Mientras algunos movimientos políticos y sus principales ideólogos hacen acusaciones de fraude electoral, creemos que casi nadie en Honduras se ha paseado por un análisis serio y objetivo del fracaso electoral ante la derecha conservadora. En Honduras ya no hay tu tía que valga: el nuevo Presiente es, con fraude o sin él, el candidato del Partido Nacional u Oficialista, Juan Orlando Hernández. Y eso se sabía antes de producirse el proceso electoral. Quienes cifraban sus esperanzas en otros candidatos para ganarle al candidato oficialista, nunca se sentaron a meditar o reflexionar sobre las verdaderas realidades políticas de Honduras para asegurarse una victoria que hubiese estado blindada contra fraude. Se creyeron los candidatos, especialmente la del Partido Libre, ganadores invencibles independiente el uno de los otros.
Tres factores vitales se les pasaron por alto y que son dignos de considerar a la hora de cualquier análisis político para participar en un proceso electoral en Honduras: 1.- los imperialistas están allí en el corazón de Honduras y tienen una base militar poderosa, bien armada y que todos los días actúa o hace injerencia política en la vida interna de la sociedad hondureña con elevado nivel de influencia en todas las esferas del Estado y hasta en una parte de la población; 2.- existe un ejército profundamente reaccionario, bonapartista, genocida, que tiene potestad para intervenir en los asuntos políticos de Honduras e imprimirle el sello que le ordene el imperialismo desde la Casa Blanca de Washington; y 3.- jamás le echaron una miradita a la necesidad de una política de alianzas donde algunos están obligados a ceder en sus aspiraciones si se pretende derrotar al enemigo principal que tiene el poder político en sus manos y controla todos los mecanismos que participan en un proceso electoral.
El Gobierno de Porfirio Lobo cumplió magistralmente la transición política entre un descontento generalizado de gobernantes en el mundo por el golpe de Estado que derrocó a Manuel Zelaya y una aceptación o legitimación del nuevo devenir gubernamental conservador. Entre los que reconocieron al nuevo Presidente de Honduras, el conservador Juan Orlando Hernández, se encuentra el “antiimperialista” y “socialista” Daniel Ortega justo en un momento en que los candidatos perdedores hacían acusaciones de fraude en el proceso electoral. Que Santos haya llamado reconociendo a Hernández, para felicitarlo como nuevo Presidente antes que se produjera el primer boletín del ente electoral, ni siquiera es criticable. El uno y el otro, son de la misma banda ideológica y epígonos del imperialismo.
Para nosotros, como organización El Pueblo Avanza (EPA) cree sin intención de juzgar a nadie que, por encima del fraude que se sabía antes de tiempo, entre los verdaderos culpables del triunfo del conservador Hernández están Manuel Zelaya y su esposa, la candidata del Partido Libre. Esa familia tiene una ambición desmedida por el poder político y no fue capaz de dar a torcer sus brazos para haber creado una posibilidad real de victoria aun derrotando al fraude que la mayoría del pueblo hondureño sabía se iba a cometer por el Tribunal Supremo Electoral en obediencia a la Casa Blanca y al Oficialismo o Estado hondureño. El Partido Libre, por encima de las apetencias de la familia Celaya, tenía que haber agotado todos los recursos políticos en un diálogo fructífero o bien con el Partido Anticorrupción o bien con el Partido Liberal. Haber hecho una elección primaria, bajo el compromiso de realizar una alianza electoral alrededor del candidato o la candidata que sacara más votos, hubiese sido un método ideal para enfrentar no sólo la parcialidad hacia el candidato del oficialismo del ente electoral sino –igualmente- las probabilidades ciertas de fraude. No es lo mismo llevar a cabo un fraude de un 5% entre un 34% y 29% que entre un 34% y un 48% o 43%. Entre el Partido Libre y el Partido Anticorrupción, superaron el 43% de los votos que participaron activamente en el proceso electoral y si la alianza se hubiera dado entre el Partido Libre y el Partido Liberal el porcentaje hubiese sido mayor al 49%. Y si hubiese sido entre los tres el porcentaje hubiera sido superior al 64%. Los fraudes electorales cuando la diferencia de porcentaje es abultada, les cuesta muchísimo materializarse por mucho que sea reaccionario el ejército, por mucha que sea la intervención política imperialista en los asuntos internos de otras naciones y por mucho que sea la parcialidad del ente electoral con un determinado candidato. No decimos que no se haga, sino que es mucho más difícil hacerlo valer cuando el candidato del oficialismo queda muy por debajo del candidato o candidata que le enfrenta en una contienda electoral.
Las masas de un pueblo que casi nunca son homogéneas, por decir algo, suelen creer separadas en importantes porcentajes, en sus líderes. Votan, generalmente, por su candidato sin dedicarle tiempo a invertir su pensamiento haciendo análisis de realidades y menos de alianzas. Casi nunca aplican eso de que “seguro mató a confíao”. Esto, así lo creemos, ni siquiera pasó por la mente de los líderes políticos –hombres y mujeres- que se oponen al Gobierno conservador y reaccionario. Y si pasó, pensamos, no le prestaron la suprema importancia que ameritaba.
Pensamos, aunque reconocemos la potestad de los hondureños y hondureñas para determinar cómo lo consideren conveniente su destino, que el resultado electoral que permitió el triunfo del candidato conservador y la derrotas de los otros candidatos y candidatas, debe convertirse en una gran experiencia histórica, en una verdadera lección digna de estudiar y de analizar con las cabezas frías y los corazones ardientes, por un lado, por los líderes políticos, por el otro, por las organizaciones políticas en su conjunto y, por otro, por los lideres con sus partidos políticos. Si alguna derrota tiene mucho material para enseñar camino hacia una victoria es, precisamente, el recién finalizado proceso electoral que llevó a la Presidencia al candidato de la extrema derecha, a un conservador que lo que más prometió fue invertir la mayor cantidad de recursos económicos en fuerzas policiales de represión y no en educación, salud, fuentes de trabajo y servicios públicos. Y nadie tendría razón si se pone a decir que ese 34% y un poquito más con que obtuvo la victoria el candidato del oficialismo está conformado por los ricos hondureños. No, la inmensa mayoría de ese 34% y un poco más son gentes del pueblo que siguen creyendo en las promesas de los ricos.
El expresidente Manuel Celaya, luego que se dieron los resultados de las elecciones, dijo que “El Partido Libre no hará negociaciones que traicionen al pueblo de Honduras”. Habría que preguntarle si ¿haber hecho una alianza electoral con el Partido Liberal o con el Partido Anticorrupción era o no una negociación que traicionaba al pueblo de Honduras? ¿O es traición el no haber realizado todos los esfuerzos humanos y políticos por lograr una alianza electoral con el Partido Liberal o con el Partido Anticorrupción?
Nosotros consideramos, y pensamos en no estar errados, que en cosas de elecciones son muy escasos las cosas de principios ideológicos o doctrinarios y, especialmente, cuando se trata de una lucha por derrotar al enemigo político interno principal como en el caso de Honduras es el oficialismo conservador que domina el Gobierno. Pero cuando cada líder se siente con capacidad y cree tener la fuerza suficiente de masas para ganar una elección presidencial al margen o independiente del resto de los líderes y fuerzas políticas, la cosa se oscurece, la mente se ciega y se sectariza y se le cierran unas cuantas puertas a probabilidades reales de victoria.
Simplemente, es nuestra opinión que ponemos a disposición, principalmente de los camaradas hondureños, para una reflexión política sobre el resultado electoral que dio el triunfo al candidato conservador o del oficialismo. Si estamos errados, por lo menos, no hemos adulterado ni desfigurado realidades de la sociedad hondureña.