Hace muchos años el Presidente de Argelia, Abdelaziz Bouteflika, dió una de las mejores definiciones, por su originalidad y precisión, sobre el líder histórico de la Revolución cubana, "Fidel es el hombre que viaja al futuro, vuelve y nos lo cuenta". Afortunadamente para la salud mental e intelectual de Bouteflika, Macri es un desconocido, de lo contrario, posiblemente diría del Capriles rioplatense: Macri es el hombre que viaja al pasado, vuelve y nos lo quiere imponer.
Luego de machacar por años con un discurso ultra-neoliberal, dirigido a un restringido número de habitantes de los barrios privilegiados de la Capital argentina, en su última aparición, Macri, se dio cuenta que los números no le cierran para las elecciones de octubre próximo. Su asesor de imagen, y gurú politico, le aconsejó revindicar la función del Estado como garante de soberanía, y justicia social. Otra fallida movida de Jaime Durán Barba, que Macri importó de la mitad del mundo, como si en la Argentina no hubiera suficientes charlatanes y mequetrefes. La cosa es que el doble salto mortal de Macri fue sin red de seguridad, y el ruido que causaron sus palabras tuvieron respuestas tanto desde su espacio político, como del oficialismo. El nucleo de figuras decorativas (con ínfulas de líderes políticos) más cercanas a Macri, como Gabriela Michetti, Laura Alonso, Patricia Bullrich, y Horacio Rodríguez Larreta, tuvieron que aplaudir las palabras de Macri a favor de la Asignación Universal por Hijo, y las estatizaciones de YPF y Aerolíneas Argentinas, mientras parecía que se les iban a escapar lágrimas de resentimiento, y sus labios dibujaban sonrisas de cartón. El público presente se sintió traicionado, y ante la traición de su conductor, coreó cada hipócrita afirmación del líder derechista con un rotundo ¡Nooooo! Por el lado del oficialismo la voltereta de Macri causó un abanico de respuestas, desde la ironía fina, el sarcasmo, la burla, la carcajada, y el total y absoluto descrédito e incredulidad. Los medios corporativos de la des-información, no tardaron en pasarle factura al lider del PRO, por sus alocados dichos.
Aunque el hecho pudiera parecer anecdótico, conlleva un hito transcendental y singular en la política argentina. Se ganó una batalla cultural de importancia para el bloque histórico de la independencia y soberanía política y económica, y para los sectores que en Argentina quieren ir por más justicia social, integración regional, inclusión y participación popular. El enemigo interno del proyecto nacional, popular y transformador tuvo que reconocer su derrota, o por lo menos esa derrota se hizo obvia para todo el país. El aliado más ferviente y sumiso a los intereses de Washington en la Argentina, me refiero al PRO como mascarón de proa, y el conjunto de ONGs, y grupúsculos de economistas y pensadores ultraliberales nucleados en un sinfín de "think tanks" vernáculos, los poderosos medios de la palabra y la imagen, y su industria del entretenimiento, perdieron un batalla importante.
No pudieron imponer "su sentido común", y éste quedó reducido en seguir anidando en los privilegiados sectores socioeconómicos de siempre.
La madre de las batallas en la arena política, como dijo Fidel hace muchos años, es la batalla cultural, porque se puede engañar a muchos por poco tiempo, a pocos por mucho tiempo, pero no se puede enganar a todos todo el tiempo.
La mayoría del pueblo argentino está consciente de que Macri no es la modernidad, si entendemos modernidad como la ampliación de derechos, la inclusión y la participación de todos los sectores de la vida nacional, fortaleciendo el entramado social con la herramienta de la solidaridad.