13 de noviembre de 2011.-El trabajo sexual, la prostitución, las putas, travelos... todas las connotaciones que el limitado imaginario humano, la mente burlona, esa mente que piensa desde su ubicación de creerse más, de aliviarse de su suerte cuando ve las categorías humanas y se ubica en las más altas. Nuestras mentes, funcionando solas con el piloto automático puesto, como casi siempre, pensando de menos, pensando desde el ego que necesitamos para seguir viviendo, el ego que nos recuerda que somos mejores, que nos hemos salvado, que no formamos parte de la basura humana que nos rodea aunque no podamos imaginar de qué desperdicios está compuesta.
Trabajo sexual, explotación, prostitución y pornografía, con mujeres, con hombres, con trans, con niñas y adolescentes, especialmente con estas últimas.
Había ido al país tropical a dar una conferencia sobre trata de personas y explotación sexual infantil, como siempre, con información, datos, llamados a la reflexión, salidas de tema para poner ejemplos que siempre movilizan, impactan etc. en aforos llenos de legisladores, gestores sociales, muchos políticos, centros nacionales de atención a víctimas, institutos de migrantes etc. Esta vez decidí asistir a pesar de no ser un espacio político y de todo el cansancio, decidí ir porque hay demasiadas piezas del puzzle que no se hacia donde van, y porque ya sé, antes de terminarlo, que hay piezas perdidas que nunca voy a encontrar, con lo que ver el panorama completo no va a ser posible jamás.
El trabajo sexual en el marco de la trata de personas en México me generaba muchas interrogantes, no legislativas, no en un marco normativo confuso, sino personales, internas, de necesidad de estrangular los discursos desde la moral impuesta, la moral masculina. Quería escuchar a las sexoservidoras representantes de los diferentes estados lo que tenían que decir, qué sabían de la trata sexual, cómo se relacionaban con este delito, y qué sabían de las niñas, de esas infancias asaltadas y mutiladas. Lo hicieron. Pocas trabajadoras sexuales, cuatro o cinco sexoservidores masculinos, el resto mujeres trans, mujeres con el alma descolocada, hormonadas, resaltando a través de su físico una identidad que reclaman como forma de vida, identidad que quieren que les reconozcan, acabar con el estigma que les supone ser mujeres con pene, con bigote, con toscos rasgos que las delatan, y lo saben.
En un inicio su respuesta fue frontal, comprensible sin duda, antes de empezar a dar mi ponencia ya tenía preguntas, por trabajar en la organización a la que represento hay una exigencia, una demanda previa a su vida violentada, ese "hagan algo" un imposible "hagan algo".
Termino mi conferencia, las manos se levantan, hablé de trata sexual, de las construcciones de género, de la permisividad de todas y todos para que pueda darse la explotación sexual infantil, la muerte del karma, el fin de la consciencia humana, la putrefacción del alma, su dignidad, sobre todo su dignidad no como un elemento moral, porque ahí no sé como sustentarlo, sino desde un enfoque de Derechos Humanos, de Derechos de las mujeres, de Derechos a una vida sin violencia, sea desde el trabajo que sea.
"Somos dignas" decían, y yo asentía, "somos personas como las demás", seguí asintiendo, pero no hablé, esperé a que se desahogaran diciendo todas las cosas que esperaron de nosotros, un nosotros que somos todos y todas, también vosotros que leéis, todas las cosas que siguen esperando y que no les damos, que jamás les daremos, porque no hemos aprendido a reconocernos en el otro, porque no podemos asumir al otro como un nosotros al mismo nivel, bien sea por protegernos del dolor, o por necesitar tener lo indigno como referente para alimentar nuestra agradable existencia. Judith Butler en referencia al conflicto palestino israelí dice " solo las muertes de las personas que en vida contaron como vivos, en su muerte contarán como muertos " me lo aprendí de memoria leyéndolo solo una vez, que duro es afrontar eso, y nuestra responsabilidad en ello, no? Qué verdad tan poco "esquivable".
Un discurso lleno de desencuentros, "tenemos derechos", "queremos que se nos respete", "Queremos que se reconozca el trabajo sexual" . Yo defiendo esto por encima de todas las cosas, el derecho a la lucha individual contra la pobreza, a la lucha contra el hambre que cada uno hace para llevar el pan a su familia ante la incapacidad de los gobiernos de llenar canastas básicas familiares, de ofrecer oportunidades de empleo mínimas, de generar dignidad, de gobernar con políticas femeninas, con políticas que contemplen emociones… con todo, no puedo defender la legalización del proxeneta, del dueño del hotel que se beneficia de la venta de cuerpos y almas ajenas, un cuerpo que debe ser necesariamente cuidado y mimado, un cuerpo que en caso de ser violentado se estaría violentando la estructura física de la que disponemos para Ser. Defiendo los derechos sexuales y reproductivos, defendiendo la vida sin violencia sea el trabajo que sea, defendiendo la posibilidad de elegir tu pareja sexual sea cual sea, de decidir cuándo quedarme embarazada y de quien, cuántos hijos tener, no exponerme a situaciones de riesgo, a no ser sensible a una compra venta por ser mujer, a no ser percibida como mercancía, defiendo mi derecho como activista a mantener la indignación de todo lo injusto.
No había transcurrido 20 minutos seguramente, mi avión ya partía pero decidí quedarme, fui viendo poco a poco la transformación en el discurso, las reivindicaciones alcanzaron un clímax imposible de sostener en un discurso y de desmoronaron, se cayeron, se destrozaron, ahora se repiten constantemente en mi cabeza algunas frases "nuestra esclavitud es la peor forma de negar lo humano", "nuestras familias nos dicen que tenemos que llegar a casa con dinero, lo saquemos de donde lo saquemos, 2,000 o 3,000 pesos al día", que equivalen a 8 o 10 clientes, las trans "nos sentimos muy mal, la única alternativa laboral que tenemos es el trabajo sexual", "no, no es la vida fácil, es difícil que se te pare la verga con alguien que no te gusta", "nos dan cariño, aunque sean extraños, y por raro que parezca nos entregamos sin asco", "ni mis hijas ni nadie que yo conozca van a ser prostitutas, no lo permitiríamos, no se lo deseamos a nadie esta vida es un asco, nadie quiere que le insulten por la calle, que tu familia se avergüence de ti, que te golpeen que te violen, quien querría eso?", "finalmente todas somos forzadas", "vemos a niñas trabajando al lado nuestro pero… ¿qué podemos hacer? Sabemos que su chulo esta cerca, nosotras no vamos a denunciar, nos golpean", "Nos llaman y nos piden niñas, criaturas, si nos negamos nos golpean y nos amenazan de muerte, que podemos hacer?"… estas frases se iban sucediendo, el calor derretía los maquillajes y las horas asomaban el bello, y pensaba que es un asco, que no poder Ser es la cúspide de la anulación humana, que somos cómplices, que somos parte de todo esto, recordaba muchos discursos, muchos varones, especialmente varones diciendo "hay muchas mujeres que lo hacen porque quieren" y eso me generaba mas asco, “es el oficio más antiguo del mundo” dicen; y yo respondo “tal vez fue el único durante siglos” en todo caso lo más riguroso sería hablar de la forma de violencia más antigua del mundo. Son cuerpos mercantilizados por proxenetas desde que tienen memoria, por clientes, por perpetradores, explotadores, la autoridad que juega con su desdicha, que trafica con ella... Incluso con sus condones que son la única seguridad de continuar invictas de sangre, casi nadie lo ha logrado, la bicha se extiende como la pandemia de la exclusión que es, como la vergüenza que significa…
Ellas, todas, siempre con su vergüenza.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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