podrían presentarse más de un eslabón estructurante en una cadena extensa, tal es el caso de la empresa textil, en donde, sin lugar a dudas, el eslabón estructurante principal en la fabricación de la tela (hilado, tejido y acabado), pero existen otros eslabones que le dan sostenibilidad a la cadena como las desmotadoras.
Es por los eslabones estructurantes por donde debe comenzar la economía socialista a construirse planificadamente y a controlar los sectores capitalistas. Controlando los eslabones estructurantes se controlan los flujos (volúmenes) de mercancías, se asignan cuotas de mercado a diferentes unidades productivas dependientes y se controla la formación del valor y su expresión final en el precio. Especial atención debe prestarse al comercio que en muchos casos es un eslabón estructurante.
La gestión tecnológica
Otro aspecto central del desarrollo de las fuerzas productivas socialistas tiene que ver con el aspecto tecnológico. Una sociedad con escasa tecnología invierte grandes cantidades de trabajo humano y recursos para obtener la misma cantidad de bienes que obtiene otra sociedad con mucho menos trabajo y recursos, esto debido, fundamentalmente, a su mayor nivel de desarrollo tecnológico. Sin embargo, no se trata de tecnología para competir. El Socialismo no lo desarrollamos para competir con el capitalismo ya que, en el marco de la competencia, el capitalismo siempre estará dispuesto a explotar la mano de obra asalariada, externalizar los costos y contaminar el medio ambiente, con tal de reducir los costos operativos. El Socialismo, si es legítimo, no está dispuesto a hacer esta concesión.
Sin embargo, ausencia de competencia no puede traducirse en ineficiencia. La eficiencia está ligada el nivel de aprovechamiento del uso de los recursos para la producción. Luego, la eficiencia capitalista solo se mide en términos de rentabilidad a los accionistas, mientras la eficiencia socialista debemos medirla en términos de satisfacción de necesidades del Pueblo y la industria realizada[9].
Uno de los factores que más contribuye con la eficiencia (en términos de aprovechamiento de recursos) es la tecnología. La tecnología existe en diferentes niveles de desarrollo y se vende como cualquier mercancía. La adquisición de tecnología nos permite dar un salto cualitativo a nuestra capacidad productiva, pero si esta adquisición no va acompañada de planes para el desarrollo de la misma y la generación de nuevas tecnologías, al cabo de pocos años volveremos a llegar a la obsolescencia tecnológica.
En algunas áreas, sencillamente es irrelevante encontrarnos en plena obsolescencia tecnológica, pero hay sectores en donde el costo de la obsolescencia redunda en importantes diferencias en los costos de producción y por tanto, en los excedentes generados que son retribuidos a la sociedad. De tal manera que no debemos hablar de tecnología de punta sino de tecnología necesaria como otra categoría guía de la construcción socialista.
En cuanto a la adquisición de tecnologías, es importante saber escoger entre aquellas aventuras híbridas de poco futuro y aquellas tecnologías maduras con importantes perspectivas de desarrollo. Cuando salimos a comprar tecnología, la primera situación es que se nos quiere vender aquella tecnología chatarra, hibrida, que le ha producido pérdidas a muchas empresas en otras latitudes. Es decir, nos tratan de vender espejitos por pepitas de oro. Es fundamental crear equipos técnicos revolucionarios que estudien este tema y establezcan protocolos de selección de la tecnología.
Otro elemento a evaluar es la casa matriz de la tecnología. Países hostiles a la revolución siempre representarán una amenaza en el desarrollo y respaldo tecnológico, como el caso de los aviones F16 de la FAN.
Y por último, la madre de la tecnología es la ciencia. Una revolución no puede estar reñida con la ciencia. La ciencia no solo se expresa en la producción, sino también en los mecanismos de planificación estatal y en las herramientas para realizar control y seguimiento.
La universidades del país, especialmente las autónomas tienen un acumulado histórico en talento humano e infraestructura capaces de aportar saltos cuánticos a nuestra economía, si y solo si, este potencial es dirigido política y centralmente. La autonomía universitaria no puede convertirse en el pretexto para impedir que las universidades se monten en el tren del desarrollo nacional[10] y en cambio se pierdan en la identificación del sexo de los ángeles o en las agendas investigativas impuestas cual sucursales de empresas y laboratorios extranjeros que le marcan la pauta en las investigaciones, todo esto a cambio de publicaciones (papers) que engruesan currículos. La revolución debe asumir una política rectora en torno de la investigación universitaria y la incorporación de la misma al desarrollo nacional, sin que esto signifique hacer concesiones ideológicas en el proyecto político, económico y cultural.
Mientras no se asuma consciente, planificada y de forma sostenida el desarrollo de las fuerzas productivas, seguiremos improvisando y dando bandazos que en definitiva se traducen en despilfarro, frustración, incredulidad y agotamiento. Metámosle ciencia a la gestión, al proyecto y veremos el salto cualitativo y cuantitativo.
[1] Algunos compañeros como el Dr. Jaime Corena hablan de “Construcción” Socialista en vez de “Transición” Socialista pues sostienen que transición indica que en algún momento llegaremos al estadio Socialista, cuando en realidad se va construyendo progresivamente la sociedad socialista desde el primer momento que se comienza a construir su economía. En nuestro caso hablamos de transito refiriéndonos al período de construcción hegemónica del socialismo, lo cual no niega la construcción de experiencias y sectores socialistas, por el contrario, inicia allí. En el artículo que le sigue a este, se maneja este concepto.
[2] “De cada cual según su capacidad y a cada quien según su trabajo”. Carlos Marx, Crítica del programa de Ghota.
[3] Cifras del BCV, diciembre 2009
[4] Hacemos hincapié en la palabra legítima pues muchas de las necesidades que invoca nuestro pueblo son producto del efecto de la publicidad, redundando en consumismo.
[5] En la corporación de Industrias Intermedia de Venezuela (CORPIVENSA) se construyó una matriz que calificaba la confiabilidad del origen de la importación según el nivel de hostilidad o de alianza del país productor de la mercancía importada con respecto a la revolución Bolivariana.
[6] En matemática se ha desarrollado la teoría de grafos que estudia modelos de este tipo.
[7] Asalta aquí la necesidad de construir un sistema de indicadores que permita medir estos flujos para poder desarrollarlos y direccionarlos planificadamente.
[8] Ningun sector productivo funciona linealmente. Esta simplificación es fuente de error cuando se trata de planificación y operaciones. Todo sector productivo se asemeja más a sistemas de redes neurales.
[9] El desarrollo de esta y otras categorías es una tarea impostergable de la Economía Política de la Transición Socialista.
[10] Y decimos se monten en el tren y no “se pongan al frente” porque el desarrollo de un país en tiempos de revolución socialista no lo pueden dirigir las universidades (una élite) sino el Pueblo trabajador hecho del poder, bajo la forma del nuevo estado revolucionario o como lo hemos llamado, Poder Popular.
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