Uno de los peores daños causados por la adopción del modelo neoliberal es la casi total desaparición del sector social de la economía, símbolo de la cooperación y la solidaridad radicalmente contrario a la competencia y el individualismo característicos del modelo. La economía campesina basada en la concepción de la tierra como bien social, que dio el soporte alimentario al proceso del desarrollo estabilizador (1934-1970), fue destruida tanto por la competencia de las importaciones como por la reforma constitucional que privatizó la tenencia de la tierra, pasando de ser un bien social a ser una simple mercancía. En los mismos términos, las formas de organización económica de los trabajadores urbanos, principalmente las cooperativas, han sido blanco del afán por someter todo a la competencia y al lucro del capital.
La historia ha sido clara en su enseñanza de que ni el capitalismo ni el socialismo, entendidos como excluyentes uno del otro, son capaces de generar la justicia y el bienestar; están teniendo más éxito las sociedades que han podido combinarlos para aprovechar mejor sus aportes de excelencia: China es hoy el mejor ejemplo de un régimen socialista, que privilegia el bienestar de la población, con una alta intervención del capital privado; Cuba emprende ahora reformas orientadas en este mismo sentido y el Vietnam independiente y soberano progresa con la misma fórmula. El Socialismo del Siglo XXI de la Revolución Bolivariana se enmarca en el mismo esquema. Se trata del régimen de economía mixta en que concurren, en la proporción que las condiciones particulares recomienden, el estado, la sociedad y los particulares en la actividad económica, sin las limitaciones que la ortodoxia ideológica impone.
México progresó durante el período del desarrollo estabilizador gracias a su modelo de economía mixta; su agotamiento no obedeció a fallas del modelo, sino a la incapacidad para operar los ajustes que el propio proceso generó como necesarios. Así, por ejemplo, la industrialización basada en la simple sustitución de importaciones devino en ineficiencias de alto costo social, en tanto que el campo ya no pudo seguir siendo el que subsidiara a la ciudad con bajos precios de la alimentación. El cambio al modelo de desarrollo compartido (Echeverría y López Portillo) incorporó los cambios que pudieran haber vuelto a dinamizar la economía pero, entre los extremos demagógicos y el reacomodo de la economía mundial, el esfuerzo fracasó envuelto en la crisis de la deuda externa, cuya solución obligó a la adopción del neoliberalismo como fórmula y al abandono de la economía mixta en beneficio del capital. También con tal solución el país entró en el constante deterioro de su condición de progreso.
La lección me queda clara y aspiro que así también resulte para mis amables lectores. El modelo idóneo no puede caer en uno u otro campo del escenario ideológico.
El capitalismo extremo y excluyente que significa el modelo neoliberal ya demostró su inoperancia en carne propia. Por su parte, el modelo socialista extremo ha demostrado su ineficacia en los países que lo han implantado. El modelo idóneo es uno que, diseñado conforme a las realidades de cada nación, sepa combinar las mejores aportaciones de cada fórmula para atender al objetivo de la libertad, la justicia y el bienestar.