La entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) el 1 de enero de 1994 marcó, de manera indeleble, el destino de México como enclave colonial de los Estados Unidos. No hicieron falta marines ni cañones para la conquista, no hubo invasión ni derramamiento de sangre, es más, ni siquiera se registró mayor resistencia. El nuevo status fue aclamado como el gran paso hacia la prosperidad y el bienestar generalizado; los sesudos comentaristas cantaron loas al genio que logró la hazaña, hasta se habló de reelección. Sólo el EZLN tuvo la claridad y el coraje para levantarse en armas contra el gobierno y su libre mercado; también de ello se cumplen veinte años. A la izquierda urbana el asunto le pasó de noche y sólo balbuceó alguna oposición, abrumada por el peso de la propaganda oficial.
El resultado de tan prometedor acuerdo está claramente a la vista; no hace falta mayor esfuerzo de análisis para asociar la debacle en que está sumido el país con los efectos del TLCAN: concentración de la riqueza en pocas manos; aumento de la pobreza y el desempleo; campo, comercio e industria nacionales destruidos; inseguridad alimentaria y pérdida absoluta de soberanía, por sólo mencionar lo grueso. Lo peor: nadie se atreve a plantear una renegociación que corrija sus perniciosos efectos; ni siquiera AMLO ha formulado una propuesta en tal sentido; pareciera ser un destino fatal. Así se proyectó, como un poderoso candado, asegurando que el costo de dar marcha para atrás sea imposible de pagar, aunque nos esté costando hambre y sangre el mantenerlo en vigencia. No dudo en calificarlo como un proyecto criminal que materializa el añejo afán gringo por someter a su incómodo vecino del sur que, en alguna medida, había pretendido mantener una cierta condición de soberanía e independencia con su nacionalismo revolucionario.
El secretario de estado del presidente Woodrow Wilson (1924), en comparecencia ante la comisión de relaciones exteriores del senado, respondió a las inquietudes que les provocaba la relativa independencia del gobierno mexicano, que no había de qué preocuparse, que bastaba con traer a los hijos de los revolucionarios a estudiar en sus universidades para que adoptaran el modelo de vida de los Estados Unidos, con lo que ellos serían los ejecutores del proyecto hegemónico, sin necesidad de disparar un solo balazo. Tal cual sucedió con precisión milimétrica, concretado en la persona de Carlos Salinas de Gortari, ejecutor de la mayor traición a la Patria, peor que la de Santana que sólo entregó territorios casi abandonados, en tanto que Salinas entregó al país entero, incluyendo a sus habitantes.
Vale la pena detenerse a conocer un poco del currículum del personaje. Hijo de dos economistas: el padre fue secretario de industria y comercio con Adolfo López Mateos, de perfil moderadamente progresista y nacionalista; su madre, perteneciente a una familia distinguida por su posición de izquierda y ella misma organizadora de la Liga de Mujeres Economistas. Se educó en escuelas laicas e hizo la preparatoria y la licenciatura en economía en la UNAM. Hasta ahí mantuvo cierta congruencia, incluso estuvo cerca de los campesinos y a su primer hijo lo llamó Emiliano, en honor a Zapata. Al terminar la licenciatura obtuvo una beca para estudiar el posgrado en la Universidad de Harvard, donde hizo tres doctorados en Economía Política y Gobierno, durante ocho años, tiempo más que suficiente para aprender a pensar y vivir en términos del American Way of Life, así como para ser reclutado por los personeros del gran capital gringo y sus organismos financieros para cumplir su misión en México. Al regresar le fue fácil incorporarse a la secretaría de hacienda y hacer una carrera meteórica que, al cabo de ocho años, lo colocó como secretario de programación y presupuesto en el gobierno de Miguel de la Madrid, posición en la que marcó la impronta de su ideología neoliberal y proclive a las recetas de los organismos financieros internacionales.
Vencido Miguel de la Madrid por la influencia de Salinas, lo hizo candidato del PRI a la presidencia, a contrapelo de la antipatía que el sujeto provocaba entre la vieja guardia y el movimiento obrero priístas. De ahí que surgiera con fuerza la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, expulsado del PRI y postulado por una coalición de partidos. También de ahí que se trucara la elección para dar lugar al más desaseado fraude conocido hasta entonces. Impuesto en la presidencia, Salinas de Gortari no hizo más que seguir a pie juntillas el roll entreguista para el que fue reclutado, con el TLCAN como joya de la corona.
Comprender esta historia permite entender lo que le pasó a México a partir de 1988. Entenderlo constituye el argumento que motiva a rechazarlo y luchar por la nueva emancipación del país.