Por muchas razones
del acontecer internacional, hoy cuesta mucho “tomarle el pulso”
a la dinámica de la política mundial. Parámetros sólidamente
establecidos durante siglos, creados en Occidente y aceptados por la
razón o por la fuerza en casi todo el planeta comienzan a desmoronarse,
-paradójicamente- torpedeados por los mismos que los crearon.
En ese sentido,
no es meramente académico y teórico el debate para determinar si la
crisis es del sistema capitalista mundial que impera en el planeta desde
hace apenas un siglo y medio o del modelo civilizatorio occidental establecido
desde hace 25 siglos, primero en Europa e impuesto al mundo través
de la conquista, la guerra, el avasallamiento, el exterminio de cientos
de millones de personas y la imposición de una cultura, una forma de
comportarse, un patrón de conducta, un sistema de valores y un paradigma
político que se ha asumido como si fuera universal.
De este modelo,
el capitalismo y el imperialismo, son sólo sus dos últimas etapas,
la primera surgida en el siglo XIX y la segunda, -más recientemente-
en la pasada centuria.
Todo esto –como
decía anteriormente- supera las meras definiciones teóricas por la
sencilla razón de que su dilucidación debería entrañar conductas
diferentes para todos aquellos actores que tienen poder de decisión,
sobre todo, en lo que refiere a las relaciones internacionales y la
política exterior.
Nociones ampliamente
aceptadas como democracia, defensa de los derechos humanos y soberanía,
entre otros, posteriormente transformadas en principios y estos a su
vez, impresos en constituciones y en un entramado legal que sustentó
la Carta de las Naciones Unidas, la que posteriormente elaboró la Declaración
Universal de los derechos Humanos, han comenzado a quedar obsoletos,
violentados y sobrepasados por la imposición de una fuerza que está
llevando a la humanidad a retrotraerse a los tiempos de la barbarie.
Cuando parámetros universalmente aceptados, que deben regir el comportamiento internacional de los Estados son avasallados en beneficio del lucro.
Cuando valores
encaminados a preservar la vida en el planeta son sacrificados en función
del interés de una sola nación.
Cuando cientos
de miles de personas son asesinados para mantener un nivel de vida sustentado
en el consumo indiscriminado de una minoría del planeta.
Cuando los gobiernos
–sean de derecha o de izquierda como en Europa- no pueden sostener
su modelo y caen por el peso de su incompetencia y de su sumisión a
ciertos poderes fácticos y no pueden dar solución a las más elementales
necesidades de sus ciudadanos.
Cuando la democracia
representativa de corte occidental no es capaz de encontrar soluciones
y mediante la coacción antidemocrática se imponen banqueros para sustituir
a los políticos y dirigir gobiernos como ha ocurrido en Grecia
y en Italia.
Cuando Estados
Unidos pone en funcionamiento su conexión oriental de adversarios de
China y utiliza a su aliado coreano Ban Ki-moon en la ONU y japonés
Yukiya Amano en la OIEA a fin de instaurar la guerra como método
y la brutalidad como sistema.
Cuando la Directora
General del FMI Christine Lagarde va a Beijing a exigir a China que
se involucre en la crisis financiera mundial y salve a Europa.
Cuando se amenaza
a Irán, Siria y Pakistán con la agresión si no acatan las normas
establecidas por Estados Unidos y los otros Estados canallas, generando
un conflicto en una región donde existen tres países poseedores de
armas nucleares, Israel, India y Pakistán, pudiéndose desatar una
tercera Guerra Mundial que elimine toda forma de vida humana en el planeta.
Cuando todo ello
ocurre, es evidente que la crisis que enfrentamos es mucho más profunda
que un elemental trance de la economía y del sistema capitalista mundial,
por muy profunda que ésta sea. La crisis es civilizatoria y ello obliga
a plantearse la disyuntiva de salvarse y salvarnos todos o perecer presos
de la bestialidad sin límites de los que ostentan el poder mundial.
América Latina
y el Caribe, en medio de esta lamentable catástrofe, navegando en mar
agitado, avanza con dificultades, pero sostenidamente hacia un puerto
más seguro. En medio de turbulencias, aparece como espacio donde se
progresa a contra corriente del resto del mundo.
Nuestras inquietudes
se solventan en los cada vez mayores espacios integradores que se construyen,
tanto en materia económica, como política, de defensa y seguridad.
Unasur es hoy una realidad palpable y la próxima reunión Cumbre
que dará formal origen a la Comunidad de Estados de Latinoamérica
y el Caribe (CELAC) apuntan en esa dirección.
La integración
y la unidad es nuestra única salvación. Ningún país tiene
viabilidad política por si sólo en el mundo del mañana, ni siquiera
los más poderosos. Habrá que enfrentar retos propios de naciones gobernadas
por líderes ubicados en las antípodas del espectro político, pero
la CELAC no debe ser una alianza de gobiernos, sino una confluencia
de Estados. Si alguno de ellos, se cree salvado por tener una relación
privilegiada con alguna de las potencias mundiales, el ejemplo de
Irak o Libia están muy frescos para recordar lo que dijo
Lord Palmerston político británico del siglo XIX cuando se le increpó
por no apoyar la lucha por la Independencia de las colonias de América
para cuidar su alianza con España: “Gran Bretaña no tiene amigos
permanentes ni enemigos permanentes tiene intereses permanentes”.
Esto es perfectamente válido para entender la actual política
estadounidense y se puede hacer extensivo a la realidad de la relación
de cualquier país del sur con las potencias.
Nuestros intereses,
son los de nuestros pueblos que tienen fuertes identidades culturales,
religiosas y lingüísticas y que hemos sido separados sólo por el
proyecto colonial de los que crearon determinados territorios
que dieron origen a Estados nacionales después de la Independencia.
En los dos últimos siglos el interés imperial de una potencia americana
ha promovido los conflictos heredados del pasado colonial para dividir
y reinar.
La próxima Cumbre
de la CELAC en Caracas hará que se deje de hablar del “Sueño del
Libertador Simón Bolívar” para comenzar a hablar del “Plan
del Libertador Simón Bolívar”. Dicho Plan tendrá que hacerse realidad
a partir de nuestras asimetrías, de nuestras diferencias y de nuestras
distancias, tanto geográficas como políticas. Ese es el reto a superar
y vencer.
El Libertador
nunca dijo que sería de otra forma, premonitoriamente, en la Carta
de Jamaica estableció las diferencias como una realidad que había
que aceptar y someter cuando dijo “Porque los sucesos hayan sido parciales
y alternados, no debemos desconfiar de la fortuna. En unas partes triunfan
los independientes, mientras que los tiranos en lugares diferentes,
obtienen sus ventajas, y ¿cuál es el resultado final? ¿No está el
Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para su defensa? Echemos una
ojeada y observaremos una lucha simultánea en la misma extensión de
este hemisferio”.
Solo así, los
ciudadanos de ésta, Nuestra América, tendremos viabilidad de futuro
y podremos superar esta profunda crisis civilizatoria que tiene en el
capitalismo y el imperialismo su última y definitiva fase terminal.