Algunos “cientistas” predicen la muerte de algunas categorías filosóficas que según ellos son puro gamelote. Entre ellas, la alienación es una recurrente víctima de quienes opinan que ese vocablo forma parte de un Marx joven aún hegeliano. Los que afirman esto (Althusser, por ejemplo) suelen tener epígonos que contemporáneamente se dedican a denostar de otras ideas interesantes como: plusvalía ideológica y plusvalía sexual. Se echan a reír con cualquier intento de abordar realidades que evidentemente están imbricadas en el modo de producción de la sociedad, pero que tienen connotaciones sensibles y particulares. Así, en este breve ensayo se intenta conciliar las determinaciones explicitadas en el título, con una perspectiva abiertamente materialista y dialéctica, sin caer en el tedio de las –como decía Lenin- palabrejas sapientes.
¿Es la alienación una ridiculez hegeliana de Marx o un fenómeno latente?
En el brillante trabajo de Israel Joachim, Teoría de la Alienación, se denota una larga lista de formas de presentación de la alienación. Nosotros partiremos de la más esencial y la que atañe al escrito, es decir, la alienación en la producción y la alienación del Eros.
La alienación principal, a grosso modo, se fundamenta en la sistemática separación de los productores directos (trabajadores) y sus medios (herramientas) y objetos de trabajo (tierra, agua etc.). Ese acto inicial, conlleva a derivaciones importantes como: la expropiación del fruto del trabajo propio y el divorcio entre el conocimiento del proceso productivo y el productor. Así, el trabajador despojado de bienes con los cuales pueda proveerse de satisfactores, es forzado, so pena de perecer de inanición, a venderse como una mercancía a quien lo desee explotar. De esa forma, la gente se enajena, se transfiere a otra por un período determinado de tiempo para que el “Jefe” disponga de su vida a plenitud y le ordene qué, cómo, dónde y cuando trabajar para beneficio del explotador.
Lo anterior se constituye como una sólida respuesta para explicar las razones de la deserción y el ausentismo laboral. Es a su vez una parte fundante (aparte de las míseros salarios) de la trágica pena en que se constituye el empleo en las sociedades de explotación. Por ello, la religión como defensor ideológico del status quo, suele decir que el Trabajo es el castigo de Dios en la tierra y claro, si viene de Dios lo único que queda es cargar la Cruz. Claro, la iglesia no es tan bruta y tiene capacidades para ajustarse al gusto de las nuevas clases dominantes. Cuando el trabajo en general y más aún el manual, era visto como una bazofia infamante por la nobleza, la iglesia le seguía el coro. Pero cuando el trabajo era bien visto por la burguesía, los inútiles clérigos salieron a corear que “dignificaba el hombre” e incluso en algunas opiniones papales se les “salió” el trabajo humano es la única fuente de valor.
Pero, esta relación de alienación en el trabajo y la alienación ideológica de aparatos apologistas del sistema no se queda allí; se traslada y difumina en el conjunto de relaciones que integran la totalidad social. Por ello, estas características vinculaciones alienantes son en gran parte las tocólogas de lo que a continuación esbozamos.
Plusvalía Ideológica (PI) una categoría con plena vigencia
Al borde de mis diferencias con ciertas frases de Ludovico donde, por ejemplo, ornamenta al oscurantismo Talibán y copia el infeliz absurdo de motear a la URSS como Socialimperialista, en su libro Contracultura, es de Perogrullo reconocer la dilucidación de la PI. El libro de Ludovico PI, fue editado en 1970 y trajo consigo una serie de novedades interesantes que por razones de espacio no abordaremos. Fernando Saldivia y Nelson Guzmán tienen trabajos interesantes acerca del tema, que a mi juicio se centra en matrimoniar la extracción de plusvalía en el lugar de trabajo, con la extracción de plusvalor en el plano de la adopción pasiva del sistema.
Ludovico explica que el reforzamiento en el plano ideológico del sistema es inconsciente y constituye el corazón significante de la PI. Esa PI es fácilmente vista en personas víctimas del capital que con desparpajo y de manera gratuita (no como los “expertos” tarifados que nos marean en la televisión) defienden vigorosamente la explotación (trabajo asalariado), la flexibilización del empleo (la precarización), la enajenación de los activos del estado (las privatizaciones) y la sacrosanta Propiedad Privada (a pesar de que no tienen más que sus cuerpos vociferantes). Esta “gente”, hace una propaganda inestimable a la opresión burguesa y se constituye como una feroz reserva de la burguesía en caso de un acto revolucionario que paradójicamente, venga a liberarlos de la expoliación.
Marx y Engels en su trabajo La Ideología Alemana explicaron un par de cosas con meridiana claridad: las ideas de la clase dominante son las ideas que se reproducen en la sociedad y el desarrollo de estos planteamientos se instituyen en cada ser como Falsa Conciencia, como falaz aproximación al real (es decir, científico) funcionamiento de la realidad. Eduardo Sartelli, en su maravillosa investigación La Cajita Infeliz, un viaje marxista a través de la historia, nos explica que la utilización con fines políticos de la falsa conciencia es lo que llamamos los marxistas: Ideología. Y es ideología porque partiendo de un miligramo de verdad, distorsiona de manera alevosa la realidad y las estrategias verídicas para su transformación. La propaganda y formación comunista no es ideológica, debe ser científica, porque amerita de investigar en las reales causas explicativas de los fenómenos. De esa forma el socialismo se hace ciencia.
Este trabajo impago para el reforzamiento ideológico del sistema de infortunios burgués nos lleva a otras áreas que el título principal nos asoma:
Plusvalía sexual o cuando la explotación llega a nuestras camas
Hace poco fui parte de un motín subversivo por parte de unos alumnos que fungen como empleados del Instituto Venezolano del Seguro Social, a los cuáles yo les daba clases de finanzas. En efecto, ellos elaboraron una carta exigiendo mi despido por mis intentos de “ideologizar”, con mis jurásicas opiniones comunistas, las muy objetivas lecciones de finanzas. Así, ellos creen que las clases de finanzas son “imparciales” o libres de contenido político, aún cuando les revele algunos de los mecanismos de expoliación financiera. Así, la mayoría de la gente ve inversamente ideología donde no la hay (en el análisis científico, es decir, marxista de la realidad) y ven objetividad donde sólo hay ideología palurda y metafísica, verbigracia, la fraseología burguesa aplicada a la economía política.
Pero lo anterior no es un asunto de meros gaznápiros. El hombre y la mujer promedio llevan en sus hombros toneladas de ideología burguesa sin saberlo. Más aún, la reproducen a diario en TODAS sus relaciones al pasar por el filtro del “sentido común” que creen propio o al menos popular, pero que no es más que la falsa conciencia hecha cotidianidad. Como escribe Ludovico:”el capitalismo no suministra a sus hombres cualquier ideología, sino concretamente aquella que tiende a preservarlo, justificarlo y presentarlo como el mejor de los sistemas posibles”. Por ello, lo que nuestros sentidos captan en la realidad social es ideología burguesa que nos invita a aplaudir al opresor y a recibir de buen agrado los azotes del patrón enfurecido por nuestra “escasa” productividad. En las relaciones amorosas, familiares, sexuales y de todo tipo, nuestra venia capitalista rige nuestro comportamiento sin apenas nosotros percibirlo.
De lo anterior se deriva el término Plusvalía Sexual (PS), que he visto yo por primera vez, en un atrayente ensayo del mexicano Humberto Escobedo que lleva por nombre El capitalismo neurótico. En ese opúsculo, sucintamente se expresa que: “La energía sexual utilizada neuróticamente por los proletarios incrementa el capital y el poder autoritario de la moral sexual burguesa. A mayor miseria sexual de las masas, mayor riqueza para la moral sexual conservadora. Las clases dominantes han enriquecido su moral sexual con la extracción de ese excedente, esa plusvalía libidinosa, arrebatada a las masas sumisas y productoras de riquezas”
¿Hasta qué punto es cierto eso? Habría que hacer un estudio de la sexualidad al estilo Dr. Kinsey (pero marxista), o un psicoanálisis colectivo (con el perdón de los enemigos de Freud como Natalie) según nos sugiere Fernando Saldívia. Así las cosas, se podría elucubrar en relación al peso de la moral burguesa que recae sobre los trabajadores, pero que a su vez, es olímpicamente ignorada por sus propulsores. Aunque haya mucha gente que esquive ese lastre, la gran mayoría acepta la represión sexual, la persecución a la homosexualidad y el castigo a la imaginación sexual como naturales. Lo cual según Humberto es un peso que frustra y disminuye las capacidades subversivas y políticamente independientes de los trabajadores. Así, ese traslado de energía va a henchir el autoritarismo burgués en su rectoría de la sociedad, en detrimento de la capacidad política obrera y a favor de la aceptación apática de su destino de miseria.
La represión sexual en el capitalismo. El miedo y la desdicha se reflejan en todo.
La inmensa mayoría de personas son víctimas de la persecución y frustración sexual de las instituciones más castradoras del sistema capitalista: la escuela (construcción del Estado para educar en la alienación a los infantes), la iglesia y la familia (que aún siendo proletaria, arrastra la moral burguesa como un valor inmarcesible). Según el desarrollo de nuestro escrito, esa malhadada sexualidad, se refleja en acciones aprensivas o conservadoras a la hora de desafiar la expoliación que sufre la clase obrera en el sistema. Wilhelm Reich nos dice, que nada de lo explicado anteriormente es accidental. Sin caer en la delirante y absurda teoría de la Conspiración que enreda la esencia de la crisis sistémica del capital, podemos notar que como dice WR en La lucha sexual de los jóvenes: “la familia, [la iglesia] y la escuela, no son más que talleres del orden social burgués destinados a la fabricación de sujetos discretos y obedientes. El padre es el representante de las autoridades burguesas y del poder del Estado en familia” Exacto, la superestructura social indica que todo está hecho precisamente para esa deformación educativa.
Por ello, es normal que la exigencia de un padre comúnmente despótico: obediencia ciega, prohibición de la protesta, ausencia de opinión personal y represión; sea la copia acotada del abominable hostigamiento de los Estados donde una clase (que no trabaja) oprime a otra (que hace todo el trabajo que permite la reproducción de la vida). Así, desde el ámbito estadal se irrigan esas relaciones íntimas de explotación y violencia. De hecho, los episodios de violencia doméstica, devienen de las relaciones violentas en las cuáles se desenvuelve la sociedad en el proceso de producción de bienes y servicios.
Todo ese proceso de represión llevado al plano sexual, exige un enorme gasto de energía (psíquica y nerviosa) que eventualmente ocasiona trastornos vinculados al freno de pulsiones y deseos sexuales que pudieran desarrollarse, pero que son duramente castigados por la sociedad. Esto, es un factor de inhibición de la crítica, la actividad y el intelecto liberador. Por ello, el capital se esmera en castigar expresiones de autonomía sexual que puedan escurrirse de la mercantilización del Eros en el capitalismo.
La batalla por liberar (sobre todo en la pubertad) a la población de la moral burguesa, determina en buena parte las posibilidades de convertirse en un revolucionario consciente del papel histórico de la liberación del proletariado; o de ser militante de un partido socialdemócrata (liberal) o de transformarse en un espíritu indolente que divaga en la soledad del vacío de su castrada e inútil existencia. Luchar contra la moral burguesa es indispensable para la construcción de una verdadera humanidad. Es hora de echarle tierra a la reacción, para evitar que nos consuma.
Asociación Latinoamericana de Economía Política Marxista (ALEM)