En 2009, Syriza tenía apenas el 4% de los votos. En las elecciones de junio de 2012 ha subido al 26,89%%. Y con el principal club de propaganda del mundo en frente. El mismo que, con los mismos argumentos, tumbó el No a la OTAN en España en 1986, el que tumbó a los sandinistas en 1990, el que obligó a repetir las elecciones en Irlanda hasta que saliera lo que buscaban. El club que amenaza con todas y cada una de las catástrofes si la democracia se atreve a optar realmente entre alternativas.
Una parte importante de los griegos ha dicho que sí. Pero una parte aún más importante ha dicho: sigo esperando. Y a Syriza la han votado los jóvenes y las zonas urbanas. Una vez más, ancianos que viven en el campo profundo impiden el avance de los países mediterráneos. Una tarea pendiente para el partido de la izquierda coherente. Al igual que la búsqueda de una alianza cívica-militar que aleje los fantasmas golpistas.
El triunfo de la derecha en Grecia se parece al rescate de España: suena tan falso y está tan dirigido al consumo de los convencidos que no es creíble. Casi cuatro de cada diez votantes se ha abstenido. Sólo por la absurda ley electoral –que regala 50 escaños a la fuerza ganadora– la derecha de Nueva Democracia y el desorientado PASOK pueden organizar un gobierno que tranquilice a los bancos europeos y a sus subordinados en los gobiernos de la UE.
Pero no tienen detrás una ciudadanía dispuesta a mover un dedo por ellos. Les han votado como quien echa de comer al ganado: esperando que les de leche. Y si no lo hacen y pronto, serán sacrificados y vendidos como carne en el matadero. De diez millones de votantes, los partidos favorables al memorándum de la Troika apenas llegan a los tres millones. Pese a las declaraciones urgentes de Schäuble celebrando el resultado, los “mercados” son más realistas que ellos.
¿Ha sido derrotada Syriza? Si entendemos que la coalición ganadora ha perdido el elemento esencial que otorga las elecciones en las democracias liberales –la autorización política–, la respuesta no es tan sencilla.
En Grecia, después de las elecciones de junio, el Gobierno no tiene un cheque en blanco para tomar decisiones que perjudiquen a las mayorías. El débil apoyo electoral en modo alguno significa un apoyo social. ¿O no recordamos a los presidentes de Ecuador, Argentina o Bolivia saliendo por la puerta de atrás de los palacios de gobierno después de haber ganado “limpiamente” unas elecciones? Cuando está en discusión el pacto social, las elecciones no bastan para reinventar la convivencia.
Ningún partido puede ir por delante de la conciencia de su gente. Syriza necesitaba comprar tiempo. Si hubiera mayor consciencia en Grecia, habría ganado. Si no lo ha hecho, es que las circunstancias no están maduras. Syriza lo tiene claro y se ha dado prisa en reconocer el resultado. No hay nada más absurdo que ganar electoralmente sin tener detrás un apoyo popular dispuesto a tomar la calle y a defender con barricadas las decisiones del Gobierno. Para que el pueblo coma, estudie, tenga salud, hay que enfrentar a los principales gobiernos de Europa. Y eso no se hace sin el pueblo en pie de guerra.
En el largo aliento, hay varias lecciones para el continente europeo que han empezado esa noche.
Una, ya sabemos que sólo hay elecciones cuando de verdad se dirimen opciones diferentes. Elegir entre Coca Cola y Pepsi Cola no genera problemas reales. Cuando una de las opciones es un partido con un sabor diferente, los falsos defensores de la democracia están dispuestos a patear el tablero.
Dos, como en la Nicaragua de 1990, hay gente que puede votar al enemigo por las amenazas de los matones, pero estar dispuesta a redoblar después los esfuerzos con los amigos (hasta que tengan la victoria). Las elecciones ya no son la variable independiente de la política que todo lo determina.
Tres, hay temas que ya no son tabú en la Unión Europea. El papel neoimperialista de Alemania, la vinculación de los políticos con la gran empresa, la corrupción política, empresarial, mediática y bancaria o la estafa de una crisis que quita dinero a los pobres para dárselo a los ricos, ya han pasado a formar parte de una crítica normalizada.
Cuatro, los partidos del “orden” pueden ganar, pero la ciudadanía ya sabe por qué se han alzado con la victoria. Y ese conocimiento no genera precisamente amigos.
Cinco, y como hemos señalado, las elecciones ya no entregan autorización política, de manera que la prohibición del revocatorio del mandato, corazón de la democracia liberal (está en el artículo 67.2 de la Constitución Española) se ha dinamitado.
Seis, la derrota de Syriza suena a una derrota “por ahora” (remedando la frase de Chávez tras el levantamiento militar que protagonizó en 1992 y que le llevó ocho años después a la victoria electoral). Si América Latina necesitó más de una década desde los inicios de la crisis para levantarse y mucho más deterioro económico que el que padece Grecia, no podemos pensar en un cambio radical en Europa en la mitad de tiempo y mientras las condiciones económicas aún tienen margen de deterioro.
Siete, Syriza ha supuesto un catalizador para que la izquierda española –en concreto Izquierda Unida– se dé cuenta de que ha agotado su ciclo histórico y comience una autocrítica sincera.
Ocho, hemos aprendido dónde está Grecia (ahora sólo falta que sepamos dónde está Portugal, donde está Irlanda, dónde está Italia…).
Nueve, hemos visto que se puede liderar a la izquierda sin llevar corbata, siempre y cuando se lleven, con convicción y capacidad de contarlas, ideas nuevas, radicales y sensatas.
Diez, todos los partidos de la izquierda mundial han ido a Grecia en peregrinación política –por vez primera desde la revolución de los claveles, a Europa, no a América Latina– y van a regresar a sus países un poco más sabios y un poco más valientes.
Once, Syriza ha ayudado a no tener miedo ni a Alemania ni a Angela Merkel, dejando claro que al igual que las élites empresariales de ese país se repartieron como un botín la RDA o Yugoslavia, pretende hacer lo mismo con cualquier país que se deje desposeer.
Doce, la “amenaza” de Syriza ha hecho que incluso la patronal haya tenido que reconocer que las políticas de austeridad están llevando a la ruina al continente.
Trece, se ha ayudado a recordar, con las amenazas de Hollande a Grecia en caso de que ganara Syriza, que la socialdemocracia está tan agotada como sus culebrones poblados de privilegios familiares de corte aristocrático, de historias particulares sin interés colectivo o de ideología caduca vestida de oportunismo.
Catorce, hablar de Venezuela ha dejado de ser el estigma innombrable que era y empieza un proceso de normalización de las referencias de América Latina entre la izquierda europea.
Quince, se ha vuelto a recordar que el capitalismo en crisis genera siempre un aumento del fascismo, con lo que significa de alerta para todos los países.
Dieciséis… Quizá el punto dieciséis sea una invitación a dejar de escribir sobre otros países, en este caso Grecia, para ponernos a elaborar nuestra propia alternativa.
Grecia siempre estuvo en un lugar incómodo. Quizá por eso nunca la han dejado volver a ser ella misma. ¿No la convirtieron por el Tratado de Dublin II en un “enorme campo de concentración” de los inmigrantes que rechazaba el resto de la Unión Europea? ¿No se ha visto obligada a comprar armas a franceses, alemanes y norteamericanos por el mantenimiento irracional por parte de los gendarmes del mundo de un falso conflicto entre Grecia y Turquía? ¿No se endeudó hasta 50 mil millones de euros por culpa de ese foco de corrupción y ruina de los pueblos que son los Juegos Olímpicos? ¿No fue obligada a asumir el tramo de rescate con onerosas condiciones sin consulta popular alguna? ¿No fue forzada a renunciar a un referéndum así como a aceptar un gestor puesto por las potencias que están saqueando al país?
La derrota dulce de Syriza nos hace entender que cada día que pase desde el 17 de junio es un día menos para la coalición “victoriosa” y un día más para la construcción de la alternativa.
En un momento en el que el mantenimiento del neoliberalismo supone la desconstitucionalización de Europa, tenía que ser la vieja Grecia la que nos invitara a recuperar el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
A Syriza se la ha estigmatizado precisamente porque podía ser un referente. Y eso es en lo que se ha convertido después de estas elecciones.