La segunda vuelta de las elecciones presidenciales colombianas el 15 de junio tendrá una excepcional trascendencia para América Latina y el Caribe.
Si lograra imponerse el candidato uribista Oscar Iván Zuluaga, cuya campaña de guerra sucia dirigió Uribe, volaría el proceso de paz en La Habana entre las FARC y el gobierno colombiano y el país se precipitaría a una sangrienta intensificación de las hostilidades con esta guerrilla y la del ELN.
Zuluaga basó su campaña en la mano dura contra la guerrilla y declaró al día siguiente de su victoria en primera vuelta que suspendería “provisionalmente” las pláticas de paz en La Habana hasta que las FARC, a las que define como “el mayor cartel del narcotráfico en el mundo”, acepten un cese al fuego unilateral y otras condiciones onerosas. Esto equivale a pedir a la guerrilla que se rinda incondicionalmente, lo que pondría fin al prometedor proceso de paz.
Respecto a Venezuela, Zuluaga afirma que es “una dictadura” y que con él en la presidencia no podría seguir como garante del proceso de La Habana pues debe aplicársele la Carta Democrática de la OEA.
Es evidente que Uribe, apoyado por sus numerosos y belicosos seguidores de extrema derecha, echará toda la carne al asador para sentar a Zuluaga en el palacio de Nariño y empujarlo a la guerra contra Venezuela y eventualmente contra Ecuador y Nicaragua. No se olvide que en esas andaba cuando el sector de la oligarquía tradicional, representado por el hoy presidente Juan Manuel Santos le cerró el paso a sus intentos de reelección. Una vez en la presidencia, Santos se reunió con Chávez, pusieron a un lado sus grandes diferencias ideológicas y normalizaron y estrecharon las relaciones bilaterales, rotas por Uribe, cuya fluidez ha continuado con Maduro. Santos se insertó sin dificultades en los mecanismos de Unasur.
En cambio Uribe representa al sector oligárquico más subordinado a Estados Unidos, revanchista y vinculada con los sectores ultraderechistas de ese país, entre ellos la contrarrevolución cubana de Miami. El ex presidente viene de los sectores lumpen-burgueses surgidos de los negocios con el narcotráfico y el paramilitarismo y, es sin duda, el caudillo por excelencia de la derecha latinoamericana más sumisa a Washington.
Una guerra regional fratricida como la que sueñan Uribe y sus aliados en Estados Unidos liquidaría los avances conseguidos por nuestros pueblos después de la elección de Chávez a la presidencia de Venezuela(1998) en materia de independencia económica y política, autodeterminación y reconquista en varios países de muchos de los derechos sociales y bienes privatizados por el neoliberalismo.
Con la presidencia de Colombia a su disposición, Uribe intentará atraer a México y Perú a posiciones más derechistas, neutralizar los proyectos trasformadores de Bachelet en Chile y hacer cumplir a la Alianza del Pacífico el papel designado por Washington de Caballo de Troya contra los países del Alba, Unasur y la Celac.
Por el contrario, la reelección de Santos significaría la continuación del proceso de paz, una mayor inserción de Colombia en los mecanismos de unidad latino-caribeña, un mayor acercamiento a los gobiernos que abogan por ella y la continuación de una política mucho más respetuosa de los derechos humanos que la de los gobiernos de Uribe, como reconocen voceros de la izquierda colombiana de la alianza UP-Polo Democrático. Sin embargo, el apoyo de sus dos millones de votos para el presidente candidato aún espera por debates en curso. Sí apoyarán a Santos muy activamente los partidarios del alcalde Progresista de Bogotá Gustavo Petro, la izquierda del Partido Liberal y un número indeterminado de legisladores del Partido Conservador que están por la paz, aunque su candidata Marta Ramírez(2 millones de votos), cercana a Uribe, apoya a Zuluaga. Tampoco es seguro aún el respaldo a Santos del candidato “verde” Enrique Peñaloza.
Santos, superado por Zuluaga en primera ronda por casi medio millón de sufragios no tiene ninguna seguridad de ganar en segunda vuelta a menos que afine muy bien su estrategia, continúe sumando aliados y realice junto a estos un esfuerzo supremo.
En un contexto de 60 por ciento de abstención en primera vuelta, los votos de la izquierda y los partidarios de la paz pueden ser los decisivos para cerrar el paso a Uribe. Pero hay que convencer a esos votantes de la necesidad imperiosa de hacerlo por más reservas que guarden hacia Santos y sus políticas neoliberales.