Ni tampoco los miles de muertos inocentes.”
Uno de los principales factores del fracaso de los dos gobiernos panistas que hemos soportado, es la carencia de vocación de servicio público en sus principales cuadros. Fox caracterizó con precisión su gobierno como uno de empresarios para empresarios; así, sin ambages. Lo dijo en Japón ante un selecto grupo de inversionistas de aquel país, como argumento de venta pero con una sinceridad insólita. Hasta 1988 los empresarios siempre estuvieron cercanos al poder para hacer negocios, pero sin pretender ocuparlo; en ese año la candidatura de Manuel Clouthier a la presidencia marcó el cambio de actitud; decía el Maquío que, para gobernar, no hacía falta vocación ni experiencia: “cualquiera será mejor que los pendejos que nos han gobernado”. Así, doce años después, llegó Fox a cumplir tales anhelos y a demostrar fehacientemente su equivocación, sin enmendarla sino reforzándola. Calderón continuó el proceso y lo remató en días pasados al conminar a los líderes empresariales (así nombrados por una revista del mismo corte) para que incursionen en las tareas de la política.
Respeto la vocación empresarial verdadera; la que empeña su esfuerzo y su patrimonio para la obtención del lucro en la creación de bienes y servicios útiles a la población; es una actividad legítima y, en las condiciones apropiadas, benéfica para el conjunto. Subrayo que su distinción es el afán de lucro. Mienten innecesariamente quienes esconden su afán distintivo y lo visten con el de crear empleos: la contratación de personal es sólo un medio sujeto a la rentabilidad. Mal haría un empresario que obrara en sentido contrario, la quiebra es su destino. Un empresario inteligente puede, incluso, ofrecer los mejores salarios y condiciones de trabajo, si esto contribuye a mejorar el rendimiento de su inversión. Pero el de lucro es un afán sin límite que, en su exceso, deviene en daño social por lo que debe ser acotado.
Lo que pretendo resaltar en estas líneas es la incompatibilidad de la vocación empresarial lucrativa con la vocación de servicio público. Los buenos empresarios suelen ser pésimos servidores, así como los buenos servidores resultan en pésimos empresarios. De la misma forma en que fracasa un empresario que no prioriza la rentabilidad en sus decisiones, lo hace un servidor público que no coloque en primera línea el beneficio colectivo. Lo malo del caso es que, mientras el fracaso de un empresario lo lleva a la ruina, el de un servidor público se puede ocultar en la corrupción y la politiquería, sin perjuicio personal. Esto abre el nefasto campo para los logreros de la política, cuya existencia ha sido premiada en los últimos cuatro sexenios gubernamentales; Salinas les abrió la puerta grande y está resultando difícil sacarlos.
Supuestamente la democracia electoral sería el instrumento para distinguir los verdaderos servidores públicos de los logreros; infortunadamente, la tal democracia cayó en manos de los malandrines y, con simples toques de mercadotecnia mediática y una buena dosis de fraude, se mantienen en el poder y la corrupción en el joder. La debacle en que se encuentra México es la demostración palmaria de tal estado de las cosas.
La regeneración nacional requiere de funcionarios y políticos con verdadera vocación de servicio público, así como de emprendedores de buena catadura, cada quien en su respectivo ámbito. Sólo el pueblo organizado y concientizado puede realizar la hazaña de elegir correctamente y sacar del gobierno a quienes sólo buscan medrar con lo público. Organizar y concientizar al pueblo es la tarea que se ha impuesto el MORENA con el Nuevo Proyecto de Nación y con el liderazgo de López Obrador. Vámonos queriendo recio, que se siente bien bonito.