Ni tampoco los miles de muertos inocentes”
A la derecha mexicana habrá que reconocerle su enorme capacidad de engaño. Pareciera un contrasentido que, en una sociedad tan empobrecida, la derecha tenga el poder y amenace con mantenerlo mediante una simple alternancia de siglas partidistas. Un significativo porcentaje de la población agraviada no identifica a quienes la agravian; todavía son muchos los que suponen que es “la voluntad de Dios” la que hace que mueran sus hijos desnutridos, pero no la determinación genocida de quienes acaparan los bienes públicos y al público le dejan sólo los males. La transformación afirmativa de la realidad nacional pasa, necesariamente, por la destrucción del engaño y la formación de la conciencia de la realidad personal que identifique los agravios y a sus autores. Hace falta un gran esfuerzo para agitar la mentalidad y derribar los altares erigidos por el engaño y la desinformación; para barrer la basura que encubre noticias de la catástrofe nacional que se olvida rápidamente; para romper la anticultura del importamadrismo que lleva al suicidio social; para despertar, en fin, el coraje que alimenta los cambios reales.
Se necesita que la gente, en todos los niveles, se entere que los recursos públicos no son propiedad del gobierno sino que son de todos y que, si se los roban o los dilapidan, nos están quitando una parte del derecho común a la felicidad. La televisión nunca va a informar cabalmente sobre el tema; tiene que difundirse de manera directa por quienes apostamos a transformar la realidad ominosa que impera. Que se entere, por ejemplo, que el atraco del FOBAPROA no puede quedar en el olvido como algo que sucedió en el régimen priísta hace más de quince años, sino que es una pesada carga, continuada por los panistas, que cada año nos cuesta más de 700 mil millones de pesos, que pagamos todos con nuestros impuestos y que debieran destinarse a tener mejores escuelas y hospitales, pensiones dignas, apoyo a la producción y a la cultura. El rescate de la banca no fue otra cosa que tomar el dinero público para regalárselo a los banqueros quebrados por su corrupta operación, sin que nadie haya pisado la cárcel por sus fraudes. Tampoco puede caer en el olvido que tales banqueros fueron los amigos de Carlos Salinas, quien les regaló los bancos en la privatización de 1991, sin más mérito que la contribución al financiamiento de la campaña electoral y el solapamiento del fraude electoral de 1998.
La gente necesita comprender que los grandes consorcios no pagan impuestos y que ello implica un robo de los recursos del erario auspiciado por el propio gobierno; que la riqueza petrolera, que es de todos, se utiliza para cubrir el hueco financiero generado por la falta de pago de las grandes empresas o sea que el ingreso petrolero se les regala impunemente. Y, nuevamente, comprender que lo que se les regala a las grandes empresas se le resta a la posibilidad de atender el derecho de todos al bienestar.
A todo esto se agrega el robo tradicional en la obra pública y en las compras de gobierno; en los exagerados sueldos de la alta burocracia (que ha crecido de manera explosiva) y sus onerosas prestaciones. Baste observar lo sucedido en los gastos para celebrar el bicentenario; en el enredo del proyecto de la Estela de Luz en que se fugan cientos de millones de pesos o en el nuevo y lujoso edificio de la Cámara de Senadores, por citar sólo casos de actualidad.
El resultado tendrá que ser que la gente identifique a los causantes de los agravios que resiente, que tienen nombre y apellido y que son unos cuantos. Son la mafia que machaconamente señala López Obrador y que, en consecuencia, aportan las millonadas para evitar el acceso al poder de quien no permitiría la continuación del desfalco del patrimonio de todos.
Andrés
Manuel convence a quienes le escuchan y le escuchan muchos, pero hace
falta que los convencidos convenzan a muchos más. Es tarea patriótica
inaplazable.