25/10.- Pablo Stefanoni viene pensando las posibilidades de la izquierda latinoamericana desde sus años como director de la edición boliviana de Le Monde Diplomatique. Se doctoró en Historia con la tesis Los inconformistas del Centenario. Intelectuales, socialismo y nación en una Bolivia en crisis (1925-1939). Hoy dirige la revista Nueva Sociedad, además de colaborar en diversos medios periodísticos. Su último libro en Todo lo que Necesitas Saber sobre la Revolución Rusa, escrito junto Martin Baña (Paidós, 2017).
¿Se puede hablar de una "nueva derecha latinoamericana"?¿Qué relación tiene con la ola derechista mundial?
El triunfo de Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones brasileñas ha sorprendido a una región en la que, desde la restauración de la democracia, no se veía un fenómeno de estas características. Claro que en estos años hubo derechas en el poder y fenómenos autoritarios como el de Fujimori en Perú –que aún cuenta con una fuerte popularidad-. En ese caso se trató de una transición autoritaria desde el poder mediante un autogolpe.
En Brasil, asistimos a una especie de "fascismo desde la sociedad", como señaló Breno Costa, más apoyado en las redes sociales que en los grandes medios. Y en este fenómeno es muy fuerte la presencia de jóvenes que se reivindican de derecha y conservadores. Hay un video-reportaje muy interesante sobre su trabajo en las redes sociales. Allí se puede ver una virulenta marcha contra una conferencia de Judith Butler. La guerra contra la llamada "ideología de género" tiene en el bolsonarismo un estatus similar a su campaña anticorrupción y anticomunista –como se ve en su último spot de campaña.
Yo creo que el fenómeno Bolsonaro tiene características particulares, pero al mismo tiempo encontramos fácilmente ecos de la llamada "derecha alternativa" (alt-right) global. Pero una cosa es la extrema derecha en países institucionalizados y otra en democracias más débiles -ahí es cuando desde la izquierda ale agradecemos a las "instituciones". Básicamente es la diferencia entre Italia o Austria, por un lado, y Filipinas, por otro, con Rodrigo Duterte, un impulsor del gatillo fácil como Bolsonaro. Con Viktor Orban en Hungría o Vladímir Putin en Rusia puede haber puntos en común -las llamadas democracias iliberales- aunque son fenómenos diferentes. Sí creo que el triunfo de Trump es importante por todo lo que habilita a lo largo del mundo y Bolsonaro está cómodo en el papel de ser el Trump brasileño.
En el caso argentino, me parece que lo de Bolsonaro es muy diferente al macrismo. Puede haber sensibilidades "bolsonaristas" las bases del Pro pero como fenómeno global es muy diferente. Macri ganó en los límites del sistema democrático como una opción liberal-conservadora. Mientras que el discurso del antipopulismo en la región, del cual Macri es una de sus expresiones, hace eje, al menos retóricamente en la república, Bolsonaro construyó un discurso anticomunista autoritario estilo Guerra Fría. En Brasil, el "populista" es Bolsonaro; Fernando Haddad es un socialdemócrata. Tiene tintes fascistas.
Donde sí creo que hay un clima más amplio en la región es en la reacción antiprogresista: la lucha contra una imaginaria "ideología de género" articula muchas redes en la región, que van desde gobiernos de derecha en Centroamérica, Colombia o Paraguay, evangélicos conservadores y sectores de la iglesia católica. Basta seguir las giras latinoamericanas de Agustín Laje para ver esas redes de ultraderecha (es interesante cómo se juntan ahí liberales libertarios supuestamente anti-Estado con conservadores extremistas y autoritarios) y echarle una mirada al desborde político de los evangélicos en la región.
¿Cómo se explican los gobiernos de izquierda que aún resisten en Bolivia y Uruguay, o el que recién surge en México?
La experiencia de Bolivia es exitosa en varios aspectos, quizás el más sorprendente desde fuera es el éxito macroeconómico de Evo Morales, basado en un "populismo prudente", como lo llamó The Economist. Eso pone de relieve que la pertenencia al socialismo del siglo XXI no explica mucho: Bolivia está entre las economías latinoamericanas que más crece (aunque tiene deudas en las que se avanzó muy poco, por ejemplo el sistema de salud); Venezuela la que más decrece. La diferencia está en la gestión de la economía. Evo experimentó con muchas cosas, con la economía no.
El caso uruguayo es un poco diferente, una especie de "izquierda tranquila", pero tiene eso en común. Pero en ambos casos, hay una sensación de desgaste. En Uruguay el Frente Amplio es muy institucional pero tiene problemas de renovación, de hecho volvió Tabaré, y la derecha viene creciendo. En Bolivia, Evo está pagando el costo político de seguir con la re-reelección pese a la derrota, por escaso margen, en el referéndum de febrero de 2016. Incluso ganando, los costos en el terreno de la legitimidad son elevados.
En ambos casos hay débiles agendas de futuro y mucho peso de "defender lo conquistado". Si bien son dos experiencias meritorias, de manera menos catastróficas, las izquierdas de Bolivia y Uruguay no son ajenas a la crisis política, programática y en algunos casos moral, de los progresismos regionales. Es decir, no parecen tener la capacidad de impulsar proyectos de renovación de las izquierdas latinoamericanas.
México es un caso de "progresismo tardío" como lo denominó Massimo Modonesi. El triunfo de la izquierda mexicana es interesante porque, contra lo que creen muchos militantes nacional-populares, que la corrupción es solo un discurso de la derecha, López Obrador ganó con un discurso "honestista". De hecho casi solamente habló de corrupción. Habrá que ver qué puede hacer. Por el momento, México está "lejos" de América del Sur para que pueda incidir más.
¿Cuáles fueron los límites de los gobiernos izquierdistas de estos años?
Un problema que me parece importante es la exageración de los avances de estos años. Hubo avances pero no tantos como las izquierdas y los progresismos asumieron. Detrás de las imágenes refundacionales, en los barrios populares se mantuvo la degradación urbana, la inseguridad–uno de los temas que estalla en Brasil con Bolsonaro. Se pensó que bastaba con el aumento del consumo. Más consumo pero no más y mejores bienes públicos. Y esos son también espacios de disputa por las subjetividades.
Un segundo tema es el de la corrupción. No se vio como venía politizándose el tema y hay una autocomplacencia enorme: se piensa muchas veces que la corrupción es solo un arma contra la izquierda. Se despreció como "liberal" la cuestión de la ética pública y se le regaló esa bandera a la derecha: a tal punto que Macri se pudo apropiar de ella pese a"ser Macri" y en Ecuador un "banquero neoliberal" como Guillermo Lasso casi le gana a Lenín Moreno con esa bandera, sumada a la del antiautoritarismo.
Y finalmente las formas de "neoautoritarismo" en nuestra familia. Venezuela se transformó en un problema mayúsculo: es un vector de avance de las derechas –con sus discursos inverosímiles de "venezuelización" de Chile, Colombia y Brasil- y un problema para una izquierda que no sabe muy bien qué hacer con eso. Pero también en Ecuador o Bolivia la cuestión de la democracia y el pluralismo es un tema.
Creo que, en cierto punto, las izquierdas que habían leído muy bien la crisis del neoliberalismo no lograron leer bien los escenarios creados por sus propias hegemonías. De todos modos, mucha de la reacción antiprogresista tiene que ver también con los avances de estos años: hay sectores que rechazan la inclusión, los avances de los movimientos de mujeres, los nuevos derechos para las poblaciones lGBTI, etc. Lo que mencionábamos como la cruzada conservadora contra la "ideología de género".
No sé cómo se podría reconstruir el progresismo. Quizás empezando por un balance de estos años. Un balance que no paralice sino que sirva para repensar lo andado y tratar de volver a seducir. La desventaja es que el desgaste es grande y las ideas pocas. Pero la ventaja es que las experiencias de las derechas –como se ve en Argentina- tampoco saben muy bien qué hacer. Y, al mismo tiempo, habrá que ir tratando de entender mejor qué pasa "por abajo" con todas las cuestiones que mencionábamos (por ejemplo, el progresismo nunca se preocupó en analizar la expansión evangélica pentecostal y ahora en muchos países es una variable política de primer orden).
Me parece que la cuestión de la democracia y la desigualdad ayudarían a construir una agenda que articule a las izquierdas y los progresismos del Norte y del Sur –si queremos combatir al capital no alcanza con el Sur ni con nuestras epistemologías-otras. Y segundo, tratar de construir proyectos de futuro capaces de reducir los miedos. Pero hoy ni la izquierda socialdemócrata ni la revolucionaria pueden ofrecer futuros deseables, al menos como posibilidad. Como decía Marx, el socialismo saca su poesía del futuro. Pero hoy el futuro es catástrofe o distopía y de ahí no sale ninguna poesía; salen los populistas de derecha.